PAS lleva a su partido al borde del precipicio, y la oposición se apunta también al peligroso juego de ver quién frena antes.
A Pedro Antonio Sánchez (PAS) le resultaría provechoso leer cuanto
antes, y tomarlo en consideración, el último ensayo de Antonio Campillo
(‘Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global’), donde el
decano de Filosofía de la Universidad de Murcia, un lúcido intelectual
de la izquierda, propone «repensar radicalmente las relaciones entre lo
público y lo privado, lo personal y lo político».
Después de 60 días de una crisis que para PAS está resultando
personalmente agónica, tanto como cruenta para el PP y lastimosa para la
Región, el presidente parece no haberse dado cuenta aún de que existe
una frontera -teóricamente infranqueable- que separa su interés personal
del interés general, lo privado de lo público, un rubicón que desde
Madrid no se le permitirá cruzar: la pérdida del Gobierno de Murcia.
Una
parte mayoritaria de la sociedad, con sus propios votantes a la cabeza,
no perdonaría al PP que dejara la Comunidad Autónoma en manos del PSOE,
si puede evitarlo con la dimisión de PAS, y por más que el presidente
tuviera que comerse la toalla antes que tirarla, por emplear una
metáfora que es de su gusto. En la batalla que libra por resistir, PAS
está llevando a su partido al borde del precipicio, y el resultado es
una situación que recuerda aquellas carreras de coches de Hollywood
(‘play chicken’) en las que gana el último en frenar antes de asomarse
al despeñadero.
Todos juegan a esta estrategia del miedo en la crisis de
Murcia. PSOE y Ciudadanos atemorizan a los populares con una moción de
censura de éxito improbable, a la espera de que al PP le tiemblen las
piernas, se baje del coche y pierda el desafío. También el PP fía su
futuro al último minuto, en la confianza de que Rivera y los socialistas
no pasarán de la toma de dichos, porque, si acaso confirmaran su
noviazgo en el altar, la boda despojaría a Génova de uno de sus más
sólidos feudos electorales.
Y Génova, ya se sabe, siempre gana. Si la
dirección nacional del PP constata que sus rivales en la carrera no
pisan el freno, se aplicará a sí mismo el principio del detector de
humos, que es algo así como la respuesta emocional a una situación de
riesgo máximo que garantiza finalmente la supervivencia de la especie.
Este ‘plan B’ obligaría a Rajoy a sacrificar a PAS para no entregar el
fortín a sus asediadores.
No se habría llegado tan cerca del precipicio si el presidente
hubiera respetado su pacto de investidura con Ciudadanos renunciando al
cargo para proteger a su partido. Pero faltó a su compromiso de dimitir,
cuando fue imputado en el ‘caso Auditorio’ y, lejos de deslindar su
interés personal del interés general, retó a sus adversarios a una
carrera alocada que se abrió con la moción de censura y nadie sabe cómo
terminará.
Alguien frenará antes de despeñarse, eso es tan seguro como
que algún otro se estrellará. Ya no es posible que todos los corredores
salgan indemnes, aunque la estrategia del miedo a la que se han apuntado
hace difícil aventurar quién se despeñará y quién se quedará con la
chica.
(*) Columnista