Desconozco, al menos con la certeza que otorga una resolución
judicial o médica, si nuestro amado Felipe, rey de España por la gracia
del genocidio, repudia la variante fascista de la Península Ibérica,
también conocida como franquismo.
Lo ignoro porque muy probablemente soy
un zote, no lo niego, pero también pudiera ser que algo haya
contribuido el hecho de no haber pronunciado Su Santidad, el
rey de la Victoriosa España, ni una sola palabra de repulsa contra ese
fascismo de estilo cochambre que nos ha convertido en el segundo país
con más desaparecidos tras Camboya.
Es cierto, y ello debemos admirarlo, que en una ocasión, casi quedo mudo ante tanta generosidad, llegó a situarse Su Majestad
exactamente a la misma distancia de genocidas y asesinados, verdugos y
víctimas, violadores y violadas, lo que habla mucho y bien de su enorme
humanidad para con los criminales. Cualidad históricamente admirable en
un rey, sobre todo si se aspira a perpetuarse.
En otras ocasiones, no ha sido complejo encontrarle secundando a los
que apalearon a los catalanes con motivo tan contrario a las esencias de
la democracia como es un referéndum.
A los mamporros caídos sobre
mujeres y hombres, ancianos y ancianas, niños y niños, respondió con un
discurso público que solo la historia sabrá juzgar en su justa medida,
pero que desde la insignificancia de la ciudadanía pareciera como si le
desagradara haber tenido que explicar lo que todos deberían dar por
hecho a estas alturas: al que pretende trocear su herencia, estacazo en
la cabeza. Como Dios manda y como Franco enseñó.
Sin embargo, en todo este tiempo ha habido ocasiones más que
suficientes como para que Felipe VI hubiera declarado públicamente que
condena el franquismo y a los franquistas, que los repudia desde lo más
profundo de su ser y que la democracia es absolutamente incompatible con
su existencia. Y, por consiguiente, que los demócratas estarían
obligados moralmente a combatirlos con vigor, tenacidad y constancia.
Por si el silencio se hubiera debido a la timidez, la prudencia o,
quizás, a un problema psicológico, realmente infrecuente, que convierta
al rey en tartamudo en lo relativo a las palabras relacionadas con el
franquismo, por aquello de sentirse culpable de ser el heredero de un
estirpe restaurada por un salvaje genocida, ahora se le presenta ocasión
excelente donde las hubiera para sacarnos a unos cuantos villanos de la
duda que nos encapota.
Bastaría con un discurso inapelable e inequívoco
contra el franquismo o, en su defecto, un parte médico aclaratorio de
la referida dolencia: franquista hasta la médula disfrazado de
demócrata.
Porque, a todo esto, en mitad del recreo veraniego, nada más y nada
menos que 600 altos mandos militares franquistas, leales servidores
todos ellos del rey, que también es jefe de las Fuerzas Armadas, han
firmado un manifiesto que amenaza la decisión de un gobierno elegido por
votación libre (tal vez algo teledirigida) sobre la idea de despachar
los restos del fiambre gracias al cual hoy reina nuestro agradecido
monarca.
Se trata, ningún cuerdo lo duda, de un episodio muy grave que
recibiría respuesta firme hasta en las democracias de más baja calidad
como la nuestra. Por si ello fuera poco, no es esta la primera ocasión
en la que tal advertencia sobresalta a la ciudadanía, la cual no deja de
vivir aterrada pensando lo que pueda o no estar negociándose en los
cuarteles, sino que reiteradamente los fusiles son acompañados con las
bayonetas y los cañones municionados en dirección a las ciudades. Bien
saben en Catalunya de lo que aquí se relata.
Ante este nuevo envite, ante esta nueva agresión a la voluntad
popular, ante este nuevo conato de extorsión y sometimiento del Gobierno
a manos de la milicia, algunos, lacayos todos y pardillos muchos, hemos
concluido que no estaría de más despejar las dudas que se ciernen sobre
la persona de Felipe VI con unas palabras.
Preferiblemente de las que
entendemos todo el populacho, no de esas que requieren de la
interpretación cuasidivina de determinados escribas de la corte. Este
mensaje se vuelve enormemente importante al encontrarse la ignorancia en
la que muchos vivimos, relatada inicialmente, acompañada de
circunstancias que generan cuantiosas vacilaciones.
Por ejemplo, si uno repara que el actual ‘comandante’ de la
Fundación Nacional Francisco Franco, un tal Juan Chicharro, y también
firmante del manifiesto franquista, fue ayudante de campo del rey y jefe
de la Guardia Real, el asunto se torna un tanto espinoso. Y si se
descubre que otro de los firmantes, Antonio González-Aller, fue jefe del
Cuarto Militar del Rey, la trama se enmaraña por completo.
Uno intuye que a esos puestos llega gente de confianza máxima, por lo
que situarlos ahora rubricando un manifiesto a favor de la figura de
Francisco Franco ubica a la monarquía demasiado cerca de los franquistas
y los golpistas. Localización, por otra parte, muy del gusto de los
Borbones, pues ahí están los Primo de Rivera (no confundir con Albert,
un mozo muy aseado y curioso), Armada, Milans del Bosch o Franco.
En mitad de este embrollo, más de un desorientado podría llegar a
pensar que el rey de nuestra Gloriosa España, unida a palos por amor a
la democracia, se encuentra detrás del manifiesto, como sus antecesores
lo estuvieron tras cortinas más andrajosas. O al menos, cerca del mismo.
Sobre todo, si se sabe que es más conservador que su progenitor.
En definitiva, el silencio del jefe de las Fuerzas Armadas ante tan
grave asunto, la rebelión pública de más de medio millar de altos mandos
militares de gran relevancia durante los últimos quince años, y la
ausencia de una condena enérgica al franquismo, al manifiesto
franquista, a los franquistas y a todo lo que tenga que ver con tan
infame materia emplaza a Felipe VI en la complicidad.
Ello supone una conducta inaceptable para un jefe de Estado y Fuerzas
Armadas de un país europeo, un pésimo ejemplo a la ciudadanía y una
invitación a los franquistas a aficionarse a las peripecias. Pero ¿quién
puede asegurar que alguien que jamás ha condenado el franquismo, reina
gracias al franquismo y ha estado y está acompañado de franquistas no
goza también de la misma condición?
(*) Ex teniente del Ejército de Tierra y autor de
‘El libro negro del Ejército español’