"Es un fin de ciclo y mandato de esperpento hispánico", decía Palinuro hace unos días en un post titulado Final del esperpento.
A la vista del debate de ayer sobre los presupuestos generales del
Estado para 2016, tiene uno la impresión de que Palinuro se quedó corto.
Este final de legislatura es sencillamente inenarrable, tanto por lo
que sucede en el escenario del Congreso como por lo que pasa fuera de
él, en la calle, en los medios. El epitafio lo puso el diputado de ICV,
Joan Coscubiela, haciendo honor a su fama de orador contundente: "Esta legislatura termina como empezó: con un gobierno mintiendo a los ciudadanos". Y riéndose de ellos, añadimos.
El
responsable último de esos presupuestos no ocupó la tribuna para
defenderlos. La oposición lo acusó de cobardía por no hacerlo. Cobardía o
cerrazón y desprecio enconado por la obligación de los gobernantes de
informar de sus decisiones; o simple gandulería. Tales son los datos del
personaje y cualquiera puede ser válido. Desde el punto de vista de la
cortesía parlamentaria es inadmisible que alguien se empeñe en aprobar
unos presupuestos con unas elecciones a escasos meses en las que es muy
posible que no revalide el cargo. Resulta así que, quien ocupe su puesto
ahora tendrá que perder el tiempo cambiando las cuentas que, entre
otras cosas, son un desastre y no sirven para nada porque se han
redactado pensando en ganar las elecciones a toda costa. Más que unos
presupuestos, son un programa electoral, cosa reconocida por el ministro Montoro, que ofreció ayer uno de esos espectáculos de soberbia, arrogancia y matonismo parlamentario que tan bien se le dan.
Sánchez
que fijó como único interlocutor al presidente del gobierno, sentado en
su escaño y no al ministro interviniente, a quien ninguneó, dictaminó
que Rajoy solo busca adherirse al cargo. Eso es obvio: prolonga las
elecciones al máximo y pretende ganarlas haciendo y diciendo lo que sea y
mintiendo, como siempre. Porque no habló en la cámara pero sí se
despachó largando a gusto en lo pasillos, para la prensa y despejando ya
de una vez la incógnita sobre la reforma de la Constitución. La
propuesta del PP para esta cuestión esencial es "no". No habrá reformas.
Las propuestas esgrimidas por los otros partidos que tratan de contener
la secesión catalana quedan así temblequeantes por cerrada falta de quórum.
Es
lógico que se aferre al cargo. A la vista tiene en el caso de Esperanza
Aguirre los malos tragos que pueden pasarse cuando ya no te ampara el
manto de armiño. Ahí anda la buena señora tratando de organizar otro tamayazo
en el Ayuntamiento de Madrid para desviar la atención de su
responsabilidad (toda) en el expolio de 105 millones de euros a cuenta
de un proyecto megalómano, la Ciudad de la Justicia, en el que parecen
haberse cometido todo tipo de atropellos y puede que hasta delitos. 105
millones de los contribuyentes empleados en sostener una cohorte de
enchufados, en pagar por informes ficticios o en edificar para abandonar
acto seguido. 105 millones en una comunidad que recorta en educación,
sanidad, investigacion. Y, detrás de este, todos los dislates que hizo
la señora durante su mandato en donde intervenía la Gürtel, la Púnica o
los especialistas freelancer en esquilmar el erario. Su pasado
persigue a Aguirre y acabará por aplastarla. Ese es el ejemplo en el que
se mira Rajoy: tiene que ganar porque, si no lo hace, todos los
dispendios y desastres de Aguirre parecerán un comportamiento
franciscano en comparación con lo que han hcho él y su partido en cuatro
años de gobierno con mayoría absoluta
Porque
la cuestión es, ¿cómo se atreve un gobierno fracasado en todos los
órdenes, con un partido comido hasta el tuétano por la corrupción, a
presentar presupuestos algunos? Queda claro, además que, como le acusó
la oposición, deja España hecha unos zorros. Quienes se pasaron toda la
legislatura hablando de la "herencia de Zapatero", dejan ahora otra
peor. Y en todos los campos. Sánchez acusó a Rajoy de haber roto el
pacto de Toledo para las pensiones, de haber dividido socialmente el
país, de haber esquilmado la seguidad social y de haber provocado un
fraccionamiento territorial cuya dimensión se verá el próximo 27 de
septiembre y que incluye la posibilidad de una declaración unilateral de
independencia en Cataluña.
En
resumen, un desastre absoluto que no pueden maquillar la mentiras del
gobierno, las fábulas del ministro de Hacienda, los trémolos de la
legión de esbirros en los medios. Nadie cree el discurso de la
recuperación porque todo el mundo tiene la experiencia directa
contraria: el paro no remite, la deuda es agobiante, la productividad no
remonta ni ninguna de las magnitudes favorables. Solo aumentan las
desfavorables. Y eso lo han conseguido los artífices de "deja que caiga
España, que ya la levantaremos nosotros" por su absoluta incompetencia.
Del valor de sus ideas testimonia la propuesta insinuada por Montoro de
resolver el problema de las pensiones financiándolas por la vía de los
impuestos. Dicho por el mismo que promete bajarlos. A esta pavorosa
incongruencia mental debe añadirse su cerrada ideología neoliberal,
corrompida por las prácticas del capitalismo de amiguetes, su
naconalcatolicismo obtuso y su más ajado nacionalismo español basado en
la catalanofobia.
Todo
eso se ya por descontado. La cuestión es si Sánchez y el PSOE serán
capaces de enmendar tanto yerro y tanto destrozo. La izquierda concurre a
las elecciones dividida y, por tanto, como ya se ha dicho hasta la
saciedad, cortejando la derrota. Un asunto este que tampoco estará claro
hasta ver qué sucede en las elecciones catalanas que obligarán a
reacomodarse a todo el sistema político español, entre otras cosas
porque se comprobará probablemente que Cataluña está libre de él y tiene
el suyo propio.
A
partir del 28 de septiembre, si la derecha gana de nuevo las elecciones
en España toda la izquierda española, la socialdemócrata, la
"verdadera" o "transformadora", la innovadora, toda ella, debiera pedir
el finiquito.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED