[1] La lenta derrota de Ucrania – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[2] Zelensky Receives Polling Blow from His Former Top Lieutenant (newsweek.com)
[3] Oleksandr Syrskyi, Commander-in-Chief of the Ukrainian Armed Forces: (ukrinform.net)
[4] 153rd Mechanized Brigade is no longer mechanized | MilitaryLand.net
[5] Ukrainians Stand Behind War Effort Despite Some Fatigue (gallup.com)
[6] Guerre en Ukraine : de la prudence à l’affolement… Ce que cache le virage de Macron (marianne.net
[7] El «fuck the EU» desata una nueva crisis entre EE.UU. y Europa por el espionaje (lavanguardia.com)
[8] Should the EU continue to support Ukraine? Our poll finds Europeans are in favour | Euronews
[9] Barely 10% of Europeans believe Ukraine can still defeat Russia, finds poll | Ukraine | The Guardian
[10] NATO Will Be Drawn Into War With Russia if Ukraine Loses: Lloyd Austin (newsweek.com)
II
En estos tiempos oscuros parece que la palabra
«verdad» se ha convertido en un arcaísmo. Un buen ejemplo de ello es la
guerra de Ucrania, sobre la que la clase político-mediática se ha pasado
practicando su especialidad —mentir— durante dos años.
Como hemos
venido defendiendo desde un principio (y como ya debería ser evidente
hasta para un periodista), ésta nunca fue una guerra entre Ucrania y
Rusia, sino un conflicto entre EEUU y Rusia que tenía lugar sobre suelo
ucraniano, en el que EEUU ponía el dinero y Ucrania los muertos. Europa,
mientras, se convertía en la víctima colateral económica por el
servilismo de la UE hacia los intereses yanquis.
En el mismo
sentido, las razones reales de la guerra nunca tuvieron nada que ver con
una utópica defensa del débil o de los ideales de libertad y democracia
(¿en Ucrania?), sino con el bastardo interés geopolítico norteamericano
de erosionar a Rusia. No lo digo yo, sino varios senadores
norteamericanos que lo reconocieron hace unos meses[1] al afirmar sin empacho que la ayuda militar a Ucrania había sido «la mejor inversión para la seguridad de EEUU de la historia[2]»,
pues habiendo invertido «sólo un 3% del presupuesto militar anual hemos
conseguido degradar el ejército ruso en un 50% sin perder una sola vida
americana[3]».
Aun errando en los números (a fin de cuentas sólo son políticos), las
escandalosas declaraciones de estos senadores ponen de manifiesto que
Occidente no sólo ha perdido el juicio, sino también el alma: para el
gobierno norteamericano sólo tienen valor las vidas americanas (o peor
aún, el impacto electoral de la pérdida de vidas americanas), pero los
cientos de miles de vidas ucranianas perdidas para lograr nada son «una
buena inversión», unos meros peones sacrificados en el tablero de
ajedrez con la esperanza de debilitar temporalmente al adversario.
¿Estos son los valores que Occidente afirma defender?
Una guerra provocada y alargada por EEUU y sus socios
Contra
toda evidencia, la consigna occidental insistía en calificar como «no
provocada» la invasión rusa. En realidad, EEUU había estado provocando a
Rusia con las sucesivas anexiones de la OTAN y, en especial, con la
iniciativa de incorporar a Georgia y Ucrania, aprobada en la Cumbre de
la OTAN de Bucarest en 2008 a pesar de que el propio embajador de EEUU
en Moscú, William Burns (hoy director de la CIA) había hecho saber que
la incorporación de Ucrania era «la más roja de las líneas rojas» no
sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa.
«Durante más
de dos años de conversaciones con las principales figuras políticas
rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin
hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no
considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo
a los intereses de Rusia[4]».
Seis
años después, en 2014, EEUU apoyó un golpe de Estado contra el
presidente ucraniano democráticamente elegido y, tras colocar a un
gobierno afín, animó a Ucrania a no respetar los Acuerdos de Minsk,
acuerdos que, para más inri, la ex canciller Merkel sugeriría años más
tarde que no fueron más que un engaño a Rusia «para ganar tiempo» y
rearmar a Ucrania[5].
Desde
este golpe de Estado del 2014, la OTAN había estado entrenando y
armando al ejército ucraniano (un país no miembro), que amenazaba
cronificar el conflicto civil en el Este del país (que hasta enero de
2022 había provocado 14.000 muertos[6]
y ni un solo titular en Occidente) y recuperar Crimea, sede de la única
base naval en mares cálidos de Rusia.
A ojos rusos, por tanto, la
invasión se consideró un ataque preventivo ante una amenaza existencial
para disuadir a los ucranianos de buscar la confrontación, garantizar su
neutralidad y asegurar la implementación de los Acuerdos de Minsk.
Rusia preveía un conflicto de pocos días o semanas (como el de Georgia
en 2008), seguido de una rápida negociación y de un acuerdo como el que
estuvieron a punto de suscribir en Turquía en abril del 2022, cuando
todavía apenas había bajas por ambos bandos.
Sin embargo, cuando
Ucrania estaba a punto de firmar dicho acuerdo, EEUU y Reino Unido
decidieron torpedearlo para desgastar a Rusia, como confirmaron
sucesivamente el ex primer ministro israelí[7]
y el ministro de Exteriores turco (las negociaciones se habían llevado a
cabo en Turquía).
Con toda razón, el general alemán retirado Harald
Kujat, antiguo jefe de Estado Mayor del Ejército alemán y expresidente
del Comité Militar de la OTAN (CMC), ha sido rotundo al afirmar que
«todos los muertos ucranianos y rusos desde el 9 de abril de 2022 se
deben a que [Occidente] impidió a Ucrania firmar un tratado de paz con
Rusia[8]». No lo olviden.
Los dos pilares de la propaganda occidental
El
relato falaz sobre la guerra de Ucrania se ha apoyado en dos pilares.
El primero es la penosa imagen que en Occidente tenemos de Putin, imagen
que nunca tuvimos de ningún líder soviético. ¿Y por qué precisamente de
Putin, entre tantos otros yonquis del poder psicopáticos que pululan
por ahí, de Oriente a Occidente?
La respuesta estriba en que, más allá
del escalofrío que provoca el personaje, estamos ante una exitosa
campaña de demonización de la propaganda anglosajona, que ha logrado
hacer olvidar, por ejemplo, la presencia de Rusia en el G-8, las
amigables risas entre Putin y Obama en el G-20 del 2012[9],
o la forma en que Bill Clinton describía al autócrata ruso en 2013 como
una persona «muy inteligente» y un socio fiable.
En efecto, preguntado
por el entrevistador si se podía confiar en él a puerta cerrada, Clinton
respondía: «Cumplió con su palabra en todos los acuerdos a los que
llegamos»[10].
Por cierto, Clinton se refería al mandatario ruso educadamente como
«Mr. Putin» mientras hoy Biden le califica de «loco hijo de puta[11]», un gran avance de la civilización.
El
segundo pilar sobre el que se ha apoyado la propaganda occidental es el
desconocimiento de la realidad rusa. Para Occidente, Rusia siempre ha
sido un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, como decía
Churchill, y un ejemplo de ello es la reacción a las recientes
elecciones en las que Putin habría sido reelegido por un supuesto 87% de
los votos, inmediatamente tildadas de fraudulentas por Occidente.
Naturalmente,
el fraude electoral es algo común en regímenes seudodemocráticos en la
forma, pero autocráticos en el fondo, como es el caso de Rusia. Sin
embargo, la pregunta es otra: ¿necesita realmente Putin cometer fraude
para ganar las elecciones? Aquí nos enfrentamos a un dato incómodo, esto
es, que Putin ha sido siempre muy popular en su país.
Algunas de las
causas de esta popularidad son espurias, como el férreo control que el
gobierno ruso ejerce sobre los medios de comunicación, el culto a la
personalidad sobre la figura del presidente o la inexistencia (o
supresión) de personalidades opositoras relevantes.
Pero además de estas
desvirtuaciones propias de un régimen represivo, existen otras causas
objetivas que también justificarían la popularidad de Putin en
circunstancias más normales, y resulta crucial entenderlas sin que las
emociones (manipuladas) nos nublen el entendimiento (ver Anexo).
La derrota estratégica de la OTAN
En
mi anterior artículo analizaba la situación bélica en el frente y la
acelerada derrota de Ucrania, que ya en febrero de 2023 este blog
tildaba de «inevitable»[12]
en contra de la opinión general. Ahora querría analizar las profundas
consecuencias estratégicas que, en mi opinión, tendrá la guerra, para
detrimento de Occidente.
La decisión de la OTAN de apoyar
masivamente el esfuerzo ucraniano siempre tuvo como objetivo crear una
herida a Rusia por la que sangrara durante un tiempo, pero era éste un
objetivo táctico y cortoplacista. También se creyó que el conflicto
socavaría el apoyo popular a Putin e incluso llegó a soñar con un cambio
de régimen, una especialidad de la política exterior norteamericana.
Asimismo, se creyó que las sanciones adoptadas bajo la coartada de la
guerra causarían una debacle en Rusia.
Sin embargo, todo este
voluntarismo sólo ponía de manifiesto, una vez más, que en EEUU faltan
verdaderos estrategas y sobran aprendices de brujo. Que un país tan rico
y enriquecedor (y cuya Constitución creó el mejor experimento de
libertad de la Historia) tenga gobiernos que adolezcan de una dificultad
genética para comprender (y respetar) cómo funciona el Mundo más allá
de sus fronteras siempre me ha sorprendido.
Desde luego, la arrogancia
no ayuda, y cuando a la arrogancia se suma la ignorancia el resultado es
el desastre.
Así, ninguno de los objetivos de EEUU se ha
cumplido. En primer lugar, el apoyo popular a Putin se ha robustecido y
no se vislumbra cambio de régimen alguno. Es más: puede que el cambio de
régimen llegue antes a EEUU (con Trump) que a Rusia.
En segundo lugar, las sanciones de USA (United Sanctions of America)
no han quebrado la economía rusa sino la europea, con la complicidad de
la inepta burocracia de la UE. El coste de la energía para uso
doméstico e industrial se ha multiplicado y las empresas europeas se han
visto obligadas a vender sus activos en Rusia a precios de saldo
asumiendo enormes pérdidas.
Tras un período de adaptación, Rusia y sus
recursos naturales acabarán en manos de Oriente.
En tercer lugar,
el carácter abusivo e ilegal de algunas de estas sanciones, como la
congelación de las reservas exteriores rusas, no ha dañado de forma
significativa a Rusia a corto plazo, pero ha provocado sin embargo la
irritación y hartazgo del resto del Mundo, que, una vez más, ve que el
orden mundial anglosajón se basa en unas reglas que sólo se aplican para
los demás:
«Las reglas son para ti, no para mí». Sin duda, quebrar los
principios más básicos de la confianza recíproca entre países tendrá
consecuencias a largo plazo en detrimento del dólar, moneda del país
deudor por excelencia y cuya naturaleza de reserva mundial tiene sus
días contados (pregúntenle al BRICS).
Probablemente, éste sea el mayor
error autoinfligido de EEUU de toda su historia: Oriente (o sea, el 83%
del planeta que no es Occidente) se ha dado cuenta de que el gigante
norteamericano se apoya en unos pies de barro, esto es, en el dólar, y
le ha declarado la guerra. La duración de la misma es incierta; el
resultado, no.
En cuarto lugar, la masiva implicación de la OTAN y
su triunfalista campaña de propaganda, prematura e imprudente, ha
creado a la postre una imagen de impotencia de la propia organización y,
por ende, de EEUU.
De hecho, la rapidez de adaptación del ejército ruso
tras sus reveses iniciales, su paradigmático éxito en defensa estática y
dos años de durísimo conflicto contra un durísimo enemigo le han
convertido en el ejército más entrenado del mundo.
A pesar del alto
precio que ha pagado, lejos de quedar acomplejado (como les ocurrió con
su retirada de Afganistán en 1989), la guerra de Ucrania le ha hecho
ganar confianza y probablemente sea hoy un rival más temible que hace
dos años.
Un mundo más peligroso
El
hecho de que la OTAN haya ayudado a Ucrania de forma tan explícita y
alborozada proveyendo armas ofensivas y datos de inteligencia que han
causado la muerte de decenas de miles de soldados rusos tendrá dos
graves consecuencias. La primera será debilitar al principio de
disuasión nuclear, elemento imprescindible para la seguridad mundial.
En
efecto, la OTAN ha jugado con fuego con una potencia nuclear con la
certeza de que, al estar dirigida por un actor racional, éste no iba a
apretar el botón. Como consecuencia de ello, los países cuya seguridad
más dependa de la disuasión nuclear (como es el caso de Israel) se verán
expuestos a mayores amenazas por parte de sus adversarios.
La
segunda consecuencia, más tangible, será que EEUU y la OTAN no podrán
participar en ninguna misión en el extranjero sin temer que su
adversario vaya a ser abiertamente armado por Rusia con armamento
moderno y provisto de datos de inteligencia que provoquen la muerte de
soldados occidentales. Rusia no olvidará, como sólo Oriente sabe no
olvidar, y la venganza es un plato que se sirve frío.
En
definitiva, el conflicto de Ucrania tiene todo el aspecto de convertirse
en un colosal error estratégico de EEUU. Occidente no sólo perderá la
guerra, sino los restos de autoridad moral de que gozaba, y si en pleno
pánico la OTAN crea una escalada de última hora para intentar camuflar
su derrota, el mundo no sólo no volverá a ser el mismo, sino que,
además, entrará en guerra. El mundo se ha vuelto un lugar más peligroso.
El misterio de la popularidad de Putin
Según la única empresa demoscópica rusa independiente, respetada en Occidente y de cuyos datos se nutre Statista[13],
los más recientes sondeos antes de las últimas elecciones
presidenciales mostraban un porcentaje de aprobación de Putin del 86%[14],
no muy distinto del supuestamente obtenido en las elecciones.
Es más:
en los últimos 20 años, Putin habría mantenido un apoyo que ha oscilado
entre el 58% y el 88%. De ser ciertos estos datos, ¿cómo es posible?
Para tratar de comprenderlo tenemos que hacer un breve repaso histórico.
En
los años posteriores a la caída de la siniestra tiranía soviética,
Rusia sufrió una crisis de identidad sólo comparable a la pérdida de los
imperios europeos (por ejemplo, España en 1898, Austria en 1918 o
Inglaterra tras la II Guerra Mundial).
La URSS fue desmembrada, su peso
geopolítico se convirtió en una sombra de lo que había sido y el país
bailaba al son que marcaba su antigua némesis, EEUU, vencedor claro de
la Guerra Fría y única superpotencia en aquel momento. Para más inri,
Rusia sufrió una humillante derrota en la Primera Guerra de Chechenia
(1994-96).
Al orgullo nacional herido ―algo que un eslavo se toma
en serio, como también han demostrado los ucranianos con su coraje― se
sumó una crisis económica sin precedentes y una corrupción galopante. El
PIB ruso cayó un 50% en sólo 8 años hasta la tormenta perfecta de 1998,
cuando el rublo sufrió una brusca devaluación, el país suspendió pagos y
la inflación alcanzó el 84%.
Esta hecatombe se debió en parte a la
podredumbre del sistema comunista y en parte a la incompetencia de Boris
Yeltsin, cuyas debilidades personales le convertían en un líder
errático y maleable, idóneo para los intereses geopolíticos
norteamericanos, pero desastroso para su pueblo. Bajo su mandato la
corrupción alcanzó cotas grotescas con oligarcas que se apropiaron a
precios de saldo de las principales empresas públicas soviéticas.
Con
la llegada de Putin al poder en enero del 2000, las cosas cambiaron.
Puso orden en la anarquía reinante, reforzó el imperio de la ley (que en
Rusia siempre se aplica de forma selectiva) y acotó los abusos de los
oligarcas. Desde luego, la corrupción continuó siendo un problema
endémico, pero ésta se convirtió en algo ordenado y no caótico, si me
permiten la ironía.
Es más: según una fuente británica fiable, la
actitud de los primeros gobiernos de Putin denotaba un afán por
recuperar lo que los oligarcas de la era Yeltsin habían «robado» al
Estado[15]. Luego él crearía su propia clase oligárquica.
Un
factor relevante del éxito de Putin fue la bonanza económica, pues supo
capitalizar el mercado alcista del petróleo, durante el cual el precio
del barril pasó de 30 a 200 dólares y cuyo comienzo coincidió por azar
con su llegada al poder.
Naturalmente, Rusia sigue siendo hoy un país
relativamente poco desarrollado en términos de PIB per cápita, pero lo
relevante a afectos de la popularidad de Putin es el crecimiento de
dicho PIB desde su llegada al poder, que en una década se multiplicó por
dos en términos constantes[16]
(equivalente a un crecimiento anualizado del 7%).
El desempleo también
se redujo desde un artificial 13% a una cifra real del 3% en 2023[17] y los impuestos se simplificaron y redujeron, de modo que hoy en Rusia el impuesto sobre la renta tiene un tipo fijo del 13%.
En otro orden de cosas, cabe añadir que, según Gallup —empresa
norteamericana—, el 75% de los rusos están satisfechos con su nivel de
libertad personal y el 71% se sienten seguros paseando de noche por sus
calles[18].
Finalmente,
Putin recuperó el orgullo nacional de un país que deseaba verse
respetado. Los rusos tienden a admirar a un líder fuerte, y en Putin lo
encontraron. El trabajado culto a la personalidad que rodea su figura
hizo el resto.
Estos datos ponen de manifiesto que, más allá de la
opinión que nos merezca Putin en Occidente (algo que a él le trae al
fresco y que posiblemente le beneficie en su propio país), objetivamente
el pueblo ruso ha visto mejorar sus condiciones de vida desde su
llegada al poder.
Esto supone una sólida base de apoyo popular,
apuntalada naturalmente por la machacona propaganda del propio régimen y
por un victimismo crónico que EEUU no hace más que realimentar con la
arrogancia explícita de su estrambótica política exterior desde 1991. No
comprender esto es no comprender nada.
(*) Economista