Anda gozosa la legión de comentaristas y analistas políticos
del país revelando la nueva a sus lectores: la razón profunda del éxito
de Podemos consiste en haber conseguido el dominio indiscutible de
los actos de habla en la esfera pública. Podemos ha impuesto
sus términos, sus expresiones, decide de qué debate todo el mundo, dicta
las palabras de la tribu, ha coronado la hegemonía
gramsciana. Establece los "marcos o encuadres de referencia", dicen los
más avezados mientras reprochan a los dos partidos dinásticos su crasa
ignorancia de la pragmática de Lakoff (quien recomienda no pensar en
elefantes), tan familiar para ellos como el padrenuestro.
No
será Palinuro quien defienda la retórica de los políticos, desde Pedro
Sánchez hasta Rajoy o desde el lugar común a la pura idiotez. Pero
tampoco se dejará llevar por esas conclusiones precipitadas y vacuas
según las cuales Podemos tiene el triunfo a su alcance porque ha ganado
ya la guerra de las ideas ganando la batalla de las palabras. De eso, ni
hablar.
Tómese
el caso más patente, el que está en el ánimo colectivo, la oposición
izquierda-derecha, válida en todos los sistemas políticos del mundo, que
sirve para clasificar los partidos, los resultados electorales, para
explicar y hasta predecir el comportamiento de los electores. Nada,
nada, ahora carece de toda utilidad, es un engorro y cosa del pasado,
asunto de trileros, un engañabobos. Esa dicotomía anticuada y horizontal
debe ser substituida por otra vertical mucho más cierta y prometedora
que ya no es "izquierda" y "derecha" sino "arriba" y "abajo". Palinuro
propone llamar al hallazgo la teoría del ascensor por razones obvias.
Austin
se remueve inquieto en su tumba. Claro que pueden hacerse cosas con
palabras. Pero no cualquier cosa y no con cualesquiera palabras. La
substitución de la escala horizontal izquierda-derecha por la teoría del
ascensor es una estupidez. La escala tiene imprecisiones pero, al ser
subjetiva, da libertad a la gente para autoubicarse en donde quiera y
permite afinar en los matices: centro, centro izquierda, izquierda de la
derecha, etc. La oposición arriba-abajo es mecánica y, al ordenar por
la riqueza objetiva sin más, no tolera libertad de elección. Refleja el
autoritarismo de una atribución (no autoubicación) y carece
de posibilidad de matices y puntos intermedios, como no sea el bajo y el
ático.
Y
si de la representación gráfica pasamos a lo subjetivo, el asunto es
peor. Que unas gentes que hasta ayer militaban en el partido comunista o
aledaños y que se aprestan a recibir comunistas rebotados de otros
lares digan no ser de izquierda ni de derecha resulta incomprensible
para la mayoría. No tanto para Palinuro, quien siempre ha tenido serias
dudas sobre si los comunistas son de izquierda por más que la adjetiven
de "verdadera" o quizá por eso mismo. Pero escuchar a unos profesores
universitarios en buena medida privilegiados, viajados, con estudios en
el extranjero, decir que son los de abajo sí que no tendría
precio. Quizá por eso no lo dicen. Con lo cual, si no son de izquierda
ni de derecha, de arriba ni de abajo, no son nada.
Y
de la nada no sale nada. Mucho menos un cambio de hegemonía discursiva,
de marcos o encuadres de referencia. Nada. Sale palabrería, agitación y
propaganda. Puro embeleco sostenido en un andamiaje de fórmulas
copiadas de otros, de expresiones plagiadas y manidas: Podemos viene del
Yes, we can de Obama; la sonrisa en respuesta a los insultos
del talante de Zapatero; los círculos, de los círculos bolivarianos,
etc. Aquí, genuino, original, propio, no hay nada.
Y
menos que nada esa liebre que han echado a correr por el barbecho a la
que llaman Patria y que apesta literalmente al peor oportunismo.
Por
más que metan el elefante en el ascensor y le den al botón de asaltar
los cielos es imposible que un empeño tan antiguo, tan visto, tan
reiterado, tan poco original, coja vuelo ni siquiera al socaire de los
vientos de la muy justa indignación ciudadana. Para eso, hay que hacer
algo más que sonreír por consigna, aparecer en la tele, cambiar los
"marcos de referencia", justificar el objetivo con toneladas de
pragmatismo y tratar de colar de matute una idea y realidad del poder
basada en la ocultación de intenciones y la buena fe de la gente.
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