MADRID.- Inventó el submarino torpedero en 1888, décadas antes de que se
convirtiera en la gran arma del siglo XX. Pero España despreció su impresionante
hallazgo, siendo ninguneado en su propio país, que se lo tomó a
chufla. Se cumplen 125 años de la botadura de la gran creación
de Isaac Peral, ese genio
incomprendido, según XLSemanal.
«Si España hubiese tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido sostener el bloqueo ni 24 horas».
Así
lo reconocía el almirante George Dewey, jefe de la Escuadra
estadounidense que puso cerco a Santiago de Cuba y que aniquiló a la
Armada española en la bahía de Manila (Filipinas) durante la guerra
entre España y los Estados Unidos en 1898.
«El submarino de Isaac
Peral pudo cambiar el rumbo de la historia. Quién sabe si Cuba y
Filipinas hubieran seguido siendo españolas...», conjetura Diego
Quevedo, alférez de navío destinado en el Museo Naval de Cartagena y
experto en la figura del inventor cartagenero. El próximo domingo se
cumplen 125 años de la botadura del mayor ingenio tecnológico que España
dio al mundo en el siglo XIX: el primer submarino de propulsión
eléctrica y capaz de lanzar torpedos, un novedoso buque que copiarían el
resto de las flotas navales, con resultados devastadores en las dos
guerras mundiales. Ese invento cambiaría para siempre la manera de
combatir en el mar. Pero la miopía del almirantazgo y del Ministerio de
Marina españoles para vislumbrar su potencial sellaron su desgraciada
suerte.
El submarino fue botado en Cádiz el 8 de
septiembre de 1888. Diez años más tarde, España perdió su doble estatus
como potencia naval y colonial cuando fue barrida por la flota de Dewey
con una facilidad insultante. Para entonces, tanto Isaac Peral
como su submarino habían corrido una suerte paralela. El inventor había
muerto en 1895 en Berlín, ciudad a la que había viajado para operarse de
un cáncer de piel. Tenía 43 años y había renunciado a su sueño de
seguir construyendo submarinos. Desmoralizado y harto de zancadillas,
pidió la baja en la Armada, y esta ni siquiera le concedió una pensión.
En cuanto a su submarino, se pudría literalmente en el arsenal gaditano
de La Carraca, expoliado de sus elementos de valor y usado como retrete
por el personal del astillero. En 1929 fue trasladado a Cartagena. Y
ahora acaba de pasar por el taller para hacerle un lifting contra el óxido después de estar décadas a la intemperie.
Isaac
Peral y Caballero nació en Cartagena en 1851, donde estaba
destinado su padre, capitán de Infantería de Marina. A los ocho años
presenció el embarque de un contingente de tropas rumbo a Marruecos, y
el fervor patriótico le impresionó. Ingresó en la Marina a los 14 años.
Navegó en 32 buques. De sus 25 años de servicio, 16 los pasó embarcado.
Alcanzó el grado de teniente de navío. Pasó apreturas para mantener a su
mujer y sus cinco hijos, sobre todo después de abandonar la carrera
militar.
Fue un hombre de ciencia. Realizó cartas
hidrográficas. Publicó trabajos sobre álgebra, geometría y huracanes.
Cayó enfermo cuando un barbero le cortó por accidente una verruga en la
sien y desde entonces se dedicó a la docencia. Era un pionero de la
electricidad. La idea del submarino surgió en 1885, cuando la Marina
Imperial alemana amenazó con bloquear islas españolas en el Pacífico.
Peral pensó que un submarino torpedero podría contrarrestar la
superioridad naval en superficie de las grandes potencias.
Consiguió
que el Gobierno aceptase su proyecto, que resultó muy polémico y tuvo
apasionados defensores y detractores. Él mismo diseñó los planos, aunque
no era ingeniero naval; y sería también el comandante del sumergible,
que tenía una dotación de 12 hombres. La construcción se realizó en
Cádiz, donde el buque era visto con cierta guasa y fue bautizado como
'el cacharro' o 'el puro'. Costó 300.000 pesetas de la época, cuando el
precio de un acorazado rondaba los 40 millones.
El día de la
botadura la expectación era enorme. Y también el escepticismo. Un
ingeniero pidió al general Montojo que prohibiese el acto. «Vamos a
hacer el ridículo. En cuanto este barco caiga al agua, empezará a dar
vueltas como una pelota», profetizó. Peral pintó una línea con yeso en
el casco y aseguró que el agua no la rebasaría. Y así fue. La maniobra
fue un éxito y comenzaron las pruebas de mar. En los meses siguientes el
submarino realizó una inmersión, siguió el rumbo fijado, lanzó
torpedos... Pero el Gobierno canceló el proyecto. «No pasa de ser una
curiosidad técnica sin mayor trascendencia», dictaminó el informe que lo
sentenciaba.
No solo eso, Peral fue arrestado por un incidente absurdo. Viajó
con su mujer a la Exposición Universal de París. Tenía permiso del
capitán general de Cádiz, pero no el del ministro de Marina. Pasó dos
meses en una celda. Pero su fama ya era tal que el ministro se vio
obligado a ponerlo en libertad sin cargos. «Ofrecí al Gobierno mis ideas
y se me han inferido agravios que no creo haber merecido como premio a
mis modestos, pero leales servicios», escribió Peral, dolido. Pidió la
cuenta y pasó a la vida civil. «Los ingleses le pusieron un cheque en
blanco para que trabajase para ellos, pero era un patriota y se negó»,
cuenta Quevedo. Siguió inventando: un proyector, una ametralladora
eléctrica, un varadero múltiple... Y fundó una empresa para instalar
alumbrado público en ciudades. Pero incluso entonces se topó con la
incomprensión. «Quien pasee por la calle tendrá tremendos encontronazos
con los malditos palos», publicó un periódico que veía las farolas no
como un progreso, sino como un peligro público.