Ahora en Cartagena se puede tener no sólo más pasado, sino también más presente y futuro que en Murcia capital. Cajamurcia nos proporcionó a algunos que nos dedicamos a esto una visita guiada por el "nuevo" teatro romano de Cartagena. Nuevo porque sólo dos mil años lo contemplan y los cartagineses (que así les gustaría ser llamados a los que tienen "cartagenero" por malsonante, que lo es) todavía no se han acostumbrado a que lo tienen, y si les pides a muchos la dirección exacta te meten de cabeza en el mar.
Nunca había visto el Ayuntamiento de Cartagena tan limpio, con una oriflama de banderas que parecen estar despidiendo todavía a Alfonso XIII.
A su lado, el puerto de Cartagena es Niza. Por mucho que los murcianos redomados sigan llamando a Cartagena "Murcia puerto", como si fuera una dependencia, la realidad ya no hay quien la oculte: no hay ni una sola razón de peso para que la capital de la Región siga siendo la que es.
Durante demasiados siglos hemos estado viviendo de la visión estratégica de los moros, que como nunca les ha gustado el mar hicieron una ciudad lo más escondida posible, sobre un pantano palúdico en el que caían los "cultivatas" como moscas.
Desaparecida la misión económica y sociopolítica del río y sus riberas, Murcia se quedó sin coartada. Hizo de la incomunicación y de ser ninguna parte su idiosincrasia ("indiosincrasia", más bien), porque, según se creía, más allá del espigón de la Cresta del Gallo empezaba el fin del mundo, el "mare tenebrarum" con sus monstruos y su gente que había leído y viajado.
Pero esto tampoco hay ya quien lo pueda mantener por más tiempo. Todavía va a pasar tiempo antes de que Cartagena se despulgue del todo de la aplastante herencia del "sueldo seguro", el militarismo de pecho palomo y sin un real que finalmente la abandonó a su suerte y el cocido cuartelero a buenas noches.
Hay rincones degradados, en efecto, donde todavía sólo se puede ir de militar o de cutre, pero en Murcia íbamos todos hasta hace nada de hacendados del ladrillo, y en qué nos las vemos ahora.
Casi se me olvidaba: el teatro romano de Cartagena es una maravilla, no por lo que ha quedado, sino por lo que se deja a la imaginación, que es más importante. Es la oreja de la ciudad, en cuya concavidad aún se escuchan muy antiguas caracolas.
El arquitecto Rafael Moneo ha hecho un trabajo de sabio y de profesional decente: es más "su" teatro que el de César Augusto, pero nadie se ha enterado.
Cuando se expropien o se tiren los edificios en los que aún se huele a col agria de alrededor, en su subsuelo se encontrará la auténtica piedra fundacional de la Región de Murcia, firmada por los "doce césares" de Suetonio.