La Universidad Rey Juan Carlos es la sexta y última de las
Universidades públicas madrileñas y parece obvio que no es la mejor ya
que arrastra una reputación muy mejorable, por méritos propios. Una
universidad de este siglo, creada el año 1996 por un gobierno autonómico
del PP, presidido por Ruiz Gallardón con Gustavo Villapalos como
consejero de Educación (y Universidades).
De alguna manera la rey Juan
Carlos apareció en escena para contrastar o compensar o competir con la
Carlos III que promovió el a finales de los años ochenta un gobierno
socialista (Joaquin Leguina, presidente y Jaime Lissavelzky, consejero)
que encomendó a Gregorio Peces Barba crear una Universidad en el sur
(Getafe) con traza de modernidad.
Peces Barba hizo un buen trabajo y
articuló una universidad con buena reputación, calificada entre las
mejores del país. La Rey Juan Carlos no tuvo el mismo desempeño, a lo
largo de dos décadas ha conocido siete rectores, algunos con muy breve
desempeño y con diversos incidentes escabrosos que la hacen merecedora
del calificativo de: “universidad de los líos”, clientelar y propensa al
enredo.
El penúltimo acabó con la trayectoria del anterior rector por su
condición acreditada de “plagiario insistente” que quiso justificarse
con explicaciones inverosímiles. Y si pésimo fue el desenlace del
plagiario peor fue el comportamiento de la propia universidad, de su
claustro y gobierno ante las irregularidades del rector.
El último tropiezo es el que protagoniza ahora la presidenta de la
Comunidad de Madrid, jefa política y administrativa de las universidades
madrileñas, que en mala hora (eso debe pensar ahora) se le ocurrió
cursar un máster complementario de su licenciatura en derecho. Las
explicaciones sobre el paso de la señora Cifuentes por ese máster son
manifiestamente mejorables por insuficientes.
Y la aparición en tromba
del mismo rector, del director del máster y de uno de los profesores
complica aún más el relato del viaje académico de la presidenta de
Madrid. ¿Tenía sentido la comparecencia el rector, sin una investigación
rigurosa, en cuanto estalló el caso? ¿Tiene sentido que la señora
Cifuentes haya sido tan parca y distante a la hora de explicarse?
Los hechos son incómodos para la estudiante y, tanto o más, para los
responsables de la Universidad. No está definitivamente probado el apaño
pero tampoco se ha aclarado que no exista. De momento es evidente que
el calendario del caso y la evolución del mismo son anómalos, en las
fechas y en los errores de transcripción de notas.
Es raro que no hayan
aparecido testimonios de algunos de los otros alumnos que cursaron ese
máster, que por lo visto hasta ahora era presencial. Y bien pudiera
ocurrir que lo que hace unos días era malo lo que puede aparecer en el
futuro sea peor, sobre todo si se trata de amañar.
En el actual clima político de desafección, de desprestigio de los
políticos, el estallido de este tipo de casos, que no son aclarados de
forma inmediata, solo contribuye a debilitar la reputación de la
universidad y de la política. La pretensión de que es complejo recopilar
los datos del desarrollo de un curso formal de hace unos pocos años es
ridícula y la mala memoria del profesor que no recordaba a la alumna más
ridículo.
Pretender que Cifuentes pasó desapercibida el curso 2011-12
es incomprensible. El problema ahora es que el caso engorda, implica a
varios profesores, incluido el propio rector, que ha acreditado un
pésimo desempeño como portavoz y defensor de la Universidad. Y la señora
Cifuentes, al margen de quien haya puesto en circulación el caso, tiene
un problema que está manejando bastante mal.
(*) Periodista y politólogo
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