El éxito del festival de arte contemporáneo Mucho Más Mayo,
felizmente recuperado en Cartagena, no ha estado tanto en el seguimiento
de su programa por amplio que haya sido, sino en que ha sufrido
reiteradas censuras del alcalde de la ciudad, José López, aunque siempre
con el pretexto de los ´informes técnicos´, evidentemente solicitados
al efecto.
Tengo para mí que la mayoría de las expresiones de lo que se
ha venido en llamar arte contemporáneo son ocurrencias que no importunan
a nadie, quedan en los corrillos de los iniciados y satisfacen
especialmente a los que cobran del oficio, que habitualmente no son
tanto los artistas como los denominados comisarios.
Sin embargo, de vez
en cuando estas expresiones que se hacen pasar por arte tienen la virtud
de cabrear a algunos incautos que caen fácilmente en la trampa y
reaccionan como sus promotores esperan. La clave del arte contemporáneo
es la transgresión, signifique esto lo que signifique, y ésta sólo
adquiere visibilidad si alguien se siente aludido y reacciona con todo
el poder de que disponga para censurar esa manifestación.
Si no hay
censura o amago de ella, la ´acción artística´ pasa por complaciente, y
se computa como un fracaso. La mayoría de los políticos son ya
conscientes de esto, y en vez de reprimir a los artistas, los contratan.
De hecho, una gran parte del llamado arte contemporáneo sólo puede
existir con el patrocinio de la Administración, pues es efímero e
intangible, carece de mercado y tiene la virtud de canonizar a los
políticos que lo apoyan.
En el fondo, es como los carnavales de Cádiz,
donde el establecimiento se somete gustosamente al escarnio y paga las
facturas para que ´el pueblo´ se exprese a sabiendas de que se trata de
un rito en el fondo inocente, incluso aunque a veces los aludidos deban
apretar los dientes. El arte contemporáneo es, en general, una bagatela,
pero de vez en cuando se revela como un instrumento enormemente eficaz
para desvelar imposturas que a primera vista no son visibles para la
mayoría.
A la ahora tan denostada (por otras cuestiones, claro)
Pilar Barreiro, la exalcaldesa del PP, no la pillaron en esto. Por el
contrario, capitaneaba la libertad de la expresión cultural en su
municipio a sabiendas de que el gesto le aportaba un plus que no sólo no
afectaba a su estatus sino que lo confirmaba, por mucho que algunas de
las expresiones que ella misma promovía eran radicalmente contrarias a
lo que representaba.
En el fondo, Barreiro era a su manera también una
artista: transgredía, si de esto se trataba, frente a la parte social a
la que políticamente representaba, de modo que los performánticos no
encontraban censura (al menos hasta el último tramo de su mandato), sino
aceptación y complacencia desde el poder. Que es el modo de desactivar
toda crítica, por muy incendiaria que sea. El truco está en no darse por
aludido, como ocurre con ´los burgueses´ que aplauden en el teatro las
´feroces críticas´ a la burguesía que ellos mismos financian pagando las
entradas o votando al partido que programa esas obras en los espacios
públicos, así como divulgando la satisfacción por la excelencia de lo
representado.
Una parte de la cultura que pasa por transgresora
es una mera alfombra del poder al que teóricamente pretende alterar.
Pero siempre hay algún incauto, como es el caso de José López, cuya
inteligencia política se limita a la exaltación del localismo, a la
inserción en lo público de una especie de religiosidad básica
relacionada también con el terruño (es decir, poco católica) y a la
sumisión del poder civil al más alto valor del militar, como durante
mucho tiempo, durante el periodo predemocrático, fue cosa corriente
entre ciertas élites y el señoritismo de Cartagena y de otros ámbitos
equivalentes López no pertenece a la élite ni al señoritismo, que ya no
pintan nada, pero es su seguro servidor desde una mentalidad cautiva a
las tradiciones y al ´siempre ha sido así´. Es un muñeco fácilmente
provocable, de modo que llevarlo al ridículo está a la mano de
cualquiera. Basta con tocar determinadas teclas.
Esto no quiere
decir que deje de ser un personaje peligroso, pues le respalda la parte
más rancia de la sociedad cartagenera y ha creado un rescoldo populista
en su versión más cutre (el populismo localista) que afecta incluso a
personas sensatas que uno conoce. Ha conseguido, además, infundir miedo a
algunos periodistas, que prefieren pasar de largo o bailarle el agua
antes que verse expuestos a sus amenazas directas y nominales. Se
entiende bien, pues siempre es preferible ponerse a resguardo de los
personajes tóxicos que defienden sus imposturas con agresividad dirigida
siempre a lo personal. López es una Trumpanomalía, por lo demás
improductiva para los intereses del cargo que ocupa, pues intenta
obsesivamente trasladar sus propios fracasos a un enemigo exterior que
no piensa en él, pues está en su propio tajo.
El caso López no es
nuevo ni exclusivo de Cartagena. En la Región, algún otro político con
timbres aparentemente más sofisticados hizo de telonero de estas
prácticas de censura a la vez que proclamaba su vocación transgresora
desde el sillón de consejero de Cultura, un contradiós que la realidad
le ofreció en bandeja. Hace años, un pequeño festival, Alter Arte, que
organizaba en Murcia un grupo de artistas con algunas subvenciones
públicas, fue absorbido por el departamento de Pedro Alberto Cruz nada
más instalarse éste al frente de la consejería.
El propósito era, sin
duda, potenciarlo y que transgrediera a tope, como Dios manda, pero ya
en su primera programación institucional quedó lastrado por la censura a
Leo Bassi, un humorista italiano famoso por comer mierda de vaca en
Crónicas Marcianas, y que sin embargo prefirió, llegado a Murcia,
organizar una caravana popular para denunciar aquí y allá los brotes del
desarrollismo urbanístico, empezando por una especie de escrache bajo
el balcón del entonces presidente Valcárcel en la Gran Vía.
Esto era
demasiada transgresión para lo que podía soportar el gran jefe y su
osado sobrino, de modo que Bassi hizo su itinerario, pero sin cobrar el
caché oficial, lo cual incrementó su audiencia y la popularidad de su
acción. Durante ese periodo se produjeron otras censuras menos cantadas y
se prodigaron las amenazas a periodistas: en mi caso, por informar
sobre el cese de Joaquín Cánovas al frente de la Filmoteca Regional y
aun sin mencionar que era sustituido por el hermano del propio
consejero, Cruz ordenó la retirada de toda publicidad de su departamento
al periódico en el que trabajo, seguro que con la ingenua intención por
su parte de que quien escribe recibiera alguna amonestación o el
despido, sin percatarse de que uno trabaja en una empresa profesional y
seria, no como la suya, donde el sobrino del presidente era elevado a la
categoría de consejero, quién sabe si para con el propósito de la
confianza que se supone a las relaciones familiares pudiera compensar al
tito, mediante el presupuesto público, con un fin de semana de lujo en
Venecia a cuenta de la absurda como sospechosa participación de Murcia
en su Bienal, una vez y nada más, y sin artistas murcianos que dieran
testimonio de los dispendios. Esas eran las trazas del falso poeta
falsamente triste que se inauguró como censor cultural a la vez que
proclamaba la fiesta (fiesta, fiesta) de la transgresión cultural.
Quiero
decir que no hace falta un alcalde extravagante, desprejuiciado y
propenso a hacer el ridículo con sus astracanadas para saltarse
alegremente la libertad de expresión de los artistas o para intentar
meter miedo a los periodistas. Donde menos te esperas, salta la liebre.
El
alcalde cartagenero se ha dejado retratar como censor cultural en pleno
siglo XXI, y es verdad que sin que esto haya tenido demasiada
trascendencia, sobre todo en el mundo de la cultura, en otro tiempo tan
presto a la denuncia de este tipo de reacciones desde el poder. Tal vez
porque no es necesario ir más allá, ya que ahí queda el retrato. Pero en
el mundo cultural, o en una parte de él, también hay miedo. López no es
sólo un censor, sino también un persecutor, como el poeta de la
obviedad a quien he aludido. Y pocos están dispuestos a arriesgarse a
ser tildados de todo lo peor por un político tan desaforado, que con tan
deficiente y elemental aparato intelectual para lo que exige la
administración de una ciudad moderna de la categoría de Cartagena puede
movilizar incluso a sectores bienintencionados dispuestos siempre a
explicaciones simples en vez de a analizar las capacidades reales de
quien los lidera con ellas.
El éxito del recuperado Mucho Más
Mayo ha consistido en que unas acciones artísticas que habrían pasado
desapercibidas en una situación de normalidad política han puesto de
manifiesto que todavía hay quien toma en serio estas cosas. Tal vez por
esto, Alter Arte desapareció tras la experiencia Bassi en un contexto de
mayoría absoluta aplanadora del PP, en la que los experimentos
culturales pasaron a hacerse con gaseosa, mientras que Mucho Más Mayo se
ha robustecido, pues la censura sufrida le ha dado una razón de ser con
la que tal vez inicialmente no contaba, y resultaría todavía más
escandaloso que fuera sepultado después de dejar en evidencia que al
incauto alcalde lo ponen firme los militares de la ciudad o que se
siente afectado porque adornen con no sé qué cosa el submarino de Peral.
(*) Columnista
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/05/28/cultura-desmayada/832988.html