Hoy ha vuelto a estar ausente, y parece haber convertido su actitud en norma, del desfile de las Fuerzas Armadas y del Homenaje a los Caídos por España, celebrado en Madrid, y que han presidido los Reyes, el Príncipe y las Infantas junto al Gobierno y las Cortes. ¿Tiene el señor Valcárcel, en estos momentos y anteriormente, algo que objetar a la Corona vistos sus continuos desplantes en esta señalada fecha un año tras otro, en tiempos de Aznar y con Zapatero de presidente? ¿Está acaso entre ese 22% de españoles que prefieren una República? ¿No responde el Ejército constitucional a lo que él piensa debería hacer y no hace?.
El señor Valcárcel, como cualquier ciudadano, puede obrar como mejor considere oportuno en su vida privada. No tanto así respecto con sus deberes y obligaciones como presidente de la Comunidad Autónoma y representante de todos los murcianos, de los que le siguen votando y de quienes nunca lo han hecho, entre las que están acudir, por cuestión protocolaría, a todos aquellos eventos en los que deba estar presente la Región de Murcia aunque no le guste quien los convoque e invite.
Sus constantes abdicaciones en la asistencia a actos públicos y oficiales fuera de la Región, no se sabe bien todavía si responden también a, tal vez explicables, profundos complejos de inferioridad o a una sutil estrategia de guerra de guerrillas contra las instituciones democráticas de diverso ámbito y orden. Tal vez a ambas cosas y a que lo primero alimentaría lo segundo. Es patente la frialdad que exhibe últimamente cada vez que un miembro de la Familia Real nos visita y como trata de restar ocasiones para que el pueblo murciano exhiba y le demuestre en plenitud su adhesión.
La legitimidad acrecentada y acumulada recientemente en las urnas, lejos de eximirle o aligerar sus compromisos de representación, le obligan aún más a saber estar a la altura que exigen las circunstancias en actos que son de Estado, que no del Gobierno, como la consideración a la Bandera, la honra a la Corona y el reconocimiento a las Fuerzas Armadas en los fastos conmemorativos del 12 de octubre como Día de la Fiesta Nacional y de la Hispanidad. ¿Por qué las únicas ausencias entre presidentes autonómicos han sido, otra vez este año, la suya y la de Ibarreche?
Los extremos se tocan y viva el Cantón murciano porque esta fuga del reyezuelo de San Esteban y del fundamentalista de Ajurianea viene siendo reiterada y no caben pueriles excusas de agenda porque el 12 de octubre siempre está ahí y deber ser preferente sobre cualquier otro compromiso oficial a la hora de asistir, en nombre de los murcianos, al Desfile y a la posterior recepción en el Palacio de Oriente. Es cuestión de querer o no querer estar junto al resto de poderes del Estado en la única fecha que justifica todo el sistema que apoyan los españoles y los murcianos. ¿Tal vez no quería que su presencia se interpretase como un apoyo tácito a don Juan Carlos en estos precisos momentos? Su ausencia y su silencio institucional lo definen y lo delatan.
El señor Valcárcel lleva dos hechas en poco tiempo porque esta semana, al igual que de estudiante fumándose las clases para ir a perder un tiempo, que bien se le nota, a los billares de la plaza Fontes, tampoco ha acudido en Bruselas a la cita, trascendental para la Región de Murcia, con el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, a cuya invitación sí han respondido el resto de los presidentes de las regiones que conforman los Estados integrantes de la Unión Europea, con más motivo todas aquellas subsidiadas mediante los fondos comunitarios, estructurales y de cohesión. Todavía no hemos leído ni escuchado una sola explicación convincente que justifique no haber hecho tampoco ese viaje.
El señor Valcárcel, es cierto, atraviesa el peor momento de su vida política. Repudiado por Génova 13 y rechazado por los poderes económicos que lo auparon y sostuvieron en el cargo durante doce años, ahora son demasiados los interesados de entre ellos en prescindir cuanto antes de sus servicios ante el riesgo de requisitoria judicial que se acrecienta y avanza. Además, la organización política del PP en la Región de Murcia también le reprocha la ausencia total de democracia interna y le recuerda constantemente la necesidad de dar paso a un nuevo liderazgo. Todas las letras le comienzan a vencer a un tiempo a este indolente con idea.
Quizás por todo eso, además, no tenga gana ni de verse. Pero sigue representando a la autoridad del Estado en la Región de Murcia y no puede zafarse de representarla allá donde convenga estar en cada momento. Y si no está dispuesto a seguir sirviendo esa exigencia, es mejor que dimita y deje paso a murcianos de mayor categoría para que dignamente sienten a la Región en todas aquellas mesas donde necesitemos ser oídos y considerados. Sus nuevos negocios privados en marcha, y compartidos con su hermano, no se pueden anteponer a las exigencias del cargo público que todavía ostenta.
¿Dónde estaría ahora este muchacho si no fuese por la antaño generosidad política de su hermana, la concejala Isabel Valcárcel, como postuladora ante Juan Ramón Calero de alguien sin un horizonte laboral suficientemente claro en aquella fecha? Cabe imaginarlo fácilmente visto el personaje y estas actitudes recurrentes, todas psicológicamente demasiado explícitas, pero que no pueden implicarnos a todos ni excusar una conducta política que empieza a dar signos de enfermiza, inmadura e irresponsable para un político de su rango.
El trato informativo sesgado, hoy, de "La 7", a los actos de la Castellana, lo dicen todo y explican en parte la espantada de un Presidente fuera de tiempo y su claro ánimo de revancha de no se sabe muy bien qué.