La reunión del martes entre el president, Quim Torra, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha dejado encima de la mesa una oportunidad de aprobación de los presupuestos de la Generalitat y
de la capital catalana que ambas partes tendrían que aprovechar después
de la oferta pública de Colau.
En síntesis, la propuesta de la primera
edil municipal consiste en un intercambio de apoyos en el Parlament y en
el consistorio de la capital catalana, habida cuenta de que en ambas
administraciones los respectivos equipos de gobierno no cuentan con
mayoría suficiente para tirarlos adelante sin apoyos externos.
Colau ha dado un paso adelante y hay que cogerle la palabra, aunque
las últimas experiencias son más bien frustrantes para el Govern, ya que
el vicepresident Pere Aragonès ya lo intentó el pasado año y recibió
calabazas, pese a que las cuentas públicas eran imprescindibles para
mejorar toda una serie de servicios sociales que no se pudieron
incrementar al no tener luz verde los presupuestos.
De hecho, los
últimos presupuestos catalanes que se aprobaron fueron los del 2017
gracias, sobre todo, a una jugada táctica del president Puigdemont que
los vinculó a una moción de confianza y logró el apoyo de la CUP. Pero
en los últimos diez años, en cuatro ocasiones han sido prorrogados.
En los cuatro años de mandato de Colau solo en una ocasión ha
conseguido aprobarlos por el pleno, aunque sí los ha sacado a través de
una moción de confianza en la que ha sido imposible conformar una
mayoría alternativa. En cualquier caso, aunque ambas administraciones
tienen necesidad de aprobarlos, la situación de la Generalitat es más
urgente y, en la práctica, más difícil. Tanto es así que Torra y
Aragonès deben intentarlo tanto con los comunes ―la historia invita al
escepticismo― como con la CUP ―hay que explorar los márgenes de su nueva
hoja de ruta―.
Si con ninguna de las dos formaciones es viable, quedará el camino
del PSC y que ya ha invocado Iceta. Es un itinerario, este último,
repleto de espinas. Pero la obligación de cualquier gobernante es no
cerrarse puertas y explorar todas las opciones, también las
aparentemente imposibles, y los socialistas están en esta lista, si lo
que está en juego es la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos.
Lo peor, siempre, es no aprobarlos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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