El régimen del 78, tal como lo hemos conocido desde entonces, ha entrado en una crisis irreversible en la última década. Monarquía, Catalunya, partidos políticos, cloacas del estado, medios de comunicación, justicia en sus diferentes latitudes, desde el Constitucional al Supremo pasando por la Fiscalía, élites empresariales... 

Son varios de los ejemplos que se pueden citar. ¿Quiere eso decir que el régimen está muerto? La respuesta solo puede ser que no. Agoniza pero se resiste a desaparecer y utiliza sus tentáculos para detener el paso del tiempo.

Lo hemos visto en el Ayuntamiento de Barcelona, donde ya hemos comprobado cuál era el objetivo real de la candidatura de Manuel Valls. Un representante genuino del sector empresarial que lo avala lo explicaba así este fin de semana: “Hemos parado el golpe de la pérdida de la Cambra hace unas semanas y evitado que el independentismo esté gobernando en los dos lados de la plaça de Sant Jaume. El temor a que las piezas caigan una tras otra ha desaparecido”.

Colau-Valls apuntalando el régimen que la primera aparentemente venía a combatir es canela fina. Peor suerte viven sus compañeros de Podemos ya que allí donde el independentismo no existe son el único enemigo a batir. Llegado el momento Colau ya les mandará un abrazo fraternal. ¡Qué mal todo! 

Juan Luis Cebrián pedía este lunes desde las páginas de El País un "pacto nacional" entre PSOE y Ciudadanos para que el próximo gobierno de España no dependa de Podemos y de los independentistas. Bajo el título de “Cómo defenderse de un golpe de estado” hablaba de la emergencia de un estado en peligro y ponía el foco en el buen hacer de Valls. 

Eso, el mismo día que el socialista Diego López Garrido, ponente en el Congreso del delito de rebelión en el Código Penal de 1995, proclamaba que el juicio del 1-O “no ha podido demostrar la rebelión porque no la hubo” ya que faltaba lo fundamental: la violencia.

Eso sí, Fiscalia, Cebrián y demás hablando de golpe de estado para apuntalar unas condenas elevadas. Nada nuevo, la mentira como estandarte del tiempo presente. El viejo tiempo.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia