Los símbolos son caros. El periódico
parece objetar a que los gastos de la presidencia simbólica (que,
además, juzga muy elevados) vayan con cargo al erario. No se ve a qué
otro pudieran ir siendo una decisión del Parlament. Vamos, que el gobierno, muy atento a no meterse en más líos para salir mal parado, piensa no darse por enterado.
Será
a efectos internos. A los externos, el ministro de Exteriores ya ha
tenido la delicadeza de meter la pata insinuando conflicto diplomático
con Bélgica. En verdad, no tienen arreglo. Esto de la política les es
tan ajeno como el hockey.
No
querían un referéndum pactado de autodeterminación y han tenido cuatro
(el 9N, el 27S, el 10 y el 21D), el último convocado por ellos mismos. Y
perdiéndolos todos, uno detrás de otro. Fabuloso.
No
querían a Puigdemont de presidente y van a tener dos, uno simbólico en
el exterior y otro real y efectivo en el interior que tendrá otro nombre
y figura pero irá en unidad de acción con el externo. Eso no hay modo
de evitarlo. Como no lo hay de evitar que esta República Catalana vaya
asentándose feliz aunque trabajosamente.
Resueltos
que estén los trámites de la investidura se abrirá un tiempo nuevo con
nuevos planteamientos y conflictos. Según parece el frente judicial
unionista tiene previsto escenificar un proceso inevitablemente político
contra el independentismo hacia el otoño. Entre tanto proseguirá su
tarea de procesando a más gente.
Una
vía sin salida pues no es sino la perpetuación del conflicto. Es
incomprensible que los instigadores del 155, su frente mediático y
judicial, no vean que la represión solo puede llevar a la generalización
de la desobediencia.
No lo ven porque es una cuestión de dignidad.
Un ejemplo
Ojalá tenga éxito de taquilla esta
película, recientemente estrenada. No solo por su calidad
cinematográfica, altísima, las interpretaciones de Streep y Hanks,
excelentes, el guión, muy logrado, todo lo cual ha sido muy señalado por
la crítica, sino sobre todo por su contenido. Y, más aun, porque se
ajusta al dedillo a la situación en España.
El
mensaje esencial de la película es que las únicas defensas contra un
gobierno corrupto con mayoría parlamentaria consiste en una prensa libre
y unos jueces independientes con sentido de la justicia. Ahora,
calculen.
La peli narra la historia de los Papeles del Pentágono,
un gigantesco estudio multidisciplinar sobre la guerra del Vietnam
(desde 1945 a 1967) encargado por el Secretario de Estado de Nixon,
MacNamara, filtrados a la prensa en 1971. De los papeles se deducía que
las sucesivas administraciones habían estado mintiendo al público y al
Congreso sobre las actividades de los EEUU en esa guerra.
Nixon se movió
para parar la publicación y fue hasta el Tribunal Supremo. Este, sin
embargo, acabó sentenciando en contra del gobierno, a favor de los
periódicos que habían publicado los papeles, invocando la primera
enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que consagra la
libertad de expresión.
El Washington Post, periódico que pasaba entonces por un mal momento, decidió sumarse al New York Times
y publicar los papeles, entrando en una dinámica de confrontación con
el gobierno muy peligrosa para su supervivencia como empresa. Al final,
triunfa la libertad de expresión, amparada por unos jueces justos. Un thriller político.
Más
o menos, la película acaba ahí. Pero no la historia que, en buena
medida, sigue por cuanto el Tribunal Supremo dio la razón a la prensa
frente al gobierno pero este mantuvo la acusación por el delito de
revelación de secretos contra Daniel Ellsberg, uno de los académicos que
participó en la redacción del estudio y lo entregó luego a la prensa.
En 1973, sin embargo, un juez federal archivaba la causa y exoneraba a
Ellsberg al demostrarse que las pruebas que el gobierno esgrimía contra
él se habían obtenido ilegalmente, delictivamente.
Así salió en el curso
de otro sonado proceso muy relacionado con este, el caso Watergate,
en donde quedó claro que el gobierno de Nixon y el propio Nixon eran
unos delincuentes que habían recurrido a todos los medios ilegales
posibles para espiar a los adversarios políticos o para silenciar a la
prensa o a los jueces a través de intentos de compra por promesas de
cargos. Parte de esa actividad delictiva había sido fabricar pruebas
contra Ellsberg.
La
historia es como un triángulo: vértice A (película de Spielberg)
papeles del Pentágono, revelados por Ellsberg. Vértice B (película de
Pakula), caso Watergate. Vértice C, Ellsberg es exonerado y poco después, Nixon dimite. Obviamente, ya habría tenido que hacerlo con lo Papeles del Pentágono pero aguantó hasta el final, hasta que ya iban a inhabilitarlo.
Ahora aplíquese toda la historia a España. ¿Prensa similar al NYT y el Post de
la época? Ni pensarlo. ¿Jueces como los del Supremo o el juez federal
Byrne, que rechazó los cargos del gobierno? A la vista está. ¿Gobierno?
Igual de corrupto que el de Nixon, o más, aparte de mucho más
incompetente y cutre, un personal que ha realizado todo tipo de
maniobras e ilegalidades para tapar sus fechorías, hacer juego sucio
contra los adversarios, amañar procedimientos, preisonar y comprar
jueces y, por supuesto, untar y someter a la prensa.
La
única defensa contra un gobierno corrupto con mayoría parlamentaria (el
del PP la tiene de hecho a través del B155) son unos medios y unos
jueces independientes y libres.
Compárese con la película.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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