Empezaron enviando a la Guardia Civil, a
ver si podían hundir a Convèrgencia y, con Convergència, la lista
conjunta y con la lista conjunta, el movimiento independentista catalán
acusándolos de corrupción, algo en lo que el gobierno, su partido y el
sobresueldos que los dirige tienen máxima nota y muchos trienios.
Muy
mal han de venir los sondeos que el PP encarga en secreto con nuestro
dinero para que no se haya "filtrado" en agosto ninguno de esos que
augura la derrota del Sí. El paso siguiente fue encargar a Felipe
González una carta comparando a los independentistas con los nazis y los
fascistas. No con los franquistas, claro, pues se podría descubrir el
sucio truco de condenar a las víctimas llamándolas victimarias. Una
carta vergonzosa que El País, otro pecio de indignidad de lo que
antaño fue un periódico decente, trompeteó a los cuatro vientos,
ganándose de paso la subvención de la cuadrilla de facinerosos y más
desprecio (si cabe) de la gente libre de este país.
La
vicepresidenta del gobierno gorgojeó a continuación su gran aprecio por
la carta de González. En otro tiempo, el espaldarazo de esta ratita
hacendosa, cobradora presunta de sobresueldos dudosos, hubiera sido un
desdoro. En otro tiempo. No tardó en salir Aznar, símbolo del
encanallamiento político español más hondo, a dar unas palmaditas satisfechas en el lomo de González por la carta
y, de paso, una colleja, al recordarle que con la epístola se limitaba a
enmendar yerros pasados. Y Felipe González, el gran líder de la
renovación española, depositario de una tradición de la izquierda,
callado y con los ojos bajos. Una humillación mucho mayor de la que
puedan haber sentido los independentistas catalanes a quienes el
presidente de honor del PP trata con el desprecio y la chulería de
cuarto de banderas que acostumbra. Mucho mayor porque estos
independentistas se han enfrentado a este rancio franquista amenazador
con una gallardía de la que González carece.
A su vez, el presidente de los sobresueldos decidió, con su perspicacia habitual, internacionalizar la cuestión catalana, metiendo la pata, como acostumbra, según señaló ayer Palinuro en su post sobre la revolución catalana.
Para arreglarlo ha convencido hoy a Frau Merkel para que le eche una
teutónica mano, advirtiendo al personal de la perogrullada de que los
tratados y la ley han de cumplirse. Lo que no le ha dicho a su amiga (y,
por tanto, la ha engañado, como siempre que habla con alguien) es que
esa ley que hay que cumplir, el primero que no la cumple es él. Y no
solo que no la cumple sino que, cuando le molesta, simplemente la cambia
de un plumazo por medio del rodillo parlamentario de que dispone
compuesto por diputad@s ovin@s a l@s que basta con despertar de un
codazo para que voten lo que se les diga. Que para eso se les paga. Y se
les repaga. Y se les sobrepaga. Y se les deja hacer asesorías verbales cuando los pagos, repagos y sobrepagos no les parecen suficientes.
El
atropello viene ahora por vía de una reforma exprés del Tribunal
Constitucional, apañado por los miembros más franquistas y catalanófobos
del PP con el fin de proceder contra Mas y yugular el proceso catalán
con una apariencia de legalidad. En realidad, un berrido de jayanes de
taberna, lo que son los Albioles y Hernandos y otros finos juristas,
perfectamente inútil por tres razones: 1ª) porque, por motivo de forma y
contenido, la propuesta es inconstitucional; 2ª) porque es ociosa pues
el ordenamiento jurídico ya pone a disposición del gobierno -incluso uno
tan incompetente y corrupto como este- los medios precisos para
conservar la legalidad; y 3ª) porque nada puede conseguir que un
Tribunal Constitucional, presidido por un militante del PP y enchufado
directo del presidente, adquiera una autoridad y prestigio de los que
carece y menos que nada este último atropello.
Pero,
claro, el atropello no pretende justificarse jurídicamente, sino que es
una argucia política. Al presidente de los sobresueldos le importa una
higa lo que pase en Cataluña en donde ya sabe que nadie va a votarlo. Lo
que le importa es ganar votos en España a base de mostrarse duro,
recio, íntegro, español, con los catalanes. Eso, calcula él, paga en
votos y, al tiempo, deja hecha unos zorros a la oposición de izquierda,
que ya no sabe que hacer.
Y
no le falta razón. ¿De qué le sirvieron sus jeremiadas a González? ¿De
qué el españolismo impostado de Iceta en Cataluña? ¿De qué las
patochadas e inmoralidades de Sánchez gritando "¡más España!", como si
fuera Millán Astray, o envolviéndose en la rojigualda o, vergüenza
inmunda, yendo a manchar el monumento a Lázaro Cárdenas con la bandera
contra la que el expresidente mexicano luchó toda su vida? De nada.
Enésima lección de que el acobardamiento, el apaciguamiento, la miseria
moral frente a la oligarquía española y otras especies de chulos
mesetarios no paga.
Ya es tarde. En medio del griterío bravucón de estos franquistas neoliberales
o nacionalcatólicos, el PSOE no tiene tiempo (ni su gente categoría
intelectual) para tratar de explicar al electorado español las
posibilidades de un enfoque distinto, dialogante, negociador que, con
buena voluntad y respeto a los derechos de los pueblos, apunte a una
posibilidad de solución que no sea un trágala perro. Y para su bochorno
tendrá que uncirse al carro de la derecha más bestial y beber todas las
cicutas de lo que vaya a pasar porque, como es de suponer, los
independentistas no cederán (ni tienen por qué) y la confrontación
entrará en una vía de "fuera terceros".
Y a la llamada izquierda transformadora,
en su versión tradicionalmente anguitesca o en la nueva de los rollos
podémicos, ya ni merece la pena referirse. Muda de terror y espanto ante
un conflicto que ha demostrado su vacío estratégico y su perfecta
inutilidad, solo aspira a que el viento de la historia pase y no le
desmantele el chiringuito seudo-radical.
El duende del proceso seguirá informando.
Hermenéutica de una chapuza
Por fin una portada de El País
que no imita el tebeo de Marhuenda, sino que informa y con enfoque
crítico. Luego lo estropea con un lamentable editorial en el que
considera un grave error
lo que no es más que un atropello, una cacicada y una ilegalidad. Pero,
cuando menos, la portada explica bien lo que quiere hacer el gobierno:
poner todos los poderes del Estado a sus órdenes y dictar una ley para
perseguir a un ciudadano. Algo contrario a todos los principios
jurídicos del Estado de derecho. Por eso la vicepresidenta del gobierno
mostró el cinismo que caracteriza a esta asociación de presuntos
malhechores al afirmar que la reforma tiene carácter general,
como diciendo que no está pensada como un acta de proscripción personal
contra Mas. Pero no cuela: esa reforma (inconstitucional e ilegal) es lo
más parecido que cabe hoy encontrar a un bill of attainder
(norma penal contra un ciudadano concreto, en este caso, Artur Mas),
expresamente prohibido en la Constitución de los Estados Unidos.
Por eso dice Artur Mas, a su vez, el ciudadano a pique de prescripción, que con la reforma el gobierno se carga el Estado de derecho.
Corto se queda el hombre. Hace mucho tiempo que el PP y el presidente
de los sobresueldos se han cargado el Estado de derecho. Solo que hayan
gobernado mediante decretos-leyes ya identifica su estilo con el de la
arbitrariedad más contraria a esa forma de Estado que se basa en el
imperio de la ley. No del decreto-ley. Le viene bien a Mas saber con
quién ha de habérselas porque, hasta hace poco tiempo, el PP y la
derecha catalana se han venido apoyando y tapando las vergüenzas
mutuamente. A lo mejor no le sirve de nada pero tome nota el presidente
de que, cuando vayan por él, a su lado solo tendrá demócratas.
A
mendigar apoyos internacionales en contra del nacionalismo ha salido
Rajoy con la falta de dignidad que lo caracteriza. A sus abyectas
peticiones ha respondido una reticente Merkel que hay que respetar los
tratados de la Unión. De Perogrullo. Pero no ha dicho que una Cataluña
independiente haya de salir de la UE. Y aunque lo hubiera dicho, ¿no es
España una gran nación? ¿Desde cuándo van las grandes naciones pidiendo
árnica? Y no es lo único. El mismo personaje de los sobresueldos planea
reunirse con Cameron el viernes y presionarlo también para que se
declare a favor de la unidad e integridad territorial de España. Hace
falta ser ruin cuando se recuerda que Cameron es el primer ministro de
un país que, dueño de Gibraltar, rompe esa unidad e integridad
territorial españolas que a Palinuro le parecen una filfa, pero estos
neofranquistas dicen tener el fondo de su corazón.
Pedro Sánchez acusa al PP de cortejar a la extrema derecha
con esta reforma, lo cual es obvio. Pero esa no es toda la historia.
Sí, se pretende dar carnaza a la chusma anticatalana que hay en el PP,
empezando por su presidente cuando recogía firmas contra el Estatuto de
2006. Pero no solo eso. También se pretende proyectar una imagen de
duros de película con las veleidades separatistas catalanas para ganar
los votos de la España profunda y dejar al PSOE y a la izquierda en
general en dique seco. La reforma, en efecto, es un atropello, un
puñetazo encima de la mesa, como diría Albiol, cuyas dimensiones
externas son inversamente proporcionales a las internas, para ganar las
elecciones de diciembre. Pero, ¿qué propone el PSOE? ¿Una imprecisa
reforma constitucional que el PP -cuyo voto es imprescindible para ello-
ya ha rechazado expresamente? ¿Qué, si no? Y ahí está el problema, en
que el PSOE no propone nada con consistencia mínima, ni una idea. Cero.
Su actitud es la mejor garantía de que, pase lo que pase en Cataluña,
las elecciones en España las ganará el PP. Y eso ya sí que es el colmo:
que por la pobreza mental, la indolencia, la falta de talla política y
la de coraje y arranque de la actual dirección socialista, la gente en
España esté en riesgo de verse otros cuatro años gobernada por una banda
de sinvergüenzas y ladrones.
A
su vez, la reacción de los de Podemos aun es más lamentable que la del
PSOE. Obsesionados con la centralidad, la ambigüedad y la necesidad de
no mojarse en el asunto de la independencia para no perder votos en
España, que es lo único que les importa, equiparan a Rajoy con Mas y
sostienen que ambos juegan al despiste y a lanzar cortinas de humo. Por
no pronunciarse en el espinoso asunto de la autodeterminación de las
catalanes son capaces de la mayor vileza, esto es, igualar al agresor y
al agredido y sostener que la víctima y el victimario son iguales. Y esa
sí que es una cortina de humo revestida de miseria teórica y ruindad
moral.
El
resto de las reacciones al nuevo atropello de la asociación de
presuntos malhechores, da para un vademécum de la risa. El candidato del
PP a la Generalitat, Albiol, alma (roma, pero alma) de esta chapuza da
el tono verdadero del grupo de matones que la apoya. Según él, se acabó esta broma.
Ni es una broma, ni va a acabarse porque cuatro descerebrados de
derecha cerril confundan la España de 2015 con la del 18 de julio de
1936 que es la suya.
Duran Lleida, también instalado en la plataforma de El País,
escribe un lacrimógeno artículo repartiendo culpas con una
equidistancia bochornosa y viniendo a decir que la lucha de los
catalanistas por sus derechos es equiparable a la de una manga de
presuntos ladrones, neofranquistas y nacionalcatólicos por mantener sus
privilegios y seguir esquilmando a un país que ya está al borde del
colapso. Algo tiene que ver, desde luego, el hecho de que él mismo haya
vivido a cuerpo de rey sin acordarse en treinta y tantos años de
enmendar de forma eficaz una situación de cuya injusticia se queja
ahora, cuando sus privilegios pueden desaparecer.
Parecida intención de escabullir el bulto muestra Ada Colau que cada día defrauda más expectativas, cuando gimotea que no deben judicializarse los conflictos políticos. Por
supuesto. Pero es que no es el caso. La chapuza del Tribunal
Constitucional no judicializa nada porque ese órgano no es parte del
poder judicial. Simplemente es una arbitrariedad y un atropello contra
el que toda persona de bien y de convicciones demócratas debe alzar la
voz.
Pero
en este país cuando son los amos del cortijo quienes alzan la voz,
muchos, demasiados, tienden a bajar la suya y hablar en susurros.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED