Las lectores más veteranas de Palinuro
recordarán que este se pasó media legislatura (la Xª, la de la mayoría
absoluta de un PP descontrolado) pidiendo una moción de censura (MC).
Pero el PSOE estaba entonces en una oposición puramente nominal. En
nombre de los “pactos de Estado”, término rimbombante que encanta a
Rubalcaba, este impidió que los socialistas fueran oposición real a un
gobierno autoritario, depredador, que estaba provocando la fractura de
España.
Esa
era la obsesión del entonces SG del PSOE, la unidad nacional, en cuyo
nombre promovió la Declaración de Granada, embarcando al partido en las
procelosas aguas federales y selló con Rajoy un pacto perfectamente
inútil pero hosco y amenazador para el independentismo catalán, la Ley
de Seguridad Nacional.
¿Cómo
iba a presentar MC al PP su más firme aliado? Las consecuencias fueron
desastrosas: en 2011, con Rubalcaba de candidato, el PSOE perdía más de
cuatro millones de votos y más de cincuenta diputados. Notable
despeñarse en un tiempo en que aún no existía Podemos. Rubalcaba terminó
su labor de derechización del PSOE y promovió la candidatura de Sánchez
a la SG por creerlo firme patriota español, como él mismo. A fe que
Sánchez empezó sobreactuando, envuelto en una bandera rojigualda, como
un prócer latinoamericano y ofreciendo el remedio de “más España” para
los males de España. ¿No quieres sopa? Dos tazas. Al Sánchez de aquella
legislatura, acosado por las redes baroniles del PSOE, lo de una MC le
sonaba a chino mandarín.
Todo
en orden y la Patria a salvo. Pero los cónsules vigilaban y bastó que
Sánchez insinuara o diera motivos para sospechar que estuviera
insinuando la conveniencia de un diálogo con los nacionalistas (los
otros, claro) para que quienes le encumbraron al Olimpo de Ferraz lo
arrojaran al profundo Tártaro. Conocemos la función. La encargada de
consumar el hecho fue Díaz, empujada a partes iguales por su ambición y
su inexperiencia. El frente de conjurados patrióticos (todos presentes
en el Ifema como en un sepelio) no se dio cuenta del error de haber
amparado esa candidatura hasta que ya fue demasiado tarde.
Quien
sí lo hizo, con la celeridad que le caracteriza, fue Podemos. Dio
ingenuamente por buenos los vaticinios de los medios de la victoria
arrolladora de la candidata al frente del aparato sobre un infeliz
afuereño que venía buscando revancha. Un error de cálculo de
principiante. Díaz tenía que hacerse con la SG y el PSOE y el PP
sellarían una gran coalición a cuenta de Cataluña, lo cual permitiría a
los morados mostrar la prueba empírica de su teoría de las “dos
orillas”: en una, el bloque de la derecha (PP, PSOE y sus nouveaux nés) y
en la otra la verdadera, la auténtica, la única izquierda. Así se vería
escenificado en una MC.
Un
espectáculo, decía ayer Rajoy en tono despreciativo, como si dijera, un
simulacro, de esos que practica él con asiduidad. Claro que la MC es un
espectáculo, como los que protagoniza el propio Rajoy cuando comparece
en plasma, por ejemplo. La política tiene mucho (no todo) de
espectáculo.
Lo
extraño es que alguien tan avezado en lo espectacular no previera el
giro que tomarían los hechos, cuando el afuereño dubitativo se convertía
en una resplandeciente ave Fénix y encandilaba a la militancia, a los
votantes y a buena parte de los medios. Al verse ensombrecido, Podemos
aceleró la MC y la introdujo en el debate de primarias con el objetivo
obvio de arrebatarle protagonismo mediático. Cosa inútil.
Al
final, quedaba claro que la MC no era contra el gobierno, pues no se
negoció previamente a su anuncio con ningún partido de la oposición,
sino contra parte de esa oposición, contra el PSOE, vieja querencia del
alma comunista que anida en Podemos. Se lo dijeron todos ayer, incluido,
lo que ya es el colmo, el presidente del gobierno, que se lo tomaba
todo a beneficio de inventario pues traía escritas las respuestas a unas
intervenciones que aún no había escuchado.
Se
lo dijeron también los demás, muy señaladamente los catalanes de JxS
haciendo ver al candidato que no podían votar a su favor cuando ni él
mismo se aclara en las cuestiones básicas del referéndum, el demos y la
legalidad de la consulta. Cuestiones sobre las cuales, sin embargo, los
anticapis ya han pasado el Rubicón de la unilateralidad. Y cuestiones,
también, que ponen de relieve cómo la llamada "cuestión catalana" es, en
realidad, la cuesstión española.
La
MC fracasa y no consigue adhesiones. Ni siquiera puede utilizarse
políticamente, como hizo Felipe González con la que se enfrentó a
Suárez. Al contrario, la conclusión de esta iniciativa es que aquí no ha
surgido un líder, ni un partido, ni un proyecto. Rajoy para rato porque
no hay alternativa.
Pero
sí la hay. Justamente el fragor de la trifulca parlamentaria llegaba a
los oídos del apartado SG del PSOE quien, retirado como Cincinato a sus
posesiones en Ferraz, espera que la República lo llame para salvarla de
un inminente peligro. Y, con él, llame a su partido. A la sombra, pues,
hay hoy un líder y un partido que se sitúa en la izquierda y solo está a
falta de concretar su programa en el próximo 39º Congreso.
Ese
líder y ese partido tienen la obligación política de promover la
destitución de Rajoy, como se prometió en las primarias. Por dimisión a
instancia propia, mediante reprobación o, llegado el caso, una MC. Pero
una nueva. Este es un punto importante en las discrepancias sobre las
distintas MC de que se habla. Una de las discrepancias más claras es si
se presentan de buena o de mala fe. La de Podemos es de la segunda
categoría, pues se presenta sin negociar nada previamente, como una
imposición, un trágala, un hecho consumado. Estás conmigo o contra mí.
Los de Podemos creen haber hecho bueno ese defecto de procedimiento a
base de ofrecer la retirada de su propuesta si el PSOE presentaba una
suya, incluso con su candidato.
No
entienden que decir a los demás lo que tienen que hacer a base de
ofrecerles algo en lo que no están interesados no tiene futuro en la
política. Ni en la vida civil.
Provocaciones
La
vicepresidenta de España y virreina de Cataluña ha comparecido en los
Desayunos de TVE, convertida en némesis del independentismo catalán. El
acto de apoyo a la convocatoria del referéndum le parece una
“provocación”. Opina que el apoyo al referéndum y la independencia está
descendiendo. En qué se basa es un misterio.
Al
descender el apoyo social, sigue Sáenz de Santamaría, la Generalitat
necesita tensionar la situación para mantener movilizadas a las bases. Y
la verdad es que se movilizan bastante, a diferencia de las de la
propia vicepresidenta, que apenas reúnen dos docenas de fieles agitando
banderas bicolores por las calles vacías.
Pero
la vicepresidenta es tajante y disipa toda duda: haga lo que haga la
Generalitat, el referéndum no va a celebrarse. Y ¿cómo va a impedirlo el
gobierno? Igualmente tajante en la respuesta, aunque esta plantea un
problema de lógica que frisa en lo ridículo: ¿que qué se hará para
impedir el referéndum? No caer en la trampa de la provocación, no
dejarse arrastrar por ella, ni siquiera con la convocatoria de la
consulta. Es decir, no piensa hacer nada. Es difícil impedir un
referéndum no haciendo nada.
Y
no sabiendo ni queriendo saber nada. Pide Sáenz de Santamaría a
Puigdemont que acuda al Parlamento con su plan, lo someta a votación y
se vuelva a su tierra con una mochila cargada de “noes”. Puigdemont
rechaza presentar nada a votación. Quiere ir a explicar su política.
Santamaría responde que el Congreso no es sitio para conferencias. Pues
no vendría mal a sus señorías una información de primera mano, un briefing sobre algo acerca de lo que tienen que pronunciarse y normalmente no saben nada.
Aunque
es una línea de no-acción, muy del gusto de Rajoy, que parece influido
por cierto fatalismo hindú, es dudoso que pueda mantenerse a la larga
frente a una Generalitat que lleva la iniciativa política hace ya
tiempo, tiene una hoja de ruta claramente marcada y se considera
legitimada por un mandato de la mayoría absoluta del Parlamento.
Está
claro que la estrategia de la inacción se romperá favor de la acción
represiva tan pronto la Generalitat o el Parlamento adopten una decisión
que dé pie a ello. La proclamación de la fecha y la pregunta en el
Pacto Nacional por el Referéndum, puede ser el comienzo. La Fiscalía ya
habla de denunciarlas. El decreto de convocatoria o la decisión del
Parlamento serán actos recurribles ante las instancias pertinentes y
probablemente con vistas a iniciar procesos de inhabilitación.
Entre
tanto, en el día a día de los preparativos del referéndum todos los
actos de las administraciones públicas catalanas serán escudriñados al
detalle en busca de algún posible ilícito dentro de la profusión de
prohibiciones de consultas de ningún tipo en Cataluña y que permita
paralizarlo. La administración central y la Fiscalía están dispuestas a
obstaculizar cuanto puedan el referéndum.
Pero
lo decisivo serán las medidas represivas que se tomen respecto a las
autoridades gubernativas y parlamentarias de la Generalitat. Al
respecto, el presidente de esta anuncia que no aceptará más
inhabilitación que la del Parlamento, lo que deja fuera de juego el
ordenamiento constitucional en el caso de su persona y, es de suponer,
en el de Cataluña entera. Probablemente, esta negativa abrirá un intenso
debate.
Pero
tampoco será preciso llegar hasta él. A fines de mes o primeros de
julio se presentará el proyecto de Ley de Transitoriedad que, a no
dudarlo, el gobierno español recurrirá ante el Tribunal Constitucional,
al tiempo que lamenta por enésima vez que se suprimiera aquel bendito
“control previo” que permitía bloquear leyes antes de su entrada en
vigor. Y de recurso en recurso, el Estado acabará consiguiendo que el
Parlamento catalán proclame una Declaración Unilateral de Independencia
(DUI). Obviamente, el Estado no podrá entonces inhabilitar al presidente
del gobierno de otro Estado.
La
estrategia del gobierno es la confrontación al límite, dispuesto a
utilizar todos los medios, incluida la fuerza. De esta dispone de una
amplia gama pero, por modesta que sea la que emplee en Cataluña, siempre
será superior a la de la Generalitat que solo cuenta con unos
contingentes de policía y un apoyo social generalizado. Su fuerza
radicará en el nivel simbólico de la resistencia.
De
este modo quedará claro que, para hacer frente a lo que se considera el
abuso de poder del Estado se necesita otro Estado. Ese casi 80 por
ciento de catalanes partidarios de un referéndum ya saben que solo lo
conseguirán siendo un Estado. La represión viene a dar la razón al
independentismo. Suele pasar que el represor legitima al reprimido y lo
ayuda a triunfar. Que este lo consiga finalmente depende ante todo de
él. De su voluntad.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED