Guardaba la esperanza de que, en las distancias cortas, Teodoro García Egea,
número dos del PP, me inspirara cualidades que se suponen necesarias o,
al menos, convenientes, para el ejercicio de la política y las
responsabilidades del liderazgo, ya que lo que venía viendo en él, por
sus intervenciones en el ambiente político murciano, era desolador:
un
irresponsable que mentía en el caso del paseo fluvial de Cieza, un
oportunista que aprovechaba cualquier ocasión para que se le viera y
oyera, aunque fuera sin criterio o plan, siempre metiéndose en el
charco, como en la promoción de un hotel en el faro de Cabo de Palos.
Yo
lo veía atrevido, aunque ignorante, demasiado pueblerino para mi gusto:
un inconsciente que se sentía arropado (al modo del 'niño bonito' o
algo así) por un poder regional monopolístico, y que en consecuencia le
daba igual ocho que ochenta al opinar, proponer o justificar sus
ocurrencias.
Por todo ello, y a falta de conocerlo directamente, me pegué al televisor el día que la periodista Ana Pastor
lo entrevistó en la televisión, directa y personalmente. Y no es que no
le hiciera las mismas preguntas que yo le hubiera hecho (ya que, aunque
incisiva, la periodista nunca quiere explotar su éxito arrinconando y
sacándole los colores al entrevistado), porque su guion era el adecuado y
el trance fue suficiente para retratar al personaje.
De mi reflexión,
quiero destacar media docena de rasgos del político Teodoro García que,
sin haber llegado a aprendiz de político ya conoce las mieles del alto
liderazgo (¡qué mala cosa!).
Lo
que más quiero destacar es que nunca respondió ni sí ni no a las
numerosas preguntas comprometidas, incapaz de mostrarse con ideas,
propias o establecidas, de las que sentirse responsable. Bajaba y
agitaba la cabeza y se refugiaba en las posiciones de consigna de su
partido; y ya está.
Puesto que
su actitud general fue de presión y ataque al PSOE en el Gobierno, no
quiso ni por asomo vincularse a un PP enfangado y escandaloso. Para
ello, se quiso desvincular del 'PP de antes' y de líderes descalificados
por la justicia y la política porque 'no los había conocido'. Esa es la
misma actitud de su compadre Casado, que sin embargo ha aprendido más que él (y no disimula una poderosa capacidad para la perversidad).
Pretendió,
en consecuencia, que ignoremos que se ha criado en ese PP degradado y
corrupto, empezando por el de su pueblo, siguiendo por el de su región y
acabando, ahora, con el nacional.
No
había, pues, nada de político (si seguimos creyendo en la política como
ciencia, arte y ética) en ese Teodoro evasivo y repetitivo, pegado al
mantra de ordenanza con el que este PP quiere recuperar lo que ahora
ostenta el PSOE: que si la Cataluña insurrecta, la alianza con la
extrema izquierda, la política manirrota, la convocatoria de elecciones?
Lo que había en esa entrevista era una declaración insistente de
filibusterismo político, la autodefinición de un listillo que practica
el corso con sus enemigos políticos, al acecho de la presa desarmada o
en dificultades, dándoselas, además, de duro, contundente y exitoso. Es
esa su escuela y la política en la que ha crecido, es decir, la mera
antipolítica: oportunismo, falta de nivel global, carencia de iniciativa
o carácter personal, culto fervoroso al líder, hipocresía y mala
voluntad.
Su cálculo debe ser
que el poder lo dan las elecciones y la inclinación de la gente, lo que
depende de numerosas circunstancias, no todas demostradamente racionales
ni necesariamente decentes; y ese es el marco de la acción: echar del
poder, como sea, al que nos echó del mismo, ya que nunca reconoceremos
la legitimidad de aquel episodio sin precedente ni, mucho menos, la
infamia en la que caímos, que hizo que la mayoría de la Cámara se uniera
para echarnos (con ignominia).
Un poder perdido que en realidad nos
corresponde a nosotros, esencia de la España tradicional y de siempre,
del que de vez en cuando se apropia una izquierda espuria, que ahora es
inconstitucional, pseudo golpista, aliada de secesionistas.
Teodoro
García es de los que creen que apelar continuamente a la Constitución,
como arma arrojadiza frente al contrario, les exime de reconocer un
ideario, por más que traten de ocultarlo, ferozmente antidemocrático y,
por ende, verdaderamente inconstitucional; no solamente porque en sus
años de Gobierno no se hayan preocupado de aproximar la Constitución,
con sus exigentes contenidos, a los derechos de los ciudadanos,
vulnerándola además deportivamente, sino, también, porque en su genética
y sus anhelos late una España casposa, configurada con rasgos
preconstitucionales, con mucho de franquismo, fatalmente tendente al
extremismo y de la estirpe dominante más reaccionaria.
Dan ganas de
gritar (el texto de ese grito me lo guardo) cuando Teodoro, y muchos de
sus colegas, reivindican la Constitución.
Y,
finalmente, tanto en lo que decía como en lo que ocultaba o se negaba a
aclarar, en Teodoro García subyace (no voy a decir que se oculta, no)
un derechista de casta, muy fácilmente reconocible, supongo que de
familia y, desde luego, de educación y vocación. De poca altura, desde
luego: incapaz de expresarse con claridad sobre lo que se le requiere,
mostrando una cultura política de gresca y batalla, imposible de ser
calificada de suficiente, ni siquiera de elemental; y de recursos
dialécticos que no merecen ese nombre (las referencias a su abuela y al
Gobierno murciano resultaban innecesariamente sonrojantes: argumentario
de género cateto).
Puede que
pese, en esta exhibición de vacíos y carencias, la formación tecnológica
de este segundón de la política, ya que la ausencia de cultura política
y de criterios cívicos en las carreras ingenieriles apenas dotan para
la función de escudero, para una fidelidad al jefe a toda prueba y un
papel, en definitiva, de hombre-parachoques hueco y machacón, a quien no
preocupa su imagen o su valoración.
(*) Activista e ingeniero
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2018/12/26/rostro-fuste/983655.html
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