¡Tiznado! le dijo la sartén al cazo. El PP que agita otra vez el
¡España se rompe!, que monta a Arias Cañete en un tractor cuando hay
elecciones, amigo de Donald Trump y de Bertín Osborne, mira a derecha y a
izquierda y grita: ¡Populistas! Y de insulto en insulto el concepto al
final ya casi nadie sabe qué significa.
Mucho antes
de que el populismo se articule alguien ha creado el dolor -vivimos en
sociedades de clase-. Después, solo después, ha habido pueblo que ha
elaborado ese dolor, principalmente sobre la base de las desigualdades
(es la progresión: “doler-saber-querer-poder-hacer” que permite la
transformación social sólo cuando el dolor se convierte en conocimiento,
el conocimiento en voluntad, la voluntad en capacidad y la capacidad en
decisión) . Y pagando siempre un gran precio. Las libertades siempre
han sido una conquista.
El liberalismo nunca ha permitido que el pueblo se organice, aprenda,
lea y escriba, reclame derechos. Prohibieron el asociacionismo desde el
siglo XIX porque la clase obrera organizaba significaba la posibilidad
de traducir las necesidades en derechos. Ni una sola de las ventajas de
nuestras sociedades ha sido una concesión de los poderosos. Ni acabar
con el trabajo infantil ni con el analfabetismo, ni reducir la jornada
laboral ni tener derecho a sanidad, ni poder ir a la escuela o la
universidad ni cuidar entre todos a los ancianos a través del sistema de
pensiones, ni el voto popular ni el voto de las mujeres, ni los
derechos de las minorías sexuales y raciales ni el derecho a la justicia
gratuita e imparcial.
No tendríamos derechos sin las revoluciones
francesa, de 1830, 1848 y 1871, sin la revolución rusa y sin el mayo del
68. El liberalismo siempre ha estado en contra de la extensión de los
derechos. Basta leer a Locke para ver que al tiempo que se quejaba de
que el Rey les convertía en esclavos, él mismo tenía plantación de
esclavos donde le negaba la humanidad a los negros llevados a la fuerza
desde África. Cánovas del Castillo estaba en contra del sufragio
universal.
Nunca se ha dado una “solidaridad afectuosa” como la que reclama
Lassalle por parte de los que tienen algún privilegio, precisamente
porque ese privilegio lo están pagando lo que no pueden recibir afecto
sin que el privilegio se disipe. A los liberales siempre les han gustado
los tíos Tom.y en tiempos complicados están dispuestos incluso a
tolerar a los socialdemócratas. Cuando los negros de Haití se levantaron
en nombre de la libertad cantando la Marsellesa no tardaron en ir las
fuerzas del ejército francés a reprimirles. La libertad, igualdad y
fraternidad no eran para ellos. El “afecto” del liberalismo, como el del
neoliberalismo, siempre ha tenido su última ratio en las armas.
Cierto que antes de recurrir a la policía y el ejercito han
pretendido el control de los dispositivos de obediencia. La escuela y la
iglesia, igual que luego la prensa, la radio, la televisión o los
videojuegos (todavía tienen dificultades para controlar de la misma
manera internet). Aquí también entra la redistribución de la renta, pero
siempre como una exigencia popular y siempre que no frene la
acumulación. Si se exceden en el robo, se termina notando. Vivimos en
sociedades cuyo principio económico organizador es la obtención de
beneficio a través del mercado. Y también la democracia liberal a través
de los partidos que otorga legitimidad al sistema pero no es capaz de
explicar las enormes diferencias entre la clase política (con sus jefes)
y el pueblo al que representan.
El liberalismo se ha hecho democrático a
la fuerza, y cuando las recurrentes crisis amenazan el beneficio de los
que pueden pelearlo de cualquier forma, se liberan del compromiso
democrático y regresan al liberalismo de la fuerza, las leyes mordaza,
la represión y la violencia. En esta fase, los ricos o los sectores
empresariales ya no compran políticos sino que entran ellos directamente
en política (EEUU, Argentina, Brasil, Francia o el lobby de las armas
poniendo en España al Ministro de Defensa). Lo que estamos viviendo hoy
en Europa y vivió ayer América Latina, África y Asia y aún sufren.
El populismo expresa la indignación desde finales del siglo XIX
contra las humillaciones -que se expresan en las desigualdades-, contra
la economía -que convierte al ser humano en mercancía- y la política de
élites o partidos -que aleja el compromiso de los gobernantes con la
democracia-. Es lo que emergió en la crisis de 1873, la de 1929, la de
1973 y la de 2008. Es lo que expresó el 15M:¿por qué no me representas?
¿por qué me tratas como una mercancía en manos de banqueros y políticos
corruptos?
El populismo es un momento destituyente, de impugnación, que
construye un nosotros circunstancial contra un ellos responsable de las
desigualdades, los recortes, la precariedad y, por lo general, también
de la corrupción. Al que tiene que seguir un momento constituyente. En
el momento populista coinciden todos los damnificados por la forma que
tiene el poder en nuestra sociedades de salir de las crisis. En el
momento constituyente los bandos se clarifican.
Hubo gente de
Ciudadanos, el partido reinventado a mayor gloria de Rivera, en el 15M.
Pero a la hora de crear un nuevo contrato social, el peso de los
intereses de clase no es menor y eso explica el alineamiento de
Ciudadanos con el Partido Popular. La derecha siempre se sube al carro
del populismo para ganar votos. Agitan los problemas del Pacto de
Versalles por la mañana y por la noche se reúnes con los Thyssen y los
Krupp. Ahí tenemos a Trump, a Macron o a Rajoy fotografiándose en 2011
delante de una sede del INEM. Luego vendría su reforma laboral. El
populismo de derechas es el principal enemigo del populismo de
izquierdas, precisamente por su facilidad para subirse al carro de la
indignación.
“Apoyémonos en una solidaridad afectuosa que nos haga sentir que
somos un “nosotros” que debemos preservar unido y en paz si queremos
definirnos como seres civilizados. Confiemos en los otros y cuidemos
entre todos la democracia”, le ofrece Lassalle a Íñigo Errejón (quien ha
reseñado el último libro del que fuera Secretario de Estado de Cultura
con Rajoy).
Al tiempo que su partido, el PP, entra en redacciones para
requisar material electoral, prohíbe actos, encarcela desobedientes
políticos e impide un referéndum en un país donde pedimos a una banda
terrorista que dejara las armas y se expresara políticamente. Al tiempo
que han crecido desorbitadamente las desigualdades, se han quebrado los
salarios y las condiciones laborales, se ha expulsado de nuevo a los
sectores populares de la universidad y se ha vaciado la hucha de las
pensiones mientras el PP se enriquecía, robaba, organizaba campañas
electorales con dinero proveniente de acuerdos ilegales en obra pública.
¿Tender la mano sin más?
La derecha siempre reclama diálogo cuando no
puede hacer valer más la fuerza. Pero ahora los ciudadanos del Reino de
España tenemos una obligación democrática: salir cuanto antes del
gobierno del Partido Popular y su populismo de derechas. Cuando estén
fuera del gobierno, el diálogo será más sincero.
(*) Profesor titular de Teoría del Estado en la Universidad Complutense
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