MADRID.- Grupo de whatsapp de 200 personas para preparar el 25 aniversario de
la promoción universitaria abierto a inicios de este verano. Todo
empieza con comentarios inocentes sobre el devenir vital de cada uno, 25
años después de abandonar las aulas universitarias. Y todo se complica
cuando la política, o el procés, se cuela en la conversación, revela El Independiente.
Bromas no compartidas, comentarios ofendidos, acusaciones de facha
y sonoros portazos al grupo de ex compañeros universitarios. Tres meses
después, el grupo se ha quedado en 60 atónitos miembros que celebrarán
en un formato mucho más reducido de lo previsto sus bodas de plata
profesionales.
Es sólo una anécdota vivida este verano en Barcelona. Una anécdota
que se podría trasladar a casi cualquier ámbito de la sociedad catalana.
El procés impone su discurso también fuera de la política, y a
medida que se acerca la fecha límite lo que antes eran bromas de mejor o
peor gusto se han convertido ahora en enfrentamientos abiertos. O
silencios.
“Si no eres un buen catalán te señalan con el dedo, cuando no formas
parte del pesebre te sientes desplazado, por eso la gente intenta
asentir, bajar la cabeza y callar”. Así lo vive el empresario Ramon
Bosch, miembro fundador de Sociedad Civil Catalana, quien reconoce haber
sufrido en persona las consecuencias de discrepar del proceso
independentista. “La sociedad catalana en general es en estos momentos
una sociedad cobarde”. El mismo proceso que con los años ha llevado a la
fractura de todos los partidos políticos catalanes con una excepción:
ERC.
El
antropólogo Manuel Delgado, por contra, desdramatiza esta fractura
social por el referéndum. “Claro que hay división, todos los referéndums
dividen. Y claro
que la sociedad está dividida, por eso hay partidos, porque hay
segmentos, sectores, opciones ideológicas o religiosas que hacen que
estemos divididos. No somos homogéneos, hay división y esa división es
la que nos mantiene unidos”.
Pero Delgado no cree que se deje de hablar “por miedo, sino por no
discutir”. Y se remite al recurrido símil de la comida navideña. “La
idea de que en Cataluña alguien tiene miedo de decir lo que piensa es
una fantasía” asegura, atribuyendo esa fantasía a los detractores del
proceso independentista.
La mayoría silenciosa
El antropólogo reconoce, eso sí, la existencia de una mayoría
silenciosa que no está a favor de la independencia, esa que no se
manifiesta en la Diada ni participó el 9N. “Creo que es probable” la existencia de ese grupo, señala Delgado, para quien “lo
incomprensible es que el Estado no entienda que la única opción de que
Cataluña permanezca en España es convocar un referéndum que podría ser
ganado por el No perfectamente en condiciones normales”.
Para Bosch, por contra, el problema es la existencia de una minoría
independentista que se ha quedado con la “superioridad moral” imponiendo
su discurso. No es que se haya instalado la espiral del silencio, para
Bosch “Cataluña es el silencio, es un país absolutamente anormal. Aquí
no hay nadie de derechas. Pero ¿quién puede ser más de derechas que los
pequeños burgueses de Berga o de Solsona? Todos son pequeños
terratenientes procedentes del carlismo y de la Lliga después, que eran
de derecha o extrema derecha, y sin embargo en Berga gobierna la CUP y
en Solsona ERC”.
Una situación que muchos explican, como Bosch, en los años del
pujolismo. “El Estado se rindió ante un chantajista y un sinvergüenza
como Jordi Pujol y ahora pagamos las consecuencias”, lamenta.
Para
Delgado, sin embargo, el origen de la actual crisis institucional está
en la sublimación de las contradicciones heredadas de la Transición, que
a su juicio sólo sirvió “para eternizar el régimen franquista bajo otra
forma pero con los mismos sectores de poder. El PP fue fundado por una
persona que había firmado penas de muerte, eso marca estilo”.
Eso explica, además “que buena parte de los partidarios de la
independencia no sean independentistas, básicamente quieren deshacerse
de la monarquía y su implicación con el franquismo”. Para el antropólogo
“hay sectores que entienden que la movilización del 1-O tiene mucho de
anti-autoritario y básicamente de descalificación de la monarquía
borbónica y el régimen del 78”.
Y aquí viene el siguiente punto de polarización, el carácter
nacionalista, o no, del referéndum independentista. Una condición
indiscutible para los contrarios a la consulta secesionista, y puramente
anecdótica para sus defensores. “Cataluña es un país absolutamente
anormal fruto de la imposición del nacionalismo que hizo Pujol” apunta
Bosch, hasta el punto de que “aquí la gente de izquierda radical es
nacionalista, que es la absurdidad más enorme”.
El partido nacionalista por excelencia está perdiendo votos,
argumenta Delgado en sentido contrario. El antropólogo, miembro de
diversos colectivos de izquierdas, asegura que ni ERC ni la CUP
son nacionalistas, sino independentistas. “Si tuviera que elegir entre
una España gobernada por Podemos y una Cataluña independiente gobernada
por el PDCat elegiría sin duda una España de Podemos” asegura Delgado,
“pero como esa perspectiva es tan remota, uno llega a la conclusión de
que España es irreformable. Es esa frustración ante la imposibilidad del
cambio en España lo que ha hecho que algunos que queremos la republica
española nos tengamos que conformar con la republica catalana”.
En lo que sí coinciden ambos es en el carácter supremacista del
nacionalismo. “El nacionalismo implica supremacismo respecto a otros
pueblos, esa es la gran diferencia entre lo que representa Puigdemont y
gente que como yo se siente patriota” asegura Bosch. “Hay
una parte del catalanismo que es racista y parte de premisas
supremacistas” añade Delgado. “A este sector ultramontano que cree que
existe una esencia de catalanidad hay que aclararle que esto es una
tregua” para conseguir la independencia, advierte. “Personajes como
Heribert Barrera no son de los nuestros. Soy incapaz de tomarme una
caña, o un agua de vichy con Pilar Rahola, en cambio con Juan Carlos
Girauta tengo de qué hablar”.
Qué pasará el 1-O
La visión de estos dos catalanes que representan en cierto modo la
división que parece inevitable en la sociedad catalana hasta el 1-O
también es antagónica respecto a lo que sucederá ese día. Curiosamente
Bosch está convencido de que “el 1 de octubre habrá urnas” aunque las
augura como una expresión festiva en la que también participarán amigos y
familiares. “Pero el 2 de octubre volverá a salir el sol y volveremos a
ser catalanes y españoles”.
Manuel Delgado, por contra, duda de que haya un referéndum “dado que
Mariano Rajoy se ha comprometido a impedirlo y no se podría permitir
hacer ese ridículo”. Pero está convencido de que a la larga habrá un
referéndum pactado. “La única salida es convocar un referéndum y que se
decida cual es la vía”, autonomismo, federalismo o independencia. “El
problema es que los que mandan en España no piensan que estamos unidos,
creen que somos lo mismo. Si nos encontramos en esta situación es porque
una parte de España piensa que Cataluña no está unida a España sino que
Cataluña se diluye en una homogeneidad llamada España, es el problema
que tiene el PP en reconocer la heterogeneidad del país que administra”.
El futuro es muy distinto en opinión de Bosch. “Soy muy optimista, el
nacionalismo lo que ha hecho es despertar al Estado español y no tienen
ni puñetera idea de la que les va a caer encima. Esta vez el Estado va a
ser implacable con el nacionalismo. El miedo que hasta la fecha hemos
sentido los catalanes normales va a cambiar de bando”.
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