En la inauguración del aeropuerto de
Corvera se echará de menos a la Orquesta Mondragón. Allí debería estar
Javier Gurruchaga para cantar, con el permiso de su letrista Luis
Alberto de Cuenca, una variante de su famosa canción: «Viaje con
nosotros a mil y un lugar / y disfrute de las preciosas mentiras / que
les vamos a contar».
Para que
no se diga, veamos la botella medio llena: por fin, una promesa
cumplida. Seis años después y arrastrando mil incidencias que van de lo
dramático a lo ridículo, pero una promesa cumplida al fin: habrá
aeropuerto regional y habrá aviones que vuelen, y esto a pesar de que en
San Javier ya había aeropuerto regional, y en El Altet, otro, al que en
pura lógica económica sólo bastaba acercarlo con una línea ferroviaria.
«Vuela» es el lema de Aena para
promover la nueva terminal: directo, simple, bonito. Pero ojo con
perder la sensación de sentir los pies sobre la tierra, no vaya a ser
que navegando sobre las nubes se nos olvide lo que nos ha costado (nos
está costando) todo esto. A todos, a los que vuelen y a los que no
vuelen. Aplaudamos, pero que se perciba la ironía del aplauso. Que se
sepa que el relato de todas las mentiras que nos han ido contando no
cabría en estas dos páginas.
Podríamos
empezar por el chiste del Audi. Del Audi de Aznar, o tal vez era el
Audi de Valcárcel. El caso es que a punto de concluir su segunda
legislatura, Valcárcel recogió a Aznar en un Audi para trasladarlo a
algún mitin en Murcia (a otra cosa nunca vino), tras aterrizar el
entonces presidente del Gobierno precisamente en El Altet.
Y el murciano
lo puso entre la espada y la pared: «José María, si quieres que vuelva a
presentarme para un tercer mandato, prométeme que apoyarás un
aeropuerto regional en Murcia. Si no es así, volveré a mi oficio de
profesor» (esto, aunque el colegio privado en que alguna vez trabajó,
había cerrado).
Y José María,
cuya teoría, que en su caso cumplió, consistía en que los presidentes
deberían limitar su mandato a ocho años, le concedió a Valcárcel el
beneficio de la excepción. Como Villarejo, en aquel tiempo, no había
iniciado sus actividades, no consta testimonio literal, pero se nos dijo
que Aznar proclamó algo así como: «Ramón Luis: Tienes una misión. No
puedes retirarte, por Dios. Tu Región de necesita: haz tu aeropuerto,
que yo te apoyaré».
Lo curioso es que hasta aquel día Valcárcel no había
dicho esta boca es mía sobre la necesidad de construir un aeropuerto
regional; por el contrario, siempre había sugerido que era innecesario.
Pero necesitaba un pretexto para solapar con una nueva zanahoria su
explícita promesa de limitar su mandato a ocho años.
Luego se vio que,
una vez roto ese propósito, intentó triplicar el límite, para retirarse
sólo cuando percibió que podría perder, y solo entonces entregó esa
perspectiva a otro para volar ('vuela'), siguiendo prematuramente el
lema de Aena, al Parlamento Europeo. Es decir, nos vendieron un empeño
político personal como un objetivo de interés general para la Región,
descubierto oportunamente sobre la marcha.
Lástima, repito, que Villarejo no
hubiera captado la conversación del Audi porque lo que vino después no
avalaba la condescendencia de Aznar. Los ministros de éste, tanto de
Fomento como de Defensa, Álvarez Cascos y Trillo, hicieron lo imposible
para impedir la creación del nuevo aeropuerto. No cabe duda de que lo
hicieron intencionadamente, pues fue la primera vez en la historia de la
Región en que el Gobierno central soltó un chorro de millones para
Murcia sin que nadie los hubiera pedido, y menos el Gobierno regional.
Al revés: éste mostraba su disgusto por tan curioso dispendio, y no
reproduzco los adjetivos que escuché del presidente murciano sobre
Cascos y Trillo porque pertenecen al off the record. El Gobierno de
Aznar («Ramón Luis, tienes una misión») metió pasta por un tubo en el
aeropuerto de San Javier, el que habría que cerrar para facilitar la
solvencia del de Corvera. Sorprendente manera de apoyar Corvera creando
una segunda pista para San Javier.
La
prueba del nueve del desentendimiento de Aznar es que, pudiendo haber
puesto firmes a sus ministros, los dejó hacer para boicotear el proyecto
de Valcárcel. Y más claro: en vez de dictar a Aena, entonces todavía
más que hoy una agencia gubernamental, que se implicara en el aeropuerto
murciano, permitió que ésta se cerrara en banda en defensa de sus
intereses económicos, antes que políticos: San Javier y El Altet como
patrimonio inabordable frente al intento naif de Corvera.
En resumen,
cuesta creer que el proyecto por el que Valcárcel justificó saltarse su
reiterada promesa de permanecer sólo ocho años en el poder gracias al
beneplácito de Aznar fuera insistentemente refutado por el Gobierno de
Aznar. Es algo que sólo podrían explicar Valcárcel o Aznar, y es obvio
que el relato de cada cual no podría ser coincidente.
Pero la parte más acusadamente cómica
del asunto se produce en el concurso de adjudicación del proyecto. Lo
gana Aeromur (en esta Región todas las cosas acaban en Mur), es decir,
Sacyr, con unos apéndices de empresas murcianas para dar color local. La
justificación pública del éxito de este grupo es que su oferta es la
que resulta económicamente más solvente.
Aquí
es donde hay que hacer un paréntesis para soltar la risotada, a la
vista de lo que ha venido después. Tanta solvencia proyectaban Sacyr y
sus socios que ante los primeros síntomas de inviabilidad se plantaron
para pedir un aval a la Comunidad, tasado en nada menos que doscientos
millones de euros. Menos mal que eran los concursantes que garantizaban
el mejor desarrollo económico. Al final recurrieron a las arcas
públicas, como vulgares indigentes con tanto que aparentaban.
Y esto
contra el lema enfáticamente reiterado por Valcárcel: «El aeropuerto
regional no costará un euro a los murcianos». Casi un lema del PP. Véase
que su colega Miguel Ángel Cámara, casi a la vez, repetía aquello de
que «el tranvía no costará un euro a los murcianos». En ambos casos no
mentían. No nos ha costado un euro ni una cosa ni la otra, sino un
millón de euros al mes el tranvía, y 20.ooo euros diarios, incluyendo
fiestas de guardar, el aeropuerto.
Y
luego vino la droga dura. La resistencia de Juan Bernal, consejero de
Economía, a obedecer a los intereses económicos de Sacyr que facilitaban
los intereses políticos de Valcárcel, reproduciendo el insólito caso de
un consejero cabal que establece un voto particular en un Consejo de
Gobierno. (¿Qué vería Bernal para rebelarse personalmente antes quienes
profesaba lealtad política?).
Y después, ya con Valcárcel fuera del
Gobierno y volando hacia Bruselas, se produjo el intento de extorsión
política a su sucesor, Alberto Garre, a quien se le quería colar desde
Sacyr, con el respaldo implícito de Valcárcel (por aquello de que 'hay
que resolver el asunto como sea'), la aceptación de unas normas de
apertura del aeropuerto absolutamente impresentables a la larga para los
intereses económicos de la Región tratando de aprovechar el 'estado de
necesidad política' de Garre: algo así como 'abre el aeropuerto, que
esto te dará crédito político para fortalecer tu posición de candidato'.
Garre
echó cortesmente de su despacho a los mensajeros, en uno de esos gestos
que ennoblecen el ejercicio de la política, aunque al final no sirva
para nada. Piénsese que en este trayecto, el presidente de Aeromur (una
'figura política' sin asiento accionarial) era Patricio Valverde (el
otro), exconsejero y amigo íntimo de Valcárcel, dedicado desde su
inexplicada dimisión a 'sus labores'' en un 'despacho profesional', y
con esto lo digo todo y no digo nada.
No olvidemos, además, que Sacyr es
una marca permanentemente unida, sobre todo en la etapa en que presidía
la empresa el murciano Luis del Rivero, a los supuestos chanchullos de
financiación irregular del PP. Dices Sacyr y resoplas. (Atiéndase a la
más reciente tanda de audios de Villarejo a cuenta del caso BBVA).
Se ha
desatado tanto la propaganda que ahora se nos vende hasta lo que nos
hemos ahorrado porque la Comunidad ha ido ganando uno a uno los pleitos
con Sacyr, como si la gestión que dio lugar a estos conflictos, a riesgo
de perderlos, tuviera que ser motivo de elogio o como si el dinero que
se demanda infructuosamente tuviera la calidad de un ingreso.
El aeropuerto de Corvera fue concebido para
arrimar clientes al proyecto urbanístico de Marina de Cope, de
iniciativa pública, algo así como un 'Marina D'Or de clase' auspiciado
por la propia Comunidad en competencia con los inversores privados en
resorts que auspiciaban el 'turismo de sol a pocos kilómetros de la
playa' mientras la Comunidad se reservaba el genuino 'turismo de sol y
playa' en un espacio medioambientalmente protegido.
Para completar el
gran pelotazo institucional, se construyó una autopista de pago (la
Cartagena-Vera), que debía conducir a los egregios turistas desde
Corvera a la costa de Águilas, una serpiente de asfalto paralela a la
autovía gratis total que ya cubría el mismo recorrido y que,
razonablemente, nadie se permitió inaugurar, hasta que ha debido ser
'rescatada' por el Gobierno a la vista de que por ella transitan cero
vehículos. ¿Llevamos la cuenta de cuántos millones de euros nos está
costado todo este delirio?
A
Marina de Cope se la cargó el Tribunal Constitucional, pero ni siquiera
hizo falta, porque antes de que esto ocurriera ya quedó constatada la
incompetencia del Gobierno regional como empresa promotora. Durante años
no consiguió ni un solo inversor, y esto a pesar de que estábamos en
plena era del ladrillismo, un modelo que Valcárcel (a la vejez,
viruelas) acaba de autodenunciar en uno de sus falsos ejercicios de
contricción, pero sin que de la confesión de su error se derive la más
mínima consecuencia política para él, al menos por su voluntad.
En su
día le pregunté: ¿Qué pasará si prospera el recurso de los ecologistas
contra la ley que permite urbanizar Marina de Cope como 'actuación de
interés regional'? Su respuesta fue: «Se cambia la ley, y la urbanizamos
igual». Así lo publiqué entonces, y nadie se rasgó las vestiduras. No
se cambió la ley porque la sentencia del Constitucional llegó en la
etapa previa a las vacas flacas, pero rápidamente el sobrinísimo
consejero de Turismo encontró la alternativa: la Paramount. Con este
ingenio, que resultó otra mentira más, se pretendía sostener la ficción
de los cinco millones de turistas que harían rentable el aeropuerto de
Corvera, ya plantado, pero sin aviones.
Mentiras
sobre mentiras, señuelos sobre señuelos, huídas hacia adelante, y
triunfos electorales cada vez más sonados hasta que la realidad se
impone por su propio peso. La historia del aeropuerto de Corvera es la
de la incompetencia, el cinismo y el atraco de la clase política
gobernante. Sólo el humor de los murcianos, que han multiplicado su
escepticismo con memes y chistes inolvidables, ha hecho más digerible el
trágala.
Pero que, por favor, no parezca
que aquí vemos la botella medio vacía. Por fin se inaugurará el
aeropuerto. Ya que está, que funcione. Intentaremos amortizarlo en lo
que queda de siglo. Volemos hacia donde se dignen llevarnos, pero
conviene que antes de los aplausos sepamos cuánto nos cuesta todo esto y
que admitamos cómo nos han ido tomando el pelo.
Aplaudamos a rabiar por
contar por fin con una de las grandes infraestructuras prometidas, pero
sonriamos mientras vemos cómo la clase política nos vende como un gran
logro, en las previas a las elecciones autonómicas y municipales, lo que
constituye un evidente fracaso: poner en marcha una infraestructura
sobre la que crece la yerba desde 2014.
La
última ironía es que, siendo un ingenio del PP (ya digo que improvisado
para justificar la continuidad de la aventura política de un Valcárcel
que había prometido estar en la presidencia ocho años que prolongó hasta
diecinueve) toca inaugurarlo al PSOE, que se ha encontrado con el
invento tras el inesperado ascenso de Pedro Sánchez.
Y hay patadas por
el protocolo (con esta frase me acabo de cargar la viralidad de este
artículo). Sólo queda esperar que, a quien corresponda, sepa gestionar
el monstruo. Cosa que, con los antecedentes, puede ponerse
razonablemente en duda.
Volvamos a versionar a la Mondragón: «Viaje
con nosotros a mil y un lugar / y disfrute de las preciosas mentiras /
que les vamos a contar».
(*) Columnista