El Mediterráneo es el
mar más sobreexplotado del mundo. Nos estamos zampando las reservas de
pescado de las generaciones futuras: sus sardinas, sus anchoas, sus
merluzas. Si seguimos con el actual ritmo de saqueo, a nuestros nietos
no les vamos a dejar ni una gamba.
Según Oceana, la
organización conservacionista dedicada a proteger los mares del mundo,
ocho de cada diez poblaciones de peces del Mediterráneo Occidental
sufren sobrepesca. En algunas especies, como la merluza, el salmonete o
el rape, el ritmo de capturas está siendo diez veces superior a lo que
recomienda la ciencia para evitar el colapso.
La propia UE maneja informes propios en los que se
reconoce que el 90% de las especies comerciales están siendo
sobrexplotadas. En España, la situación de la sardina es tan crítica que
los científicos recomiendan suspender su pesca (captura cero) con
carácter inmediato, a partir de este mismo año. Algo que no va a
ocurrir.
Tal y como denuncia Oceana, el rechazo de la
Comisión de Pesca del Parlamento Europeo a introducir nuevas medidas
para detener la sobrepesca en el plan plurianual aprobado esta semana,
puede convertirse en el error más grave de la política pesquera común.
Si el Parlamento Europeo sigue desatendiendo las recomendaciones de los
científicos y no impone de una vez por todas el cierre de emergencia de
las pesquerías más sobreexplotadas, pronto empezarán a desaparecer las
especies.
Más que de ecología y sostenibilidad
estamos ante una cuestión moral, de solidaridad con los que han de venir
detrás nuestro. Las autoridades europeas deben poner límite a los
intereses de un sector, el pesquero, que parece decidido a seguir
esquilmando el Mediterráneo hasta que no quede un solo arenque. Y los
que vengan detrás que se apañen.
Hay que racionalizar
el actual ritmo de la actividad pesquera para que se pueda seguir
pescando mañana. Es necesario limitar el número de horas de pesca al
día, promover la pesca artesanal y ampliar hasta los 100 metros de
profundidad el margen que prohíbe la pesca de arrastre. Una técnica que,
además de ser la menos selectiva que existe, arrasa con todo lo que
encuentra a su paso, destruyendo los hábitats bentónicos y rastrillando
los fondos marinos hasta convertirlos en desiertos.
Se trata de dejar de relacionarnos con el Mediterráneo como si fuera un
polígono industrial, una gigantesca piscifactoría abierta las 24 horas
al día. De no explotar sus exiguas pesquerías más allá del límite de
recuperación.
Para Oceana, la UE es la principal
responsable de la devastación de los recursos pesqueros que está
sufriendo nuestro mar, pues es su flota la que mantiene un volumen de
capturas más elevado y totalmente insostenible. Si Bruselas sigue
desatendiendo las demandas de los científicos y las organizaciones
ecologistas, acabará con el pescado de nuestros nietos.
(*) Divulgador ambiental y escritor
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