Fin de semana de encuestas. ABC y El País publican dos bastante coincidentes.
En lo esencial, los dos bloques de la derecha y la izquierda mantienen
posiciones. El PP flaquea y tiene fugas hacia C's y Sánchez recupera
parte del voto emigrado a costa de Podemos. Parece razonable. Es lo que
se ve.
En
el campo conservador, la tendencia a la baja del PP está garantizada
porque el partido vive en un torbellino de corrupción que no puede
frenar. Una semana ha durado en el cargo Manuel Cobo, nombrado
presidente de una comisión de lucha contra la corrupción. Una semana y
se va invocando "motivos personales". El propio partido acelera su caída
al entorpecer la acción de la justicia o hacer filibusterismo
parlamentario. El descrédito aumenta. Lo de pasarse a C's tiene un aire a
mudarse a otro piso en el mismo rellano. Rivera parece lanzado al
estrellato. Clausura un seminario aznarino sobre liderazgo y, a
continuación, lo ejerce al ser acogido en el club Bildeberg, una mezcla
de los Rosacruces y los sabios de Sión.
En
territorio cainita de la izquierda, el efecto sifón de Sánchez era
previsible, tanto en lo positivo como en lo negativo. En lo primero, por
la inaguracion de un discurso nuevo en el PSOE; en lo segundo por el
agotamiento del de Podemos. El discurso de la izquierda democrática, si
es creíble, tiene mucha fuerza. Ese giro socialdemócrata a la izquierda
movido en buena parte por la presencia de Podemos y que tanto alarma a El País,
iba a verse amparado y sostenido por un posible triunfo de Jeremy
Corbyn en las elecciones generales británicas pasado mañana. Los sondeos
muestran una intención de voto creciente de los laboristas y
decreciente de los conservadores. Ahora, claro, con los atentados
recientes, los ánimos pueden haber cambiado mucho. Por eso Corbyn ha
arremetido contra May pidiendo su dimisión por haber recortado las
dotaciones policiales cuando fue ministra del Interior.
Al
margen de estas cuestiones más colaterales, lo interesante es esa
conexión exterior en el discurso. Después de las inglesas vienen las
alemanas y Schulz parece quedar en honroso segundo lugar para seguir
validando la gran coalición. Todo eso afecta al socialismo español que,
además, tiene a quien mirar y mostrar como ejemplo en Portugal. Frente a
ese marchamo europeo, exterior, Podemos aparece como una peculiaridad,
algo único en el panorama circunvecino. Lo más cercano, Syriza, no es
hace tiempo espejo en el que mirarse. Su discurso y su práctica son
erráticos, además de reiterativos por lo del Parlamento y la calle.
Convocar una manifa en Sol en apoyo de la moción de censura no cambia un
ápice el itinerario de aquella, pero viene a ser como si la
manifestación fuera la comparsa. Lo suyo sería, en realidad, celebrar el
debate de la moción también en Sol.
Esa
permanente movilización, con claros destellos mediáticos, sembrada de
exabruptos, inconveniencias, exaltados impulsos, contradicciones y
tropiezos no es lo más acertado para sentar las bases de una unidad de
acción. Sobre todo teniendo en cuenta que esa unidad empieza por faltar
en la propia organización, gracias a las famosas confluencias. De modo
que, cuando los líderes dicen "nosotros" (el término esencial en el
debate político de amigo/enemigo, "nosotros"/"ellos"), cabe preguntarse
exactamente a quiénes se refieren.
El
discurso nuevo de Sánchez, además del paladio europeo, tiene un terreno
muy favorable en el proceso de primarias que, con independencia de
aficiones, ha sido un ejemplo de procedimiento democrático. Algo que
nadie pone en duda. Y ha sido un acto espontáneo de rebelión democrática
de la militancia con una muy alta participación. Como todo el mundo
reconoce. En esa rebelión democrática hay bastante inpirado en Podemos o
en lo que Podemos dice que hace, de interactuar con la militancia. Aquí
la militancia ha desbaratado los planes ("chusqueros", ironiza Borrell)
de los golpistas del 1º de octubre y ha repuesto en su cargo de SG al
defenestrado Sánchez con fervor parecido al de los seguidores de Benito
Juárez cuando este volvió del exilio; más cerca aún, los seguidores de
Tarradellas cuando este regresó a presidir la Generalitat restaurada.
Pero
no lo ha hecho de modo tumultuario, imprevisible, repleto de sorpresas y
celadas, sino de una forma ordenada, pública, mostrando una poderosa
estructura territorial de partido. Es una maquinaria de militantes,
muchos de ellos voluntarios, tangibles en la vida cotidiana de la gente,
cosa muy necesaria en las campañas electorales. No es una militancia
vivida en las redes, sino una mezcla de ambas, un híbrido entre las
redes y la vida real, ambas interactuando. Y eso es muy poderoso
siempre que el líder no defraude.
Plantea
un voto a un partido que cuenta con presencia en las redes y muy
difundida estructura territorial que se orienta a la izquierda pero solo
a título de promesa. ¿Cómo dar crédito a esa promesa? Sencillamente,
aplicando la línea de izquierda a la organización del mismo partido: voz
y voto de la militancia, transparencia y responsabilidad. La ocasión
llega. Las baronías se pliegan, pactan. Solo Andalucía trae aires de
fronda. Y esa es la dura prueba de Sánchez. La ocasión llega, pero la
pintan calva.
Conseguir
que Andalucía, con el consabido respeto a sus peculiaridades
históricas, actúe como una pieza más del mosaico de la política del PSOE
para España (no como una tierra exenta) es vital para este y el crédito
de su nueva línea de izquierda. Esta deberá reconocer que se vive un
momento preconstituyente.
Lo
interesante viene siempre al final, en un colofón reiterado en todas
las piezas de análisis político español hoy día: ¿y qué se propone para
Cataluña? Ya ha quedado claro lo que no se propone: referéndum, no. Es
ilegal.
Debiera quedar igualmente claro qué se propone.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED