La moción de censura constructiva es
un invento diabólico, pensado para no emplearlo nunca. Se les ocurrió a
los alemanes después de la Segunda Guerra Mundial, aterrorizados por la
memoria de la inestabilidad parlamentaria de la República de Weimar.
Atacaban lo que pensaban que era una de las causas del nazismo.
Era un
miedo parecido al que les inspiraba la reproducción de la locura
inflacionista en los años de aquella República. Del miedo a la inflación
desbocada ha salido el Banco Central Europeo, con su sede, claro, en
Frankfurt que tiene a la Eurozona en estado de austeridad. En cuanto a
la inestabilidad parlamentaria, la moción de censura constructiva (konstruktive Misstrauensvotum) está en el artículo 67 de la Constitución alemana.
De
ahí la tomaron los españoles, siempre muy influidos en cuestiones
jurídicas por los teutones, casi al pie de la letra en el artículo 113.
En los 68 años de vida de la Constitución alemana, la moción de censura
constructiva se ha presentado en dos ocasiones: una, para perderla en
1972 (Rainer Barzel contra Willy Brandt) y otra para ganarla en 1982
(Helmut Kohl contra Helmut Schmidt) y ambas tuvieron consecuencias
insospechadas, aunque de signo distinto. En España, siempre más papistas
que el Papa, en 40 años de vigencia de la Constitución, hemos tenido
tres, las tres perdidas: una de F. González contra Suárez en 1980, otra
de Hernández Mancha contra F. González en 1987 y esta última de Iglesias
contra Rajoy.
De
la experiencia española se sigue que, si las mociones de censura se
presentan a sabiendas de que no se ganarán reglamentariamente, ofrecerán
alguna otra ventaja. La más clara es escuchar otros discursos en el
foro público, visibilizar otras posiciones. Una ventaja política
considerable en una sociedad en la que la política es electoral y las
elecciones se ganan exponiendo los programas propios ante la opinión
pública en el Parlamento, en los medios y, si de Podemos depende, en la
calle y en la cola del supermercado.
Así
que, habiendo fracasado reglamentariamente la moción, tiene efectos
políticos de los que ahora se ocuparán los analistas en debates sin
cuento, contraponiendo todo tipo de interpretaciones de un episodio que,
sin parecerlo, puede haber cambiado sustancialmente el tablero de
juego.
Algo,
no obstante ha quedado tan claro que escapa a toda relativismo por vía
de opiniones. La moción ha revelado una figura política de mucha
categoría en la persona de Irene Montero. Su intervención rigurosa,
documentada, valiente y sin concesiones ha sido la mejor de todas al
modesto juicio de Palinuro. Una enmienda a la totalidad política y
moral. Téngase en cuenta que, aunque Montero tiene ya amplia experiencia
en intervenciones anteriores, nunca en un pleno extraordinario de estas
características. Ha pronunciado una especie de Maiden Speech que
fija la carrera y el destino de quien lo hace. Tan contundente ha sido
el discurso -en presencia de los ministros, todos con las orejas gachas,
no queriendo escuchar lo que estaban oyendo- que sus enemigos, para
responder, no han encontrado nada mejor que escudriñar en su alcoba.
Nuevo tablero, es de esperar, abierto a interpretaciones. La más llamativa, la discrepancia en las dos cabeceras de El País (El PSOE tiende la mano a Podemos) y la de Público (Iglesias pierde la moción de censura, pero abre la puerta a crear una alternativa con el PSOE).
A lo que parece, las dos manos están tendidas y habrán de encontrarse
en algún momento, salvo malévola aporía. Cada medio otorga el
protagonismo a su favorito. En El País no gustan nada las nuevas
relaciones peligrosas de Sánchez pero el pragmatismo manda. Díaz, su
candidata, perdió. La autoridad es Sánchez. Y no se le pueden poner
barreras a través de unos editoriales que son verdaderas sangrías de
lectores.
En Público se
apunta el tanto al equipo de casa y es Podemos quien "abre la puerta".
Innecesario recordar que no tendría que abrirla si no la hubiera cerrado
cuatro días antes afirmando que Podemos no estaba dispuesto a entrar en coalición alguna con el PSOE porque no quería ser el miembro "júnior".
Es un cambio de 180º en un visto y no visto; merece alguna aclaración.
Salvo que se haya encontrado una forma de asociación compuesta por dos
séniores y ningún júnior, cosa rara. Ya decíamos que la consecuencia
política era la alteración del tablero político. Quizá un terremoto,
aunque no hasta ese extremo. Ábalos viene reclamando la hegemonía y la
primogenitura en nombre de un partido renovado.
Podemos
presiona ya para que los diputados de la izquierda se pasen las
vacaciones negociando la nueva moción de censura en cuanto se abra
periodo de sesiones. Vuelve la impaciencia de esta organización que
parece aquejada del baile de San Vito y no sé si es lo más acertado
presionar a un PSOE que tiene que asentarse, proveerse de su equipo,
fijar sus prioridades, recibir un mandato del congreso. Terminar de
renovarse.
Pero,
además, y sin ánimo de fastidiar a nadie la fiesta, quizá no deba
pasarse por alto el hecho de que sin los votos catalanes, la moción no
puede prosperar. Es decir, el meollo de esa moción de censura, como todo
en la política española, es la llamada "cuestión catalana".
Que cada vez es más claramente la "cuestión española".
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED