Aquí mi artículo de elMón.cat de ayer, titulado Tres niveles de "normalidad",
justo cuando también ayer mismo se producía el incidente del Parlament
en el que JxCat y ERC escenificaron un enfrentamiento a propósito de la
substitución de los diputados suspendidos por Llarena, incluido
Puigdemont, cosa que este no acepta, pues no está procesado por rebelión
ni se encuentra en la cárcel.
enfrentamiento llevó a una suspensión sine die
del pleno. Una crisis entre las fuerzas independentistas como las que
suelen darse entre socios que, teniendo un objetivo estratégico común,
discrepan de los medios tácticos. Pero en esta ocasión el choque es más
virulento y tiene más visibilidad porque se produce cuando se acaba de
lanzar la plataforma de Crida Nacional per la República
(a la que, por cierto, se ha sumado Palinuro) que tiene la ambición de
convertirse en un movimiento atrapalotodo republicano, que no es un
partido político y que promete disolverse una vez esté realizada la
República Catalana.
Lo
sucedido ayer es una demostración sobrevenida de lo que se dice en el
artículo. Los tres niveles de "normalidad" de que se habla en él son: a)
el más bajo, el nivel de la autonomía raspada y bajo amenaza permanente
de intervención del Estado vía 155 o como le dé la gana; b) el nivel
intermedio o "nivel político", el de las relaciones entre los partidos,
los juegos institucionales dentro del marco de la legalidad del Estado
español, que es lo que se escenificó en el Parlament; c) el nivel
nacional o de desobediencia y ruptura, que es el que traerá aparejada
una decidida actitud de desobediencia que lleve a unas elecciones
anticipadas para consolidar la República.
El texto en castellano:
Tres niveles de “normalidad”
Por
muy aburrida que sea la palinodia del gobierno español sobre la
necesidad de restablecer la “normalidad” en Catalunya, es obligado
examinarla. Conviene saber exactamente a qué llama “normal” un gobierno
cuyo presidente apoyaba no hace mucho fervorosamente la aplicación del
muy anormal artículo 155 de la Constitución, o sea la dictadura constitucional. Por
lo visto hasta la fecha los partidos nacionalistas españoles (los tres
dinásticos del PP, el PSOE y C’s y Podemos) llaman “normalizar” la
situación en Catalunya a la aceptación del hecho de que haya presos,
exiliados y represaliados políticos producto de una farsa judicial
movida por un plan de persecución política.
Nadie
que no tenga un defecto de visión típicamente franquista, nadie que
reconozca, aunque sea superficialmente, un Estado de derecho puede
aceptar como “normal” una situación en que hay rehenes políticos. Nadie,
tampoco, una en que el gobierno se reserva el derecho a recurrir al 155
discrecionalmente y, por tanto, mantiene sometida a una amenaza
perpetua a la Generalitat. Solo el establishment político/mediático
español, profundamente franquista (empezando por el PSOE) es capaz de
llamar “normalidad” a la tiranía.
La
situación que place al gobierno español es, en realidad, el primero de
los tres niveles de “normalidad” que se viven en Catalunya. Es el nivel
más bajo, el de la normalidad ficticia de una condición que oscila entre
el retorno a la tiranía y la arbitrariedad del 155 y el más obediente,
sumiso y bovino régimen autonómico.
Solo
se pretende averiguar cuál sea el respaldo electoral de cada opción
para hacer luego el correspondiente ajuste en la distribución del poder.
La acción de las instituciones irá orientada a la implementación
efectiva de la República Catalana pero en el marco de la legalidad española, claro. Cómo se haga compatible este respeto a la legalidad
con la necesidad de acabar con la anormalidad de la existencia de
presos/presas y exiliadas/exiliados políticos, nadie ha sabido
explicarlo.
Esta opción implica un segundo nivel de normalidad,
que se sitúa entre un autonomismo sumiso y otro más insumiso pero no
hasta el punto de quebrantar la legalidad vigente. Se abre a una
perspectiva independentista y republicana de contornos difusos, pues
confía su plena realización a un futuro incierto, sin gran capacidad
para articularse en propuestas concretas.
El tercer y último nivel de normalidad se produce con la aparición del nuevo movimiento, Crida Nacional per la República,
cuya vocación es suprapartidista y transversal y que concibe su esencia
como un movimiento instrumental y transitorio. Instrumental porque su
único objetivo es hacer efectiva la República Catalana independiente de
una vez por todas, sin otro tipo de reivindicaciones parciales
políticas, económicas, sociales, etc.
De hecho quiere verlas todas
acumuladas en el adjetivo “Nacional”, por cuya razón, en la exposición
de objetivos del manifiesto de la Crida, se han atribuido a la República
Catalana prácticamente todos los objetivos de todas las demás
orientaciones políticas con el claro fin de articular un movimiento en
el que todas podrían sentirse a gusto.
La
propuesta es asimismo transitoria pues se compromete a disolverse como
organización cuando se haya conseguido su objetivo republicano. Se trata
de lograr una independencia real dentro de la cual los partidos
recuperarán su libertad de actuación particular. En realidad, este
tercer nivel de “normalidad” se sitúa entre el autonomismo diríamos
militante del segundo nivel y la provocación de un “big bang”
republicano cuya exacta naturaleza está aún por averiguar.
El periodo
que este tercer nivel de normalidad se asigna va desde la constitución de la Crida
como opción electoral hasta el resultado de unas elecciones anticipadas
que, de dar un resultado positivo al independentismo, como es de
esperar, se interpretará como el momento de realizar un acto concreto de
soberanía. El primer acto de la República Catalana así constituida,
será anular los procedimientos político-judiciales contra ciudadanos
catalanes, liberar a los que se encuentran injustamente encarcelados y
asegurar el retorno de los exiliados.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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