De los dos partidos dinásticos que formaban el criticadísimo bipartidismo,
uno, el PSOE, gobierna en solitario, recién reorganizado, tras unas
primarias heroicas y muestra muy buena salud. El otro, el PP, se
encuentra en un quilombo de preparativos para unas primarias que serán
multitudinarias.
Y eso en un partido acostumbrado a una línea de
sucesión mediante unción. La media docena de candidatos, casi todos mal
avenidos, darán materia para los debates mediáticos.
De hecho, empiezan con uno.
Los conocedores del PP dicen que la "refundación" es inevitable. Es
difícil imaginar, sin embargo, en qué pueda consistir tal empeño, pero
la idea es "renovar" el partido.
El resultado probable es una renovación del viejo bipartidismo. El PSOE pide al PP, la misma lealtad que él
le profesó en la primera mitad de la legislatura. Esta sociabilidad no
se ejerce pensando solo en la necesidad de mantener el bloque nacional
español frente a Catalunya, sino también en el lustre del bipartidismo.
Cosa de que el PP apee su actitud de oposición a lo jabalí.
Doscientos
veintidós diputados, que suman los del PP y el PSOE, son una sana base
parlamentaria para ensayar una especie de Gran Coalición in péctore, con
la que sueñan los viejos floreros chinos del PSOE. Tan sana que Sánchez
marca ya los tiempos, como si contara con suficiente apoyo
parlamentario, y fija las elecciones para 2020, cuando corresponden.
Los
dos partidos, Podemos y C's que, a su vez, traían en su propósito el
desguace del bipartidismo están sometidos a fuertes crisis internas de
las que pueden resurgir fortalecidos o aniquilados. C's mostró una
insólita ineptitud en su manejo de la moción de censura. Una ineptitud
casi ridícula coronada con declaraciones de Rivera atribuyéndose la
moción de censura en contra de la que había votado. El partido, que
llegó a verse en cabeza de intención de voto, solo confía ahora en que
el PP se equivoque al elegir su nuevo líder; de no ser así, la
perspectiva de C's es muy sombría.
Crisis también la de Podemos, aunque no por los mismos motivos. Su condición de aliado junior del
gobierno sin estar en él es amarga para unos revolucionarios con un
programa de conseguir la hegemonía en la izquierda, desplazando al PSOE
como primer paso para asaltar los cielos. Ha resultado que no hubo nada
de esto y los morados sostienen el gobierno de su adversario sin ser, sin
embargo, imprescindibles.
Para
cuando lleguen las elecciones este panorama se habrá aclarado. Es
probable que los dos partidos dinásticos vuelvan a acaparar un
porcentaje muy alto de diputados, con los otros rezagados. En concreto,
Unidos Podemos hasta el porcentaje que tenía IU en tiempos de Anguita y
C's el que alcanzaba UPyD, partido con el que estuvo a punto de
fusionarse.
Toda
esa claridad solo tiene un punto oscuro: Catalunya. La situación de
poder dual es muy inestable. Si se le añaden crisis simbólicas de
Estado, como la cuestionada presencia de Felipe VI en la entrega de los
premios Princesa de Girona, las probabilidades de que lo
simbólico pase a lo institucional son muy altas. Según su gravedad,
pueden llegar a un nuevo recurso a la aplicación del 155 y hasta un
estado de excepción.
También
ha de contarse con la posibilidad de elecciones anticipadas en
Catalunya. En estas, el independentismo debiera ir en lista única o
lista de país. Esta opción existe asimismo para el caso de las
elecciones generales en España si el movimiento independentista decide
concurrir a ellas.
Probable
parece también que la idea de lista única o de país cale en las
elecciones españolas, quizá no con una sola lista pero sí como una
coalición electoral del bloque nacional. Así se tendría un resultado que
permitiría entablar negociaciones en busca de una solución
satisfactoria para ambas partes. Porque mientras esto no se dé tampoco
habrá estabilidad en el sistema español de la vigente Constitución de
1978.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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