El toque gaullista de la trayectoria de Puigdemont se acentúa y se acelera. Después de alzarse como símbolo de la Catalogne résistante y
de constituirse en símbolo de la legitimidad suprimida
autoritariamente, ahora estamos en puertas de la V República, el
"semipresidencialismo" francés, según la fórmula que han acordado los
indepes que, ya se sabe, tienen algo de gabachos.
La
V República. Un presidente todopoderoso que nombra un presidente de su
mayoría parlamentaria. Otra cosa es cuando no tiene esa mayoría y se ve
forzado a la cohabitación, pero no parece que sea ni vaya a ser
el caso en Cataluña. El presidente reúne legitimidad y eficacia gestora,
pero delega esta en el primer ministro. Más o menos, el acuerdo. Solo
que aquí, por necesidades de este guión cada vez más surrealista, el
presidente será presidente simbólico en el exilio y el primer ministro,
presidenta de la Generalitat catalana. Para evitar, dícese, abrir otro
frente judicial. Tarde o temprano se abrirá, pero es prudente
retrasarlo.
¡Alto ahí! truena la ministra de Defensa, no se puede ser presidente en la distancia.
No se sabe por qué, ya que Rajoy lo es desde el limbo, pero no merece
la pena estar a estas pequeñeces. Cuando aclaran a la ministra que se
trata de una presidencia simbólica, asiente rezongando que, de todas
formas, eso es "engañar a los catalanes", esos a los que tan difícil es
"sacrificar" uno a uno, pero a los que, según esta Aldonza Lorenzo de
las armas, se puede engañar en rebaño. Como si se pudiera. Es la idea
que estos gobernantes de pacotilla tienen de los catalanes, de Cataluña y
del soberbio desastre que han montado con este país al que dicen querer
tanto y al que no han dejado de esquilmar desde el día primero. La
misma ministra lo dijo en uno de esos lapsus veritatis que tiene, que
habían "trabajado mucho para saquear este país."
La
ministra no se entera; el gobierno, tampoco. No pueden impedir una
investidura "pro forma" de Puigdemont complementada con una de hecho y
derecho de Elsa Artadi. Y no pueden evitar que la presidencia efectiva y
eficaz esté residenciada en el presidente legítimo en el exilio, dadas
las circunstancias excepcionales por las que atraviesa la República. Se
mantiene el principio de legitimidad gaullista, Puigdemont es
presidente, como lo es la presidenta que el Parlamento elija. Y ya no
hay razón para mantener el 155.
Lo
que suceda entre tanto, día a día, es un misterio. La consolidación de
un govern en el exilio por muy simbólico que sea, acabará provocando
roces diplomáticos con Bélgica, tierra en donde los españoles no son
especialmente bienquistos, pero los catalanes, sí. Al episodio de Ferrer
i Guardia me remito. Y también habrá zafarrancho en otros frentes que
la fabulosa ineptitud de este gobierno ha abierto y ahora no sabe cómo
cerrar, singularmente el judicial que está desatado. Como alguien no lo
evite, aquí se monta un macroproceso político contra el independentismo
que nos va a mostrar ante los europeos como lo que somos, un país de
pandereta y metralleta.
El
frente judicial es como las bombas de racimo: expanden el destrozo. Las
redes se preguntaban ayer por el paradero de Anna Gabriel, citada a
declarar por los tribunales, y que parece haber desaparecido. Son
previsibles actitudes de rebeldía que apuntan a una desobediencia
generalizada al Estado y sus medios.
Es
imposible gobernar un país a base de encarcelar a unos representantes
democráticos, mandar a otros al exilio y perseguir a los restantes hasta
el descansillo de la escalera. Dicen los cínicos del B155 que nadie
habla ya de gobernar, que se trata simplemente de mantener el
desgobierno actual y que nadie se mueva.
Los
catalanes ya se han movido y el Estado no puede pararlos, salvo que se
convierta abiertamente en lo que ya es secretamente, una dictadura. La
dictadura del B155, algo imposible de defender por ahí fuera y por aquí
dentro.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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