Desde hace un tiempo parece que hemos entrado directamente y sin remisión en la Nueva Inquisición.
Aquella que se orquesta a través de medios de comunicación, antaño con
prestigio de serios, y donde hoy no solo no se publican noticias sino
que se vierten bajo el epígrafe de "Análisis" una retahíla de insultos y
juicios de intenciones, como si uno no pudiera hacer con su conciencia
lo que le diera la gana.
Entre todas las de este miércoles he encontrado
una donde un escritor con apellido de dios egipcio habla con el
desprecio que practican los ignorantes del vicepresident Oriol Junqueras en un texto que titula La vía mística de Fray Junqueras.
Ni tengo costumbre, ni es bueno, ni figura entre las funciones de un
periodista defender a un político, ya que sea quien sea se basta y se
sobra para hacerlo con verdades o con mentiras. Pero en estos momentos,
Junqueras no es un político sino un preso político
que justamente no puede defenderse por personas que piensan exactamente
igual que el articulista.
Ironizar sobre la fe de Junqueras o criticar
su actitud, dice, de "meapilas" acusarle de actuar con un
disfraz de mártir religioso, adivinar que no soporta el aliento de los
presos comunes, decir que no tiene mejor oficina de campaña que su celda
"mística" o destacar que extraña las comodidades del mundo exterior
tiene muy poco de trabajo de un analista y, en cambio, mucho de bufón.
Una profesión, por cierto, que parece estar al alza y que seguramente le
augura un papel destacado en este nuevo teatro que son hoy muchas de
las tertulias. Le aconsejaría que tenga paciencia y, si se atreve, como
es propio de personas adultas, espere a que salga de la prisión de Estremera,
situación que, según asevera, Junqueras vive como un camino de
expiación, para decírselo. Estoy seguro de que el vicepresidente no le
dará calabazas pero, mientras tanto, es feo aprovecharse de quien no
puede defenderse y es el débil de la historia.
La Nueva Inquisición no atiende a razones sino que busca la
destrucción del adversario por el camino que sea. Y a sus
cofrades algunos medios los acogen y los protegen como si fueran unos
seres valientes y atrevidos, osados y con licencia para el menosprecio,
no ya de las ideas sino de los valores de todo tipo. Los religiosos
también. Son los nuevos Torquemadas cinco siglos después.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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