Uno de los rasgos de la acción política
que los buenos gobernantes conocen es que todo conflicto en un estado de
acción/reacción/más acción tiende a acelerarse e intensificarse a
extremos que no puedan controlarse. Lo mejor es interrumpir el ciclo
buscando una solución negociada. Los malos gobernantes, en cambio, lo
ignoran o dicen ignorarlo por creer que cabe resolver el conflicto por
aplastamiento del adversario.
Encarcelar
a los dos dirigentes sociales es proveer al movimiento independentista
de una razón más de movilización. Ese mismo movimiento independentista
que, con la complejidad del intercambio epistolar entre el govern
y el gobierno, pudo sentirse decepcionado y defraudado, aunque por poco
tiempo porque el objetivo estratégico así lo impone. Ahora, otra
inyección de moral: el independentismo no se resignará a ver a sus
dirigentes en prisión e intensificará su reacción. Ya deben de tener a
los dos sucesores de los encarcelados en posesión de sus cargos.
Aquí
es donde se ventila el sentido de la política represiva del gobierno.
Su apuesta es por el estilo clásico: se descabeza el movimiento y se
acaba con él. No hay que temer mayores repercusiones sociales. El
ejemplo que aducen es el del País Vasco. La equiparación demuestra una
ignorancia alarmante sobre la naturaleza del movimiento catalán: masivo,
democrático, pacífico, organizado, permanente.
Por de pronto, la
situación ya se ha convertido en un relato sobre prisioneros políticos,
prisioneros de conciencia, en España cosa que, después de las imágenes
de brutalidad policial, dejará al país los suelos, especialmente ahora
que acaba de ingresar en el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Un
país que tiene prisioneros políticos y rehenes y al que alguien pedirá,
en consecueencia, que abandone un lugar que no le corresponde.
Desde
luego, el encarcelamiento de los dirigentes sociales del
independentismo es un dislate mayúsculo y una injusticia sangrante
cuando andan en libertad Urdangarin, su señora, Rato y no sigo por no
hacer interminable la lista. Y sobre todo cuando se recuerda aquella
jaculatoria que se repetía en tiempos del terrorismo etarra: callen las
armas y se podrá hablar de todo. Porque España es una democracia. Era
mentira. No se puede hablar de todo. Por ejemplo, de referéndum no se
puede hablar y tampoco de autodeterminación y mucho menos de
independencia. Y no se puede hablar porque España no es una democracia.
Al igual que no es un Estado de derecho. Y no solamente porque él mismo no se somete a la ley que, por supuesto, no es igual para todos sino porque carece de independencia judicial como viene a demostrarse una y otra vez por la particular sumisión de los jueces al poder político.
Al igual que no es un Estado de derecho. Y no solamente porque él mismo no se somete a la ley que, por supuesto, no es igual para todos sino porque carece de independencia judicial como viene a demostrarse una y otra vez por la particular sumisión de los jueces al poder político.
En este caso concreto, la jueza que ha
decretado la prisión incondicional para los dos Jordis ha sido
recientemente condecorada por el ministro Zoido con la medalla de la Policía y también por la Guardia Civil. La justicia del príncipe jamás
será justicia.
Los
dos Jordis deben quedar en libertad sin cargos cuanto antes,
ugentemente; no vaya a realizarse la célebre admonición de H. D.
Thoreau: "con un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar
para una persona decente también está en la cárcel."
Y vayan a faltarles cárceles.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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