No debe haber en el mundo un movimiento capaz de movilizarse con
tanta rapidez como el independentismo catalán. Sometido a permanentes
pruebas de estrés para no fracasar en ninguno de los objetivos que se
propone, este martes ha vuelto a mostrar musculatura concentrando en la
Diagonal de Barcelona unas 200.000 personas, según la
Guardia Urbana.
Otras decenas de miles también salieron a pedir la
libertad de los Jordis en capitales de provincia, de comarca, en
ciudades y pueblos de toda Catalunya. Disciplinados con sus velas, la
mayor parte del tiempo en un silencio que solo rompían los discursos, Els Segadors o
un helicóptero que sobrevolaba todo el rato la Diagonal y que los
manifestantes silbaban creyendo que era de la Guardia Civil o de la
Policía Nacional.
Los Jordis, Sànchez y Cuixart,
pasarán su segunda noche en la prisión de Soto del Real, sin móvil y,
seguramente, con escasa información de lo que ha sucedido en Barcelona
este martes. Pero serán los menos sorprendidos cuando sepan que se ha
cumplido su pronóstico: la irritación de una muy amplia mayoría de la
sociedad catalana con su detención desbordaría claramente el
independentismo y devolvería a la casilla de salida el debate entre las
fuerzas políticas sobre la declaración de independencia.
Cuenta un destacado miembro del Govern que la convicción en el
ejecutivo catalán de que el Estado va a ser implacable con ellos es muy
alta y también que entre las cuatro paredes del Palau en que se reúnen
hay muchas menos discrepancias de las que se reflejan en el interior de
los tres partidos, el PDeCAT, Esquerra y la CUP.
También que el Govern
no se siente presionado por ninguna de las tres formaciones y que, en
todo caso, si por alguien se siente empujado es por el gobierno de Mariano Rajoy
que con su actitud represiva ha acabado haciendo saltar por los aires
—o, cuando menos, perdiendo buena parte del impulso que tenía la
iniciativa— el encaje de bolillos de la declaración del president
Puigdemont el pasado día 10: declaración de independencia a través de un
discurso presidencial y suspensión de los efectos de la misma en los
segundos posteriores. Un mix difícil de tejer —y de entender para
muchos— pero que aglutinaba una mayoría de 83 diputados de 135
parlamentarios en la Cámara catalana.
La detención de los Jordis podía tener como efecto inmediato
atemorizar al Govern, a los dirigentes de los partidos
independentistas, de la Mesa del Parlament y de las entidades
soberanistas, cosa que no ha sucedido. Y que pone de relieve un párrafo
de la carta de Puigdemont a Rajoy y que deliberadamente
ha sido pasado por alto en la Moncloa: "Cuando el pasado día 10,
atendiendo a las peticiones de numerosas personalidades e instituciones
internacionales, españolas y catalanas, le planteé una oferta sincera de
diálogo, no lo hice como una demostración de debilidad sino como una
propuesta honesta para encontrar una solución a la
relación entre el Estado español y Catalunya que lleva bloqueada desde
hace muchos años".
Esta propuesta, a la vista está, no ha salido de
puerto. De hecho, nadie en Madrid se ha acogido a ella. Desde la carta
del lunes por la mañana solo ha habido un hecho relevante, la detención
de Sànchez y Cuixart. Ese ha sido el único mensaje. Demasiado poco para
todo lo que hay por delante.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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