Abril 1969,
estrechas rendijas en la censura que acabarían cerrándose. Una
revista, España Económica, publica un artículo titulado “Navarra y
la autonomía fiscal”. El autor anónimo pero bien conocido en los
círculos económicos, escribe:
“Una nueva ronda en la discusión del control entre Administración Central y la Diputación Foral de Navarra. Los críticos del régimen de Concierto denuncian el privilegio; los defensores hablan de autonomía pero pueden estar defendiendo, de hecho, el privilegio…
Hay que preguntarse si esta tensión entre Centro y Periferia no acabará por constituirse en la más grave de todas, por ser la irreductible a cualquier otra discusión que no sea la específicamente política. Uno puede imaginarse una España con muchos problemas económicos más o menos resueltos y con un problema regionalista cada vez más enconado.”
“Una nueva ronda en la discusión del control entre Administración Central y la Diputación Foral de Navarra. Los críticos del régimen de Concierto denuncian el privilegio; los defensores hablan de autonomía pero pueden estar defendiendo, de hecho, el privilegio…
Hay que preguntarse si esta tensión entre Centro y Periferia no acabará por constituirse en la más grave de todas, por ser la irreductible a cualquier otra discusión que no sea la específicamente política. Uno puede imaginarse una España con muchos problemas económicos más o menos resueltos y con un problema regionalista cada vez más enconado.”
¿1969 queda lejos?
Yugoslavia se ha invertebrado. El país de los eslavos del sur,
llamado a ser un importante competidor en la UE, se restablece desde sus
diversas identidades políticas. Suiza, tres identidades con idiomas
diferenciados y universales - Alemán, Francés e italiano - no se
cuestiona la existencia de un solo Estado, mantiene todo su potencial
económico y político mientras conserva unas instituciones tan
anacrónicas como eficientes, los cantones. ¿El Valle de Arán en Cataluña
o el del Baztan en Navarra?.
Nuestro estado de las autonomías ha tenido muchas críticas. También
sus admirables realidades: la Zamora, el Ciudad Real o Albacete de antes
y después de la Constitución de 1978: la Barcelona de antes y después
de los Juegos Olímpicos del 92 y tantas otras.
Veo y escucho en la televisión al escritor colombiano Héctor Abad
Faciolince con su tragedia familiar y nacional a sus espaldas y también
su asombro ante quienes en Europa o en España intentan romper esa
convivencia a la que añoran tantos países de la América Latina. “Un
infantilismo el de Puigdemont” diría la alcaldesa de Madrid en el
Intermedio de la Sexta.
Jueves 12 de octubre. Le Monde titula a toda plana: “Catalogne:
L'indépendance en Suspens”.Crónica de rigor cartesiano: “En la sala del
Parlamento donde la República Catalana acababa de proclamarse y después
ser suspendida, el ambiente no era precisamente festivo. Los ministros
regionales que habitualmente buscan el contacto con los periodistas
rechazan responder a las preguntas, caras graves”.
Páginas de opinión: El filósofo Yves Roucaute afirma que “rechazar la
independencia de esta región en nombre de la Constitución Española es
un sin sentido. ¿Cuál es el derecho que pretende negar al de los
pueblos?”. Thibault Muzerques replica: “¿Cuál es el derecho a provocar
la balcanización de Europa o a despreciar a más de la mitad del pueblo
de Cataluña?”.
El filósofo Roucaute sólo acepta un pueblo, el independentista, “que
baila la sardana”. Un baile precisamente inventado por un “catalán” de
un pueblo de Jaén, Pepe Ventura, hijo de un comandante del ejército
español. Había que silenciar políticamente a las jotas populares de
Lérida y Tarragona. ¿Se trata ahora de expulsar políticamente al millón
largo de los descendientes del inventor de la sardana?.
Pujol habló de convertir a Cataluña en Dinamarca y Pla, el más grande
escritor catalán, le diría aquello de que “aquí, lo único que nos
faltaría son los daneses”. Pla, naturalmente no figura en el imaginario
independentista.
(*) Economista del Estado
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