Solal es el protagonista de la novela 'Bella del Señor', de Albert
Cohen. Un alto funcionario de la Sociedad de Naciones que hace una
brillante carrera sin tomar decisiones y sólo clasificando los asuntos
pendientes que llegan a su mesa en dos montones, el de los relevantes y
el de los poco importantes.
Cuando van quedando sepultados, los pasa a
los diferentes cajones de su mesa. Los poco importantes van al cajón de "trabajos relegados al olvido indefinidamente",
otros al que llama "la leprosería" porque no se pueden tocar, y los
escasos que considera relevantes pasan por "el purgatorio" y terminan
siendo solicitados por superiores que los gestionarán y así no hay
riesgo en la carrera de Solal, que asciende sin tacha alguna.
Cuenta la leyenda que Mariano Rajoy sabe medir los tiempos,
que su principal virtud política es la de dar la patada al balón y
esperar a que, en su momento, vuelva a aparecer la pelota en su camino. O
no.
El 3 de febrero de 2013, él mismo reforzó esta leyenda cuando dijo satisfecho: “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, y eso es también una decisión”.
Así ha vivido y mal no le ha ido, porque empezó con un cargo político en 1981
y 36 años después ha ido pasando por casi todas las responsabilidades
posibles hasta llegar a la más alta a la que un español puede aspirar
sin llamarse Borbón.
Sus partidarios han alabado siempre esa
manera de ser como si fuera una virtud, aunque muchas veces confiesen en
privado que les saca de quicio esa especie de ataraxia en la que parece
vivir.
Sin embargo, al cabo de los años, muchos de los balones a los que daba patadas al frente le han salido al camino. Carpetas
de asuntos pendientes que acumulaba le vuelven a la mesa, con mucho más
papel y complicación, víctima de su propia leyenda.
Dio una patada a la corrupción y ahora los escándalos le han salido en el camino porque no estaban cerrados ni muertos, sino mal enterrados.
Lo hizo también con la reforma de la Constitución,
sobre cuya necesidad tanto se ha debatido y coincidido. La metió en el
cajón de "la leprosería" y no la abordó cuando tenía mayoría amplia para
pilotarla y ahora puede verse obligado a discutirla con una aritmética
parlamentaria más precaria y con grave tensión territorial. Lo hizo
también en la gestión de las investiduras fallidas de 2016, hasta que el
PSOE se suicidó con la abstención. También la financiación autonómica
fue al cajón intocable.
Y, sobre todo, dio una patada a la carpeta de Cataluña, que, según se comprueba ahora, solo le sirvió para ganar tiempo. O más bien para perderlo.
El 16 de octubre de 2013, el entonces diputado de CiU Josep Antoni Duran Lleida le dijo a Rajoy en el pleno del Congreso: “Lidere
una respuesta de Estado, porque, si no lo hace, si no responde a las
aspiraciones de Cataluña, entonces se va a encontrar con una declaración
unilateral de independencia que algunos van a hacer en el Parlament". Premonitorio de lo que se vive justo cuatro años después.
Entonces Rajoy tenía mayoría absoluta, pero dio la patada al balón y
el apoyo al independentismo se ha multiplicado desde entonces. Ahora,
desbordado, está obligado a actuar cuando la única ley sobre la
que hay consenso en Cataluña es la de la gravedad y con la presión de la
calle, de los independentistas que se han saltado todas las normas y
hasta de la alarmada Unión Europea.
Tiene que actuar débil y
sin apoyos, porque también ha ido aplazando durante años lo de tejer
acuerdos con otros. Pero que nadie le pida soluciones arriesgadas ni
rápidas por su legendario control de los tiempos y por su falta de
premura para gestionar cada asunto que se encuentra.
El domingo por la
noche dijo solemne que convocaría a todos los partidos con
representación parlamentaria, lo que incluye a Podemos, ERC, PDeCAT y Bildu, y el martes por la tarde aún no lo había hecho. Que nadie le meta prisa para buscar una salida sensata.
Así estamos, atrapados entre quienes se saltan todas las leyes y quien nunca tiene prisa para buscar soluciones a nada.
(*) Periodista
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