Muchos catalanes que se sienten catalanes y españoles, que apostaron
en 1977 por una Cataluña autónoma en una España abierta y democrática —y
que lo siguen haciendo— llevan años preocupados. Por una parte, un
Gobierno de Madrid que entiende poco y que —más grave— no quiere
aproximarse. ¿Ha habido en los gobiernos de Rajoy algún representante del catalanismo moderado? No, ni un Piqué.
Por la otra, un independentismo rampante con tintes populistas que cree en la independencia sin dolor y que en Europa nos están esperando con los brazos abiertos. ¿Sectarios? ¿Incompetentes? ¿Ilusos? ¿Las tres cosas?
Pero desde el domingo, la preocupación se transmutó en tristeza.
¿Y si todo estuviera perdido y no quedara otra opción que vivir en una
España cerrada e insensible o en una Cataluña en vías de empobrecimiento
moral y material?
Es peligroso seguir por esta vía porque la tristeza persistente es
mala para la salud y negocio para los psicoanalistas. El martes al
mediodía, el tuit de un desconocido logró hacerme reír. Bastante. Decía:
"¡Dios, ha sido desenterrar a Dalí y todo se ha vuelto surrealista!". Y bien mirado, puede ser una forma de asumir la realidad.
El
domingo, un Gobierno catalán que se había saltado la Constitución del
78, votada más por los catalanes que por el resto de los españoles, y el
propio Estatut, que exige una mayoría de 90 diputados y no de 72 para
asuntos relevantes, había convocado un referéndum unilateral e ilegal sobre la independencia de Cataluña. ¿Surrealismo? Lo más daliniano fue que las fuerzas de orden enviadas para garantizar el orden se dedicaron, a primera hora de la mañana, a entrar en los colegios electorales —que no lograron mantener cerrados— y a intentar hacerse con las urnas que antes no habían sabido encontrar. Y que con este fin no dudaron en romper cristales y golpear a ciudadanos
que esperaban poner una papeleta en la urna. Con la misma actitud con
la que se disuelve una manifestación que se pasa de la raya.
Pero los ciudadanos no eran manifestantes ni activistas sino que
formaban parte del 47,8% de catalanes que votaron a partidos
independentistas en las elecciones de 2015. Y que, aunque quieran irse
de España, tienen derecho a ser tratados como ciudadanos de un país libre y europeo. Y la brutalidad policial —no culpa de la policía sino de los que los habían enviado— fue conocida con rapidez por millones de personas en todo el mundo.
¡Un Gobierno que dice proteger la unidad de España enviando la policía a
reprimir no a violentos manifestantes sino a aspirantes a votar en un
referéndum! Los que lo habían convocado seguían disfrutando de sus
coches y despachos oficiales, pero el ciudadano que quería votar era
amenazado por las porras de la policía. Como en la España de Franco.
¡Dalí puro!
Y las escenas fueron tan chocantes que provocaron una onda de indignación que traspasó las fronteras de Cataluña y de España. La prueba es que el Parlamento Europeo ha cambiado su orden del día y discutió este miércoles la violencia policial en Barcelona.
El Parlamento español no lo hará hasta la próxima semana. ¡Quizás haya
resucitado la conspiración judeomasónica contra España que ya Franco
denunció!
Por la noche, vimos a Rajoy.
Pareció no haberse enterado de nada. No dijo que el referéndum no tenía
valor jurídico por carecer de garantías (la última, de la misma mañana,
fue dejar votar en cualquier colegio), sino que no había habido
referéndum, cuando en Barcelona hubo grandes colas. Añadió que la
democracia española se había sabido defender y que “hemos hecho lo que
teníamos que hacer”. Ni una palabra para lamentar los incidentes. ¿Dalí puro?
Luego, cuando se inquiere de qué sirven tantos servicios de seguridad
si a la hora de la verdad no saben ni encontrar unas urnas, ni cerrar
locales públicos, ni impedir una votación, la contestación oficiosa es que se confiaba en los Mossos.
No nos pasemos de surrealismo, pero es como decir que los servicios de
inteligencia estaban externalizados en los seguratas de una cadena de
supermercados.
Y el desvarío continúa. El presidente de la Generalitat
—que pudo votar burlando al helicóptero que le seguía cambiando de
coche bajo un puente y dirigiéndose a otro colegio electoral— no solo
condenó y exageró la violencia policial sino que —sin dar datos— aseguró
que en la jornada Cataluña se había ganado el derecho a la independencia y que dentro de pocos días el Parlamento actuaría en consecuencia. O sea, que haría una DUI (declaración unilateral de independencia). Aunque el lunes matizó y pidió la mediación europea.
Y luego ha venido lo de manipular el juicio de la prensa internacional.
Unos dicen que condena la brutalidad policial. Otros, que asegura que
el referéndum carece de toda validez. He leído con atención los
editoriales de los tres diarios que en mi opinión son más seguidos por
los gobiernos occidentales —'Le Monde', el 'Financial Times' y el 'New
York Times'— y parece que los políticos del PP y los independentistas
solo han leído el medio editorial, que les conviene.
Vamos a 'Le Monde'.
Empieza su editorial en portada (nada habitual) y dice: “Si el Gobierno
español hubiera querido ayudar a los independentistas, no lo habría
hecho mejor. Las imágenes de la policía española interviniendo, a veces
brutalmente, para impedir a los catalanes ir a votar a un llamado
referéndum de autodeterminación, han hecho progresar la causa del
separatismo. Entre las dos partes, la fractura se ha hecho más grave.
España se adentra en una mayúscula crisis política… La acción de la
policía española contra gentes de todas las edades que iban a votar no
será olvidada pronto por los catalanes, incluso por los que
—probablemente una mayoría— no son independentistas".
Pero añade: “El referéndum era claramente contrario a la Constitución
democrática de España y no ha respetado las normas propias de un país
de la UE. Si creemos al señor Puigdemont, el sí a la independencia —dos
millones— ha obtenido el 90% de los votos pero la abstención ha sido del
60%. ¿Es suficiente para autoproclamar la independencia? En el resto de Europa, ningún Estado está dispuesto a reconocer este resultado”.
Los
tres diarios aseguran que España y Cataluña están en un 'impasse' y que
sería necesaria una negociación, pero que ni Rajoy ni Puigdemont, ni
los partidos que tienen detrás, están dispuestos. ¿Un 'impasse' permanente? Sería un sueño daliniano.
Mientras tanto, en Madrid lamentan mucho los actos y gestos de intolerancia con la policía española —e incluso con Ferreras y los periodistas de La Sexta—,
ciertamente preocupantes, que se han producido. Y el martes en
Barcelona miles de manifestantes —mucho de ellos jóvenes y en actitud
festiva— se manifestaron en una jornada de 'paro de país' (huelga
general a la carta) en que los huelguistas se paseaban tranquilamente
por entre las terrazas de la Rambla de Cataluña —unas abiertas e incluso
con manteles blancos y copas de vino altas, y otras cerradas—.
Y ya entrada la noche, el Rey compareció en TVE.
Tuve que cerrar las ventanas de casa porque la cacerolada (adelantada
una hora y acompañada de la consigna de no oír al monarca) era fuerte.
¿Qué quieren que les diga? Habría preferido que el Rey permaneciera callado, porque el momento es quizá solo muy grave y el Rey debe reservarse para una extrema gravedad. Lo que dijo era correcto para un columnista sensato de centro-derecha,
pero ese no debe ser su papel.
Y en el discurso vi el espíritu de
Moncloa. Lógico, porque es un Rey constitucional. ¿Necesario?
¿Conveniente? En todo caso, podía haber recordado que fue príncipe de
Girona y sigue atentamente cada año los actos de la fundación. Podía
haber dicho algo en catalán. Podía haber lamentado malos entendidos y
mostrado alguna preocupación por los incidentes del domingo. En resumen,
podía haber intentado estar cercano. Una cosa es ser rey constitucional
y otra cosa parecer el portavoz moderado de Rajoy.
Pero hoy quizá Dalí nos salve del infierno al que estamos
descendiendo. Pensé que el 'impasse' permanente y creciente había tenido
un alto.
Que el Rey no había ido a TVE sino que había comparecido el
ministro Zoido
y había dicho que el referéndum era ilegal y que constitucionalmente no
debía permitirse, pero que el operativo —por motivos X— había tenido
fallos y que —no por culpa de las fuerzas policiales sino de cierta
improvisación y la actitud inesperada de otras fuerzas— se había
producido algún hecho lamentable.
Que había actuado de buena fe y con
diligencia, pero en democracia un ministro debe asumir los fallos de sus
subordinados y no hacer recaer la responsabilidad en sus superiores.
Como consecuencia, había presentado su dimisión irrevocable al presidente del Gobierno, que la había aceptado.
Zoido
se comportaba como un ministro inglés. ¿Podrían los otros seguir
creyendo que eran el partido nacionalista de una colonia oprimida y
haciendo que algunos de sus seguidores gritaran “asesinos” a la policía
española?
Pero Dalí vuelve a estar enterrado bajo una gran losa en
su museo de Figueras. Algunos dicen que para hacer una tortilla —la
independencia o salvar España— hay que romper huevos. Hacer cosas no
agradables. El problema es si se rompen muchos huevos y no se sabe hacer
ninguna tortilla. Si el resultado final es solo de muchos huevos rotos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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