Estoy ahora rememorando aquella escena tan bonita. Ramón Luis
Valcárcel y Pilar Barreiro sentados en un banco del paseo portuario de
Cartagena mirando los brillantes rayos de sol que estallan sobre las
tranquilas aguas estancadas. Cualquiera que, de paso, hubiera observado
sus figuras, habría creído que se trataba de una de esas parejas que
vuelven a reencontrar el diálogo tras haber criado a la prole y de nuevo
se quedan solos en casa. Valcárcel le está diciendo: «Todo este poder
que ahora tengo, algún día será tuyo, si tú quieres».
«Me lo tengo que
pensar, Ramón Luis».
Fue en uno de esos tramos en que Valcárcel
veía pasar el tren (sin soterrar, claro) de su jubilación (las
anteriores europeas a las de la legislatura vigente) y se aprestaba a
desprenderse de la pesada carga de una gestión que sus espaldas ya por
entonces no soportaban. Sin embargo, las encuestas le seguían dando
carrete electoral, y la tentación de permanecer se acababa imponiendo,
pues en aquel tiempo todo parecía sólido.
La operación ´Pilar,
presidenta´ duró un suspiro, no mucho más que aquella falsa cortesía
romántica en el puerto en la que ambos estaban menos atentos a la
conversación que prevenidos ante la sospecha de que cualquiera
aprovechara un descuido del otro para empujarlo al mar.
Otro
episodio de nuestros protagonistas, también en cierta forma romántico,
ocurrió cuando se produjo aquella llamada telefónica Murcia-Nueva York.
Valcárcel la reclamaba para encabezar la lista del PP al Congreso, y
Barreiro, que visitaba a su hija en la ciudad de los rascacielos dijo
esta vez que sí. Una cartagenera liderando una lista regional. Pues
bien, obtuvo más votos que Valcárcel en las autonómicas, y se ganó
secretamente la opción de ser candidata a la Comunidad con ese plus, así
como algunos celillos.
Barreiro nunca quiso pujar por esa plaza.
En realidad llevaba años buscando la salida de la alcaldía para
acomodarse en los bancos nacionales, pero fue forzada a repetir y a
repetir, pues la renovación en el consistorio cartagenero habría puesto
el foco en el tapón autonómico de la Comunidad y del municipal de
Murcia, donde Valcárcel y Cámara hacían guardia bajo los luceros.
Tendrían que saltar todos a la vez.
Barreiro, sin embargo, cometió el
error de quedarse, forzada por Valcárcel mientras éste emprendía el
vuelo y porque nunca hay momento para irse, y aunque ganó de largo las
municipales después de veinte años en el poder no lo hizo con la mayoría
necesaria y se le abrió el butrón de José López, su encarnizado
enemigo, que puso coto a cualquier alianza para la continuidad del PP en
el poder. Desde entonces, Barreiro vaga por el Senado, tras haber
tenido que comparecer dos veces sucesivas a unas incómodas elecciones en
las que estuvo obligadamente desaparecida.
Es la alcaldesa, al
día de hoy, de la gran transformación de Cartagena. Dispuso de veinte
años para hacerlo, es cierto, pero ahí está la ciudad para verla. Fue
una de las primeras mujeres que se sentó, casi en solitario, en los
escaños de la Asamblea Regional, y ya desde sus primeros años en la
alcaldía tuvo que poner freno, unas veces con más discreción y otras a
cajas destempladas, a los cuervos de traje y corbata que querían
tutelarla. No lo lograron, y en consecuencia empezaron a esparcir la
típica peste machista, que arreció cuando la alcaldesa deshizo su
matrimonio.
En áreas como la cultura se escapó de las rutinas y se rodeó
sin prejuicios de los mejores gestores, aunque echara el freno en el
último tramo de su reinado, cuando empezó a verse más acosada que otras
veces. Era muy chula, pero a veces en la vida política las mujeres solo
sobreviven si se muestran chulas. También es posible que a veces se
pasara de chula. Desde luego, era mejor que sus enemigos (no incluyo en
esa categoría a sus adversarios).
Ha caído (caerá
inevitablemente) por la Púnica, un caso menor, aunque no menos
impresentable que otros. O tal vez más, por lo estúpido. Se había
salvado de unos quince denuncias e investigaciones anteriores, una de
ellas por el caso Novo Carthago, para lo que vinieron a su rescate los
brujos visitadores de la Fiscalía del Estado, no tanto por el interés de
ella sino para que hiciera de cortafuegos al Señor X del caso. Una
circunstancia ésta menos romántica que las anteriores.
No se
irá, de momento, pues en Madrid está bien apalancada. Rajoy la tiene en
estima, Cospedal la protege y le hace encargos. En las elecciones de
2007, el PSOE hizo su campaña electoral en Cartagena con el lema «Adiós,
Pilar». Han tenido que transcurrir diez años para que ese deseo empiece
a cumplirse. Dicen en el entorno de la senadora que ayer, tras hacerse
públicas las imputaciones del Supremo, recibió la llamada del portavoz
popular en el Senado, José Manuel Barreiros, quien le dictó un mensaje:
«Tranquila, Pilar». Como ya sabemos por otros, es así como en el PP
empiezan los adioses.
(*) Columnista
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