sábado, 2 de septiembre de 2017

La política del terror / Ramón Cotarelo *

La expresión de Turull no es muy afortunada: si alguien insinúa obviamente es porque no quiere decir. Prefiere dejar caer la sospecha y que sean los demás los que digan. Incluso como desafío, cual es el caso del conseller. Pero se le entiende perfectamente: aquí hay quien lanza sospechas sobre los cuerpos de seguridad catalanes. Hay quien duda del recto proceder de las autoridades catalanas .

Desde luego, el descalabro del atentado fue inmenso. Y lo ha padecido la comunidad. Un atentado indiscriminado, a voleo, hecho por un poseído en amok, es un atentado contra la comunidad. Para reaccionar, esta tiene que mostrar su unidad. Y aquí reside el problema, en que estos enfrentamientos no se dan en una comunidad unida sino en una profundamente dividida.

En un muy perspicaz artículo, De Aznar a Puigdemont: trece años después la historia se repite, Ignacio Varela hace una melancólica reflexión sobre las causas de que España gestione, por así decirlo, tan mal estas cuestiones críticas, como los atentados. Establece un paralelismo entre las motivaciones de Aznar en 2004 y las de Puigdemont en 2017 que no me parece enteramente justa. Pero eso no es ahora decisivo, sino la analogía que traza el articulista entre 2004 y 2017. Lo cual es muy cierto y está bien visto, pero no cabe olvidar que ambas fechas tienen elementos distintos y también idénticos. En ambos casos el protagonista es el mismo, el PP en el gobierno. Lo que varia es la contraparte, en 2004 (y años subsiguientes), el PSOE; en 2017 (y los que vengan) los indepes catalanes. Y en ambos casos también se trata de la costumbre del PP de instrumentalizar los atentados sangrientos con fines políticos, cosa que no se puede poner en pie de igualdad con los actos de las contrapartes que, además, obedecen a factores distintos.

Análoga es también la función de los medios de comunicación, apoyando teorías conspirativas. La finalidad es siempre la misma: sembrar la duda sobre el comportamiento de los adversarios, insinuar ilícitos, posibles delitos con el fin de deslegitimar, atacar y, de ser posible, extirpar las opciones políticas ajenas. Relacionar el independentismo con el terrorismo yihadista es la finalidad de estas maniobras. Y lo que se persigue con ellas es extirparlo. Al coste que sea. Lo dijo un alto cargo de Interior en su comparecencia en la Comisión de investigación sobre su ministerio. Preguntado qué estaba dispuesto a hacer por la patria, respondió "todo". Añádase la reciente reflexión de García Margallo de que "Un ataque terrorista se supera; la disolución de España es irreversible" y se verá que ese "todo" del alto cargo de Interior quiere decir eso, "todo".

El próximo 26 Rajoy será recibido por Trump en la Casa Blanca. A saber lo que nos habrá costado esa entrevista. Quizá nos enteremos cuando se desclasifiquen los correspondientes papeles. Porque el de los sobresueldos lleva un objetivo concreto muy caro de conseguir: un pronunciamiento de Trump en contra del independentismo del que sin duda Rajoy insinuará que no lucha con suficiente denuedo contra el terrorismo que nos amenaza a todos. 
 
 
"Construir" un partido de corte bolchevique/leninista y, por tanto, revolucionario, en una sociedad democrática cuyos postulados jurídicos se aceptan, es muy difícil. En realidad, imposible. A la vista está en Podemos (Vista Alegre II) y Unidos Podemos. Esto no obedece en modo alguno a la creencia de que, de haber triunfado el sector errejonista la formación fuera más viable. El destino de los mencheviques lo llevan en el nombre.

Los bolcheviques, en su ideología. Y si la revolución no se materializa de modo súbito, la organización entera se resiente porque se forjó para triunfar y no para la larga marcha a través de las instituciones. En la espera de la vida cotidiana, surgen mil discrepancias internas de todo tipo: idelógicas, personales, estratégicass, orgánicas, muchas de ellas incomprensibles para la opinión y el electorado, que suele abandonar a las formaciones más dedicadas a sus crisis internas que a las propuestas generales.

Ese conflicto de las comisiones de garantías apunta a una dinámica de oposición interna yugulada por una corriente de fieles a la dirección que ahora se encuentra con una rebelión de las bases. Todo conspira para dar a Podemos un modesto resultado en unas posibles elecciones: la mezcla de IU en el conglomerado (con sus perpetuos desacuerdos), las permanentes desavenencias sobre las alianzas con el PSOE, la falta de entendimiento en el asunto nacional. Esta disonancia es tan aguda que Iglesias entra en una alianza de hecho con los Comunes de Colau/Domènech y al margen de su propia organización, Podem, liderada por Dante Fachín. Cabe esperar una escisión en Podemos de Cataluña. 

La integración de Iglesias en los Comunes en Cataluña, paralela a la que tiene en Madrid, es un ejercicio de coherencia porque la fusión reclama el referéndum, pero no postula el sentido de la elección. Esta actitud es la más peligrosa para el independentismo porque puede atraer gran cantidad de votos que coinciden en la apreciación de que el Referéndum ya es un acto de soberanía y no precisa además el voto "sí". El argumento es sutil: en uso de mi soberanía digo que no a la independencia pero, al ser soberano, puedo afirmarla cuando quiera. Pero se puede refutar: si la garantía de una opción es que se pueda revertir ¿por qué no elegir la opción nueva si también puede revertirse aunque García Margallo no lo crea? 
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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