Como todo el mundo sabe, el timo de la estampita es una estafa que se suele hacer en lugares públicos. Ideada, según está documentado, hace más de un siglo, un listo y un tonto acababan enredando a un ciudadano que pasaba por allí y que acababa quedándose una mercancía ―inicialmente estampitas, de ahí el nombre― por un valor que, al final, descubría que era nulo. La policía viene alertando regularmente de que se sigue repitiendo aún este timo. Pero tanto da. Al final, siempre hay alguno que pica.

Lo he recordado cuando he seguido durante toda la jornada el culebrón de unas negociaciones sobre una moción en el Congreso de los Diputados para "un diálogo entre el gobierno español  y el Govern de Catalunya en el que todos pudieran defender sus ideas, aspiraciones y proyectos libremente, sin imposiciones e impedimentos. Dicho proceso debe aspirar a acordar los cauces legales y democráticos que permitan a la sociedad catalana determinar su futuro en el marco del ordenamiento jurídico vigente". 

Un texto que, aunque tenía desde el inicio renuncias para el PDeCAT, que era quien lo había transaccionado con el PSOE, se sostenía en que el final del redactado "el ordenamiento jurídico vigente" permitía interpretar, con mucha generosidad, que podía ser el ordenamiento catalán, el español o el internacional.

Con el acuerdo cerrado entre PSOE y PDeCAT, el Senado, que es una Cámara que creíamos que no servía para nada pero que fue la que acabó aprobando el 155, debatía otra moción, en este caso del PP, para arrinconar al PSOE, maniatado por su debilidad parlamentaria y muy frágil en su duelo con populares y Ciudadanos por su españolidad. Esta sí que se aprobó: "...Defender la unidad de España ante cualquier intento de referéndum de secesión de una parte".

Volvió la pelota al Congreso, donde Esquerra, con buen criterio, rápidamente se alejó del acuerdo entre PDeCAT y PSOE. Ya no había mayoría en el Congreso para sacarla adelante si no era con PP o Ciudadanos. El PSOE, además, apretó: el único ordenamiento jurídico vigente es el español. Y, como en el timo de la estampita, en el sobre del PDeCAT lo que había dentro no valía nada.

 O, incluso, menos que nada, siendo como es el día después de la Diada y la multitudinaria manifestación. A última hora, los posconvergentes tomaron la mejor decisión (y seguramente la única posible): retirar la moción acordada y que debía votarse este jueves. 

Ahora deberán revisar cómo es posible que las vetustas estructuras del grupo parlamentario en el Congreso, irritadas con el cambio de rumbo, acaben condicionando acuerdos que no tienen padre ni madre pero que solo pueden ser percibidos como incumplimientos electorales.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia