MADRID.- Ocho meses después de la reconquista del liderazgo por Pedro Sánchez, el PSOE es un barco a la deriva, sin
rumbo ni proyecto definido, sin pulso político en el timón de mando que
debería gobernar el capitán, que prefiere estar a refugio en la cabina, con una tripulación menguante y desconcertada, y con claros indicios de que el bloque sanchista ha empezado a cuartearse, aunque todos lo nieguen y se esfuercen en evitar que trascienda, segón publica https://www.infolibre.es.
En el balance positivo, hay unanimidad interna en que, después de casi
tres años con el partido en ebullición, hasta que estalló como una olla a
presión en el Comité Federal que forzó la renuncia de Sánchez a la
Secretaría General y su posterior regreso tras las primarias de mayo de
2017, la vida interna se ha pacificado y el PSOE ha dejado de desangrarse en peleas internas,
algo a lo que desde Ferraz se concede extrema importancia porque “sin
esa premisa es imposible hacer nada”. “Se ha disipado la idea creada
interesadamente de que la gente se iba a ir en masa, el partido se iba a
romper y todo iba a ser un caos. Nada de eso ha ocurrido”, subrayan
fuentes de la dirección.
Pero, aunque para que ello sea así ha sido muy
importante el papel desempeñado por el secretario de Organización,
José Luis Ábalos, al igual que en el giro de Sánchez hacia el pragmatismo, es sobre todo el fruto de que todos han tenido que plegarse a la contumacia de la realidad.
Sánchez ha aprendido que el secretario general tiene que convivir, sí o
sí, con los líderes territoriales, a los que no logró desbancar en los
congresos regionales que se celebraron tras el que ratificó su elección,
y éstos han aprendido que tampoco les conviene el pulso con el
secretario general.
La paradoja de Sánchez
La gran paradoja a la que se enfrenta Sánchez es que construyó su capital político con el “no es no” a Mariano Rajoy,
pero desde el estallido de la crisis catalana los planteamientos que
defiende no son los que le devolvieron al trono de Ferraz, sino aquellos
que defendía la gestora encabezada por Javier Fernández
con el respaldo de la inmensa mayoría los barones: la abstención que
permitió la investidura del candidato del PP se justificaba en la
situación de excepcionalidad provocada por el bloqueo político del país
producto del terremoto sufrido por el sistema de partidos, la
consiguiente fragmentación parlamentaria y la imposibilidad numérica de
formar un gobierno alternativo sin contar con el apoyo de fuerzas que ya
estaban emprendiendo el camino hacia la ruptura unilateral de Cataluña
con el resto de España.
En suma, por una razón de Estado, la misma que, una vez que el trabajo
sucio de romper el bloqueo político lo hicieron los
susanistas, invoca ahora el líder socialista para dar un apoyo sin fisuras al Ejecutivo de Rajoy no solo en la intervención del autogobierno catalán a través del
artículo 155,
decidida a sabiendas de que otra actitud habría provocado la explosión
del PSOE, sino también en los aspectos más controvertidos con los que lo
ha ejecutado el Gobierno. Pero entonces Sánchez seguía enrocado en un
“no es no” que solo podía abocar a una segunda repetición de las
elecciones generales.
Desde la dirección se sostiene que, gracias a ese alineamiento sin
fisuras en contra de cualquier pretensión de romper España, Sánchez ha
logrado el reconocimiento de Moncloa como el interlocutor más válido de
la oposición, es decir, “como la única alternativa real al gobierno del
PP”. Pero este ir del brazo de Rajoy en la puesta en marcha y aplicación
del 155 es precisamente lo que más disgusta a los
sanchistas más radicales y, en realidad, Sánchez está siendo utilizado por Rajoy para ningunear al que considera su auténtico rival, Albert Rivera,
a quien, según personas conocedoras de su relación, el presidente “no
soporta”, pese a ser su único aliado parlamentario, porque, hoy por hoy,
es la auténtica amenaza para el PP.
En las primarias, que más que ganar Sánchez perdió
Susana Díaz por una inconcebible acumulación de errores, se impusieron las tesis del
príncipe destronado por
el golpe de los coroneles ejecutado en el ya histórico
Comité Federal del 1 de octubre de 2016. Pero, repuesto en el trono por
el pueblo de los militantes, la
estrategia que está siguiendo ante los asuntos de raíz democrática es
la que defendían los perdedores de aquellas elecciones internas,
que ni mucho menos fue únicamente la baronesa andaluza. La tozudez de
los hechos le ha obligado a rectificar. Sánchez, a juicio de los que son
críticos con él, “solo acierta cuando rectifica”; sin embargo, para
muchos que le apoyaron en las primarias, es justamente al contrario,
“son las rectificaciones las que nos hunden”.
El dilema
Y este empieza a ser el gran dilema al que ahora se enfrenta el secretario general porque lo
que le fue útil para ganar las primarias, tanto en términos de relato
como de personas, puede no serlo para ganar las elecciones y convertirse en presidente del Gobierno, su única y exclusiva ambición.
Lo negarán todos, pero en los cenáculos socialistas se comenta que
Sánchez ha empezado a darse cuenta de que para ganar las elecciones no
le basta con rodearse de su
club de fans; que ya está
arrepentido de haber incluido en la Ejecutiva a algunos a los que tuvo
que pagar la deuda de su apoyo en las primarias; y que, a su vez,
algunos de estos empiezan a sentirse desencantados con Pedro II porque
ellos sí querían cambiar de raíz el funcionamiento del partido y
actualizar el proyecto socialdemócrata.
En estos cenáculos se interpreta
como un claro indicio de estas grietas el intento de empujar a la
candidatura del Ayuntamiento de Madrid a
Margarita Robles,
lo que delata —junto a la propuesta lanzada por la federación madrileña
de hacer una lista única de la izquierda— la falta de capital humano y
confirma que la diputada independiente no ha cuajado como portavoz
parlamentaria.
Y se habla también de los roces entre Ábalos y la
vicesecretaria general,
Adriana Lastra
—cuyo papel nadie sabe explicar con claridad, pero que hubiera querido
ser secretaria de Organización— por el control de los resortes orgánicos
del partido. Además, es fácilmente presumible que Sánchez, que como
economista siempre estuvo muy próximo a las tesis del ala liberal
encarnada por Miguel Sebastián o Carlos Solchaga, no ha de estar muy cómodo teniendo como responsable de esa área a Manuel Escudero,
que nunca formó parte de esos círculos de economistas y se ha erigido
ahora en guardián de unas esencias históricas de la socialdemocracia que
para los liberales del PSOE están periclitadas desde hace mucho.
El desconcierto de la militancia
Aunque no sea de su competencia, tampoco debe estar muy entusiasmado
Escudero, que siempre ha estado en los movimientos de vanguardia para la
democratización interna, viendo que nada se ha avanzado en el prometido empoderamiento de las bases —como tampoco los cuadros intermedios han ganado capacidad de influencia— por más que se intente ocultar bajo el marketing propagandístico de las asambleas abiertas
con las que Sánchez arrancó el año. Las comprometidas consultas a las
bases para decidir sobre los asuntos importantes, después de utilizarse
como instrumento de refuerzo al líder en el pacto que suscribió con
Ciudadanos, se guardaron en el cajón cuando llegó el momento de decidir
sobre algo auténticamente importante: la unidad de España.
Desde Ferraz se argumenta, contradiciendo los planteamientos con los que
Sánchez sedujo a la militancia, que “hay determinadas decisiones en las
que se tiene que ejercer el liderazgo y no pasar la pelota a las
bases”. Sin embargo, lo cierto es que el secretario general, en
línea con los usos y prácticas de Podemos, era partidario de convocar
esa consulta a las bases sobre el respaldo a la aplicación del artículo
155 y fue Ábalos, el secretario de Organización y la persona
más sólida de la Ejecutiva, quien le convenció de que, además de que un
partido como el PSOE no puede someter ni a debate ni a votación la
defensa de la legalidad constitucional sin traicionarse a sí mismo y
abdicar de su historia, era imposible en la práctica porque su
aplicación estuvo pendiente hasta el último minuto de la posibilidad de
que Puigdemont decidiera convocar nuevas elecciones y
todo el proceso que se hizo para la consulta sobre el pacto con
Ciudadanos llevó un mes.
No obstante, sí se reconoce como un error que,
en julio, Margarita Robles hubiera proclamado un no rotundo del PSOE a
este recurso para frenar la secesión catalana, un error que Sánchez ha
anotado, junto con algún otro, en la columna del debe de la portavoz
parlamentaria.
Y así, la militancia está de nuevo sumida en el desconcierto porque
durante la campaña de las primarias se le dijo que quienes decidieron
permitir con la abstención socialista la investidura de Rajoy eran unos
“traidores”, y ahora resulta que Sánchez está poniendo en práctica las
ideas de esos “traidores”. “Yo ya no entiendo nada”, es un comentario
frecuente entre militantes, ante los que, atenazado por la imposibilidad práctica de mantener el “no es no”,
con lo que ha perdido la mitad del relato que le permitió volver a la
Secretaría General y la parte consiguiente de credibilidad, Sánchez
intenta ahora recuperar con las asambleas abiertas el otro as con el
que ganó las primarias, el de presentarse como “el candidato de las
bases”.
En estos ocho meses, y esta es la segunda gran paradoja de Sánchez, el
capitán de la nave socialista, que siempre quiso ser diputado, se ha
refugiado en la cabina del barco porque ha descubierto que sin estar
sometido a la presión cotidiana de los periodistas que implica para un
político estar en el
Congreso,
se vive más cómodo y hay mucho menos riesgo de meter la pata porque
solo aparece y habla cuando él quiere, aunque esto genere un sentimiento
de orfandad entre los votantes socialistas.
El referente y el proyecto
En ese desconcierto influye también que unos días Sánchez quiere ser la versión española del británico Jeremy Corbyn y otros la del portugués António Costa, mientras que la referencia histórica del PSOE, el SDP alemán, está a punto de
reeditar la gran coalición con Ángela Merkel; unos días quiere representar el PSOE de toda la vida y otras convertirlo en una versión
podemita;
unos días se presenta como el líder de un partido de Estado y
monárquico y otros apela el asambleísmo de Podemos; unos días (hasta el
estallido de la crisis catalana) dice que España es un Estado
plurinacional y otros (ahora) pone pie en pared contra el
independentismo sin máscaras del nacionalismo catalán y revindica la
Declaración de Granada; y hay días en los que hasta es capaz de
señalar como objetivo prioritario del PSOE combatir la desigualdad y, al
mismo tiempo, poner el foco de atención en los pensionistas, el
colectivo menos castigado por la crisis, en lugar de empezar
por la pobreza infantil que ha alcanzado niveles de récord, los millones
de jóvenes en precario o en el exilio y/o los mayores de 50 años que
han visto cercenada su vida laboral sin posibilidad de encontrar empleo
ni de acogerse a una jubilación anticipada.
Y, en definitiva, cuando se
corre la cortina del eslogan “somos la izquierda”, se ven algunas
propuestas deslavazadas, pero no un proyecto, que no es la mera
acumulación de propuestas sino la clara definición de qué España propone
construir el PSOE a medio plazo.
Desde Ferraz se alega que pretender que tengan ya ese proyecto definido
—aunque solo sea esbozado con algunos trazos nítidos, sin vaivenes y de
forma coherente— es una exigencia desmedida para una dirección que
apenas ha cruzado el ecuador de su primer año de mandato. Se argumenta
también que la extrema gravedad de la crisis catalana ha impedido hasta
ahora desarrollar otra agenda política, al tiempo que se reconoce que
este conflicto le está sirviendo para sentar su primer pilar: fijar la base territorial del proyecto, y el consiguiente relato, con la defensa de la unidad de España y, al mismo tiempo, de una reforma pactada de la Constitución que facilite el encaje de Cataluña, habiendo conseguido de paso que el PSC abandone sus coqueteos con el llamado “derecho a decidir”, expresión eufemística del derecho a la autodeterminación.
Y se anuncia que 2018 será “un año de siembra”, durante el que el PSOE
se propone desplegar y dotar de contenido lo que ha bautizado como “10 acuerdos de país”,
que, según la información disponible hasta ahora, pretenden dar
respuesta a “los tres grandes retos que tiene hoy España: el combate
contra la desigualdad, la regeneración democrática y una recuperación
económica justa”, para lo que se formularán compromisos “centrados en
pensiones,
educación, ciencia y reindustrialización, pacto de rentas, igualdad de
género, rescate a los jóvenes, política de agua o ingreso mínimo vital, y
“tendrán su reflejo en los presupuestos alternativos que se presentarán
a principios de febrero y en otras iniciativas parlamentarias”.
Tiempo
habrá para analizar su contenido cuando, en mayo, culmine su elaboración
tras un proceso de “conversación con los colectivos sociales” que ya
está en marcha, pero, como ya está señalado, un proyecto no es una mera
acumulación de iniciativas ni tampoco una carta a los Reyes Magos, y sin
proyecto no es posible construir un relato, porque éste no es otra cosa
que argumentos sólidos para conquistar el apoyo de la mayoría social.
La descapitalización de ‘inteligencia’
Para lograr esto es necesario atraer y captar a “los mejores”, como en su momento hicieron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero,
aunque este último pecó en exceso en la selección de algunos
nombramientos por su simbolismo más que por su competencia como el
primero pecó en fijarse únicamente en la gente de su generación.
Aun
así, si en los años 80, los de la época dorada del PSOE, había un puñado
de personas que, por su trayectoria y conocimientos aportaban un plus
al partido, como José María Maravall, Javier Solana, Carlos Solchaga o Joaquín Almunia,
ahora es el PSOE el que aporta un plus a muchos de los que están en la
dirección porque de no ser así apenas serían nadie. Incluso muchos de
los jóvenes talentosos que se acercaron al PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba, captados en la mayoría de los casos por Ramón Jáuregui,
acabaron tan desencantados que algunos se acercaron a Podemos y, ahora,
decepcionados también con este partido, algunos han sucumbido al
atractivo de Ciudadanos.
Y así, al final, con algunas notables
excepciones, los que se han quedado en el PSOE son “los de toda la
vida” y nunca antes habían accedido a puestos de relevancia.
Cierto es que colectivamente la nueva dirección y la inmensa mayoría de
sus miembros no lleva ni un año en el cargo, muy poco tiempo como para
exigirle la definición de un proyecto, pero no menos cierto es que, a
pesar de las muchas zancadillas internas que sufrió entonces, Sánchez no puede borrar de su cómputo los dos años y tres meses de su anterior mandato al frente del partido, como tampoco puede borrar que, a pesar de la evidente dificultad de la situación, ha comenzado su segundo mandato con una derrota en Cataluña, igual que acabó el primero tras un racimo de derrotas electorales.
Hoy por hoy, la mejor baza de la que dispone Sánchez es que no tiene
alternativa, pero la historia demuestra que cuando uno no cumple con las
expectativas creadas, aparece otro. Acuérdense de Almunia —a muchos
años luz de Sánchez en consistencia intelectual y política— y de
Zapatero.