No es un buen día para ser optimistas. Tampoco es un buen día para creer en la justicia o, al menos, en esta justicia. Mucho menos es un buen día para olvidar a los que han fabricado con mentiras e infamias el relato de que el Govern y el Parlament habían protagonizado un golpe de estado. 

Y, sin embargo, si es un buen día para creer en Catalunya. Sí que es un buen día para recordar lo mucho que ha hecho el Govern del president Puigdemont para dar voz a los ciudadanos en el referéndum del pasado 1 de octubre. Y sí que es un buen día para sentirse muy próximos a los ocho miembros del Govern, empezando por el vicepresident Oriol Junqueras, para los que ha dictado prisión provisional sin fianza la jueza de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela.

En estos momentos y cuesta decirlo así, todos tenemos amigos ya en prisión. Amigos con los que muchas veces no estábamos de acuerdo, que nos han pedido opinión durante estos meses y con los que nos hemos discutido. Amigos honestos. Íntegros. Presos políticos. Buenas personas que se han ido despidiendo de sus familias estos días porque no saben el tiempo que estarán en prisión. Unos, de sus padres de edad avanzada que quien sabe si volverán a ver con vida; todos, de sus parejas y de sus hijos, que habrán cambiado cuando salgan de prisión. 

Políticos y políticas de raza, porque, al final, ¿cuál es el sentido del servidor público sino cumplir el compromiso con lo que la mayoría del pueblo ha votado? Patriotas, en el sentido más noble de la palabra. Hombres y mujeres que aceptaron unos el encargo de la victoria del pasado mes de septiembre del 2015 y otros se sumaron hace tan solo unos meses. ¡Claro que provoca rabia que hayan sido tratados como unos delincuentes!

Seguramente, es un buen día para explicar que ninguno de ellos se considera un héroe. Y que todos estaban serenamente responsables ante la situación procesal que habían ido asumiendo unos en los últimos meses, otros en las últimas semanas y alguno en las últimas horas. Y que saben perfectamente a lo que se enfrentan. Y que no hay represión infinita. Que la gente responderá, como ha respondido desde el año 2010 a la agresión a las instituciones. Y que el 21 de diciembre el independentismo sabrá ofrecer en las urnas la respuesta democrática que el país necesita. 

El Estado español se ha lanzado definitivamente por la senda de la represión institucional y con esta acción enseña definitivamente sus cartas. Ya sabemos en qué consiste el pacto entre PP, PSOE y Ciudadanos. Primero, se fabrica un relato de un falso golpe de estado; segundo, la historia justifica la acusación e imposición de penas por rebelión y sedición; tercero, se detiene al Govern legítimo del pueblo catalán, que se suma a los ya encarcelados presidentes de la ANC y Òmnium; cuarto, se descabezan una a una todas las instituciones de Catalunya; quinto, se recortan derechos fundamentales, de manifestación y de información; sexto, las listas de partidos incómodos se prohíben si los programas no son constitucionales; y séptimo, se celebran elecciones y si los resultados no te gustan se mantiene vigente el artículo 155. Y vuelta a empezar.

Desde 1714 es muy posible que una jornada en que se haya visto tan clara la represión del Estado sobre Catalunya se pueda contar con los dedos de una mano. Y, sin embargo, Catalunya siempre resiste. Esta vez también. Porque su fuerza no radica en la violencia. Su única fuerza radica en la dignidad. La dignidad de un pueblo que ha soñado con un futuro en libertad.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia