Podrá decirse que lo tiene fácil. No
siempre toma posesión un alcalde, en este caso una alcaldesa, para
sustituir a un friki. Sólo con que Ana Belén Castejón normalice el
discurso institucional ya tendrá ganado el respeto.
El PSOE vuelve a gobernar en Cartagena
tras veintidós años alejado de la vara, un periodo en que se han
producido, lenta pero inexorablemente, las transformaciones que han
convertido a la segunda ciudad de la Región en una de las más atractivas
del Mediterráneo español, y aun cuando queda mucho por hacer, la ciudad
está ahí para verla. Una maravilla.
Tal vez los propios cartageneros,
que la tienen en sus narices y sufren, sin duda, sus deficiencias, no
sean tan conscientes como quienes la visitamos ocasionalmente del
potencial que acumula. La recuperación y puesta a punto tras la crisis
industrial de los 90 fue protagonizada por el PP, pero el largo periodo
de gobernación y el tapón que supuso la larga supervivencia de su staff
inicial se tradujo al final en rutina y otros vicios menos
comprensibles.
La popularidad de Pilar Barreiro resultó finalmente
afectada, sobre todo por el empeño de mantener su candidatura en las
últimas municipales cuando ya era perceptible que sólo se trataba de
salvar aquel trámite, y que iba de salida. No obstante, el PP resistió, y
fue el partido más votado, pero la pérdida de la mayoría absoluta
facilitó otro escenario.
Ahí es donde se expresa por primera vez
la inteligencia política y la habilidad de una recién llegada desde el
PSOE a la política electoral, Ana Belén Castejón, a quien no le importó
pactar sobre la marcha con José López, el crecido representante del
Movimiento Ciudadano, heredero formal de un cantonalismo residual y, en
el fondo, por mentalidad y posición, todavía más a la derecha que la
derecha, pues añade a ésta los componentes del localismo y de la
supuesta eficacia extrapolítica que se quiere hacer suponer sobre
quienes ejercen desde las instituciones con planteamientos de empresa
antes que estrictamente políticos.
Castejón redujo los efectos de su
abrazo con López con el pretexto del rechazo general del resto de
fuerzas políticas a la continuidad del PP, todavía más disminuido por la
deserción de Barreiro, y se garantizó la alcaldía para los dos últimos
años del mandato municipal, es decir, el que desemboca en las siguientes
elecciones.
Para esto aprovechó el rechazo de Podemos (CTSSP, su
denominación local) a toda posibilidad de permanencia de los populares, y
se constituyó en vicealcaldesa, tras López, lo que le permitía una
considerable visibilidad. Dos años para que una casi completa
desconocida fuera haciéndose una imagen y le diera opción a terminar de
patearse el municipio y de entrar en contacto con todos sus activos más
importantes. Se atribuyó las áreas más atractivas, dejando a López la
supuesta bicoca de Urbanismo en un periodo en que la crisis económica
había paralizado esa actividad que, por otra parte, en una economía
diversificada como la de Cartagena (una de sus características más
interesantes) no era tan importante como en otras localidades.
A
lo largo de ese trayecto, Castejón ha tenido que emplearse en mantener
la precaria estabilidad con su ocasional socio, al que ha acabado por
llevar políticamente al huerto, e incluso lo ha protegido aplacando sus
impulsos. Y esto con todo tipo de habilidades, pues la relación ha
contenido gritos (siempre a puerta cerrada, aunque con decibelios
capaces de atravesar paredes), halagos y consejos.
Pero el primer
escollo que tuvo que vencer Castejón fue la oposición inicial a ese
pacto que le planteó el aparato socialista de Princesa, dirigido por la
superior inteligencia política de González Tovar, quien al final ha
tenido que ceder hasta el punto de presentar en la Asamblea una
propuesta para la provincialidad de Cartagena (condición de López
aceptada con falso entusiasmo por Castejón), asunto del que finalmente
el PSOE se verá aliviado por la negativa del PP.
Castejón, una
mujer viva, dinámica y con una inteligencia política natural muy
trabajada por el esfuerzo y la dedicación, ha conseguido inyectar nuevas
energías en el PSOE cartagenero, dejando atrás el fardo de la vieja
guardia tóxica, y tiene ante sí una gran oportunidad para revalidarse,
pues en paralelo el PP no ha encontrado todavía su ser: los que hace
años se empeñaban en la renovación han llegado al poder orgánico cuando
ya son más veteranos que los que entonces se resistían a ser
sustituidos, y no hay señales de recuperación para ellos en una plaza
que es vital incluso para reforzar la posición autonómica del partido en
el Gobierno, que perdió su mayoría absoluta por ese agujero.
Pero
Castejón no lo va a tener fácil. La primera, en la frente: su socio,
López, está imputado por presunta corrupción, y mantenerlo en la
concejalía de Urbanismo rompería el discurso socialista desde Cartagena a
Madrid, pasando por Murcia. Se dará algún tiempo para constatar si
prospera o no el recurso del exalcalde contra esa imputación, pero en
caso de que ésta persista no tendrá otro remedio que dejarlo de concejal
raso, y esto puede provocar un enorme griterío en el entorno del MC,
donde será acusada de deslealtad a sus compromisos. Eso significará
dificultades en el día a día de la gestión, y a no ser que se amarre a
Ciudadanos, inicialmente esquivo, puede entrar en zozobra.
En todo
caso, va a ser muy interesante observar este trayecto político, porque
la nueva alcaldesa parece tener desde el principio un plano-guía muy
preciso y hasta ahora, salvo el tropezón interno de su adscripción al
susanismo en las primarias (bien respaldada en Cartagena, eso sí), a su
camino no le han salido curvas. Castejón promete.
(*) Columnista