Se las prometían muy felices en la candidatura de Juntos por el Sí,
cuando vieron que en el primer debate de candidatos de la precampaña,
celebrado hace una semana en Prada, en la Cataluña Norte francesa,
imperó el guante blanco y nadie citó, por ejemplo, a Jordi Pujol, la
patata caliente que más pesa en la mochila de las vergüenzas de
Convergència y el independentismo. La estrategia secesionista de situar a
Mas de tapado, detrás de un número uno como Raül Romeva, daba sus
frutos. Porque en un mano a mano no resulta tan fácil atacar a Mas, si
quien tiene que recibir los mamporros (dialécticos) es Romeva, un
político forjado en el Europarlamento y en las filas de Iniciativa y que
se ha mostrado siempre implacable en la denuncia de las prácticas
corruptas del nacionalismo en Cataluña.
Pero la operación policial del viernes y la posterior reacción del
resto de partidos, cargando con dureza contra la que entienden es una
huida hacia adelante de Mas, que ha arrastrado a su juicio a Esquerra y a
la Asamblea Nacional Catalana (ANC) para tapar sus manzanas podridas,
ha dejado claro que a la lista independentista no le resultará tan
sencillo mantener resguardado al presidente de la Generalitat y le
costará desligar sus siglas de una larga lista de casos, que no para de
aumentar, como son, entre otros, el Palau, familia Pujol, Alavedra y
Prenafeta, Clotilde, Innova y ahora Torredembarra y Teyco. Demasiadas
sombras como para que los escándalos del 3% no formen parte de un
componente clave de la campaña del 27-S. Como así será, aunque Romeva
tire balones fuera.
La tesis oficial del soberanismo dice que precisamente una de las
razones de ser del proceso es que Cataluña pueda empezar de cero y pueda
disponer de todas las herramientas para construir una sociedad más
justa y limpia. Pero se olvida esa tesis oficial de que algunos de los
que pilotarán esa hipotética transición hacia la independencia son, en
el caso de Artur Mas y los dirigentes convergentes, hijos políticos de
Jordi Pujol -quien ha reconocido que mantuvo durante años una fortuna
sin declarar en paraísos fiscales- y son compañeros de una presunta
manera de actuar, llamada 3%, que consistiría en cobrar comisiones para
financiar el partido a cambio de adjudicaciones de obras públicas.
Convergència tiene quince sedes embargadas por el juez del ‘caso Palau’
como garantía de pago en el caso de que la sentencia dictamine que la
formación se benefició y se financió a través del expolio perpetrado por
Félix Millet y Jordi Montull al Palau de la Música.
La versión oficial del independentismo mantiene que Mas es un adalid
en la lucha contra la corrupción y que buena parte de los casos que han
explotado en la sociedad catalana en los últimos tres años forman parte
de una estrategia de guerra sucia del Estado central para intentar
perjudicar el proceso soberanista. Convergència, que asegura que ya ha
roto amarras con su pasado pujolista, utilizó esa misma teoría para las
elecciones de 2012, cuando informaciones periodísticas señalaron que
Pujol y Mas tenían fortunas en paraísos fiscales, lo de Mas no, pero lo
de Pujol se confirmó años después.
Los casos de corrupción afectaron a las elecciones de 2012 y la
entonces CiU, que aspiraba a la mayoría absoluta (68 escaños) obtuvo 50,
cuando tenía 62. Quien pescó en río revuelto fue Esquerra. En esta
ocasión podría ocurrir algo similar. Juntos por el Sí, coalición que
integra a CDC, ERC y las plataformas de la sociedad civil, pretende
alcanzar la mayoría absoluta, aunque el que puede salir beneficiado de
que Esquerra se haya tapado la nariz por el bien del proceso es la CUP,
que puede mantener el discurso equidistante de criticar al mismo tiempo
la corrupción convergente y la caza de brujas del Estado.
Está por ver
si la corrupción acaba restando votos al independentismo -como ocurrió
en las elecciones municipales de Barcelona, en las que Ada Colau supo
capitalizar ese voto del descontento-, ya que si algo ha demostrado en
los últimos años el secesionismo es una gran capacidad de cierre de
filas y de saber defenderse de las acusaciones atacando al enemigo
exterior (el Estado) con la bandera. De momento, la lista de Mas trata
de que ningún elemento externo altere su argumentario de campaña, basado
en vender la ilusión de crear un país nuevo, una especie de arcadia
feliz, sin recortes y sin corrupción.