Vivimos días de especial
convulsión. Todo parece haber coincidido para complicar aún más el
espíritu de convivencia cordial que algunos echamos de menos. No se
trata de caer en el buenismo simplista. Es puro pragmatismo. Se
solucionan mucho mejor los problemas mediante el acuerdo que mediante el
conflicto.
Así pues, lo más útil que podríamos hacer es desterrar la
imposición unilateral de nuestras ideas como norma de conducta. Todo
acuerdo necesita entender y aceptar las razones de aquellos que piensan
distinto a nosotros.
Peter Ditto, profesor de la UCI
(University California Irvine), mantiene una interesante teoría respecto
a la capacidad de la gente para entenderse en el debate público. Según
su planteamiento, el problema es que creemos que pensamos como
científicos, cuando en realidad lo hacemos como abogados. La diferencia
es muy significativa.
Un científico no prejuzga. Analiza los datos en su
laboratorio y según lo que descubra, obtiene una conclusión. Un abogado
actúa a la inversa. Parte de la conclusión a la que tiene que llegar y
se dedica a buscar argumentos que la respalden. Aquí surge el error.
Amontonamos juicios supuestamente presentados como argumentos políticos
con la única pretensión de reforzar aquello que pensamos de antemano.
En Estados Unidos, se considera que el nivel de
polarización actual es el más alto desde la Guerra de Secesión, que
terminó en 1865. Apenas hay territorio compartido entre republicanos y
demócratas.
Recientes estudios del Pew Research Institute concluyen que
"si la campaña electoral de 2016 se desarrolló en un contexto de intensa
división partidista y animosidad, hoy los sentimientos negativos entre
los seguidores de los partidos se han profundizado respecto a los de la
formación contraria".
Una de sus últimas investigaciones pone de
manifiesto que el 55% de los republicanos califica como personas
inmorales a los demócratas. Por su parte, un 47% de los demócratas
opinan lo mismo a la inversa. Estos índices han subido alrededor de 10
puntos en los últimos tres años, desde la llegada de Trump a la
presidencia.
En el caso español, la polarización se ha
complicado en extremo al cruzarse diferentes frentes de batalla. Al
tradicional enfrentamiento entre izquierda y derecha, encontramos ahora
choques irreconciliables respecto al conflicto catalán, en relación con
la exhumación de Franco o, incluso, vemos cómo se han acentuado combates
dentro de bloques ideológicos con evidentes campos de intersección como
ocurre con la actual confrontación entre PSOE y Unidas Podemos.
El
profesor Peter Ditto explica que una de las bases del problema radica
en lo que en psicología se denomina el "sesgo del punto ciego". Hace
referencia a cómo somos capaces de detectar inteligentemente los sesgos
argumentales en las otras personas y, sin embargo, perdemos la capacidad
de hacerlo con los nuestros.
Un dato curioso que se repite en diversos
estudios es la comprobación de que el nivel de animadversión hacia
quienes tienen ideas diferentes aumenta a medida que crece el grado de
implicación en la vida política. Es decir, cuanto más activos y
comprometidos somos, nos transformamos en más intransigentes.
Un ejemplo
claro lo podemos constatar en los más activistas en las redes sociales
o, sin ir más lejos, leyendo cotidianamente los comentarios de los
lectores más concienciados políticamente en cualquier diario digital.
Hasta
ahora, de momento, uno de los escasos acuerdos generalizados donde
suele desaparecer el partidismo tiene que ver con el rechazo de todo
tipo de violencia. La realización de actos vandálicos contra propiedades
públicas o privadas suelen ir acompañados de la condena generalizada de
una amplia mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, hemos dado un
peligroso paso del que no sé si somos conscientes.
Vandalismo, según su
definición, significa "espíritu de destrucción que no respeta cosa
alguna". Desde la defensa de posiciones políticas no es habitual
practicar el vandalismo físico. Sin embargo, hace tiempo que admitimos
el uso del vandalismo intelectual. Es decir, cómo a través del lenguaje
destrozamos el sentido común y dejamos de respetar la razón como norma
de entendimiento.
(*) Periodista y profesor
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