"Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez" El principio de Hanlon
Es como mínimo llamativo, por no calificarlo de estúpido,
que en España, a diferencia de otros países europeos que han sabido
reaccionar con profundas reformas su sistema educativo-formativo, no
aparezca en el centro del debate político y social la urgencia para
reclamar la corrección de nuestros graves déficits en este campo. Serios
déficits que son, y más que lo serán, una clara desventaja para la
competitividad de nuestro sistema productivo y para la mejora de la
calidad y cantidad del empleo.
Lo deberíamos saber, como nos lo recordaron con extrema crudeza las
conclusiones del Diario Oficial de la Unión Europea publicadas hace ya
más de dos años, que una vez más nos volvían a advertir del grave
déficit que padecemos en España en la formación de las nuevas
generaciones. Una advertencia más que pasó desapercibida de nuestro
debate político, seguramente porque estábamos, como ahora, en otras
cosas más divertidas. El Consejo Europeo nos decía, entre otras cosas:
“El cada vez más rápido cambio de la composición
sectorial del empleo que España viene registrando desde 2008 se ha visto
acompañado por un aumento de la inadecuación de las cualificaciones. El
bajo nivel general de cualificación dificulta la transición hacia
actividades de mayor valor añadido y mina el crecimiento de la
productividad. A pesar del gran número de personas con estudios
superiores, la oferta de cualificaciones no está suficientemente adaptada a las necesidades del mercado laboral,
de modo que los índices de empleabilidad de los titulados superiores
recientes figuran entre los más bajos de Europa, y gran parte de esos
titulados desempeñan ocupaciones que no requieren un título
universitario”.
Porque ya podemos seguir hablando sobre el futuro del trabajo en
foros y seminarios, ya podemos ir creando departamentos, consejerías y
direcciones generales, añadiéndoles ahora títulos rimbombantes como
transformación digital, inteligencia artificial o Industria 4.0.
etc.
Ya podemos seguir reiterando la urgente necesidad de un cambio de
nuestro actual modelo productivo y la necesaria transición hacia otro de
más valor añadido, condición ciertamente imprescindible para superar el
actual mercado de trabajo precario en derechos y salarios que
padecemos.
Mucha responsabilidad tenemos el conjunto de la sociedad, más allá de las instituciones, cuando sigue viéndose la formación profesional
como una formación como el pelotón de los torpes.
Y cuando no somos
capaces de convertir en una emergencia social, y en el centro de
discusión política, al leer los informes de la OCDE que sitúan a España entre los 14 países que no han avanzado, en más de una década, sus datos relativos a la equidad educativa,
o que nuestro país esté en la cola si la equidad se mide en relación al
logro educativo (repetición de curso, fracaso escolar o logro educativo
más allá de la ESO).
Y que expresan un rotundo fracaso en la capacidad
de nuestro sistema educativo cuando los éxitos escolares están más
ligados al origen socioeconómico familiar que a las capacidades y el
esfuerzo del estudiante.
Urge que reaccionemos, como hizo en la década de los setenta Finlandia,
que abordó profundas reformas educativas basadas en un fuerte consenso
entre todas las fuerzas políticas y sociales, y que permitió situar la
educación como la primera emergencia del país y convertirse en la base
del cambio de su modelo productivo.
Como hizo Estonia
hace dos décadas, cuando situó la formación en el eje de su proyecto de
nuevo país, lo que le ha permitido convertirse en un positivo ejemplo en
la OCDE de excelencia educativa y equidad como condición mínima para
garantizar la igualdad de oportunidades.
O como nuestro vecino Portugal,
que desde hace unos pocos años ha sido capaz de reaccionar y está
consiguiendo dar un vuelco a sus tradicionales malos resultados y
convertirse hoy en el país que está mejorando a mayor velocidad sus
índices en PISA, como vienen destacando desde hace meses nuestros medios de comunicación.
Sabemos que el futuro está aquí, como recomienda el informe de la Comisión Mundial de la OIT sobre el Futuro del Trabajo "Trabajar para un futuro más prometedor". Es necesario reconocer
el derecho universal al aprendizaje permanente y al reciclaje
profesional para garantizar una justa transición a ese futuro que se
anuncia y en el que más del 50% de los nuevos empleos exigirán nuevos y específicos conocimientos profesionales.
La pregunta que nos podemos hacer es si seguiremos como país con la
actitud que venimos arrastrando desde décadas en relación a la educación
y a la formación profesional. Porque si la respuesta fuera afirmativa
difícilmente podremos imaginar un futuro mejor.
Esperemos que la nueva etapa política que se abre sea capaz de
afrontar con inteligencia y recursos las reformas necesarias. Porque sin
formación no habrá futuro.
(*) Etica.Org.SL
No hay comentarios:
Publicar un comentario