"A los franceses no les
interesa saber si un programa es de izquierdas o derechas. Quieren
pragmatismo". Manuel Valls formuló esta declaración de principios (o de
falta de ellos, según se mire) en una entrevista que concedió a El País
en julio del 2014. Entonces era primer ministro francés.
Un lustro
después ha trasladado a la política barcelonesa, pero también a la del
resto de España, la plantilla que aplicó en su país. Allí
acabó fracasando y aquí está por ver. De momento ha perdido de manera
clara las elecciones municipales pero ha triunfado en su propósito de
evitar que la alcaldía de Barcelona fuese ocupada por un
independentista.
Albert Rivera también hubo un tiempo
en que decía que no era ni de izquierdas ni de derechas. Podría pensarse
que fue hace mucho. Pero no. En octubre del año pasado, durante una entrevista en La Sexta, evitó
posicionarse y se parapetó en el liberalismo: "Ciudadanos es un partido
liberal, progresista, constitucionalista y europeísta. Soy liberal. No
soy conservador ni socialista".
Su concepto de liberalismo dista mucho del que tienen en
Europa, empezando por su principal referente, Emmanuel Macron, el mismo
que hace un año afirmó que no se fiaba de Valls porque
lo veía capaz de "cualquier mala jugada" y que ahora recela con razón
de las alianzas de Ciudadanos con Vox para que las tres derechas
acaparen la mayor cuota de poder posible.
Macron no confía en Valls (y
acertó al pronosticar que no sería alcalde de Barcelona) y hace bien en
no fiarse de Rivera si lo que quiere es un aliado que no blanquee la
derecha extrema.
Divierte ver cómo firmas reconocidas
llevan semanas sin salir de su asombro porque Ciudadanos se ha alineado
con el PP y Vox y porque Rivera no disimula que entre la izquierda y la
derecha, siempre prefiere la derecha.
Tal vez el problema no es Rivera,
que es un político que empezó militando en las Nuevas Generaciones del PP y
que con su reconocida oratoria se convirtió en un diputado brillante
del Parlamento catalán cuando Ciudadanos estaba integrado por tres
diputados (los otros dos, Antonio Robles y José Domingo abandonaron el
partido por sus "desavenencias irreconciliables" con Rivera).
Así
que seguramente el problema de aquellos que se rasgan ahora las
vestiduras es que quisieron ver en el líder de Ciudadanos lo que no era.
Ciudadanos nunca fue un partido de izquierdas, pese a que algunos de
sus ideólogos fundadores lo hubiesen sido en algún momento. Los que
podrían definirse como tales siempre han sido una minoría en los
sucesivos grupos parlamentarios, cantera de buena parte de la actual
cúpula de Ciudadanos a nivel estatal.
Pero en los
círculos de poder de Madrid, esos que comparten algunos editores y
editorialistas, empresarios y columnistas, era muy complicado alinearse
con un PP marcado por sobres y exministros en la cárcel, y en cambio era
fácil moldear a un líder y una formación recién nacida y que estaba
inmaculada (no haber gestionado siempre ayuda a no tener manzanas
podridas). Sirvió de argumento incluso para una parte del progresismo
que vio en Rivera el socio que el PSOE necesitaba en un momento de
fractura interna y de desorientación general.
Y ahora
('Ai las!', como dirían en Catalunya) descubren que aquel joven político
que en el 2015 aparecía como el mejor valorado en muchas encuestas, que
reivindicaba a Ciudadanos como "el gran partido del centro", que era el
único que plantaba cara de verdad al independentismo (aunque no
aparezca casi nunca en actos en Catalunya) y que aseguraba que no quería
que los pactos se hiciesen "por carguitos, consejerías, concejalías o
por pasteleo", ese Albert Rivera no es el mismo.
O sí, y a lo mejor lo
que ha pasado es que en su momento no les convenía verlo así. Solo que
hubiesen consultado los diarios de sesiones del Parlament y las
proposiciones presentadas en las comisiones habrían podido intuir que de
izquierdas tenía poco.
De ahí que estos días, algunos
de los ideólogos fundadores de Ciudadanos, columnistas, editorialistas y
analistas giren su mirada a Valls y vean lo que algunos de los
bolsillos más repletos de Barcelona quisieron ver en él: el líder que el
centro derecha necesita para convertir a Ciudadanos en el partido
bisagra que pudo ser y ha decidido no ser.
A favor de su estrategia
juega la mala relación entre Rivera y Valls. La suya ha sido la historia de un desencuentro que se evidenció con el "no todo vale" del exprimer ministro francés para desmarcarse de las alianzas de Ciudadanos con Vox y que ha culminado con el divorcio en el grupo municipal de Barcelona.
Solo una observación final a modo de información de servicio. Como afirmó Josep Ramoneda en una entrevista a eldiario.es, el contacto de las élites barcelonesas con Valls ha sido "abrasador". Esas mismas élites que, según publicó el diario Ara y nadie ha desmentido, le financiaron la campaña a base de sobres entregados en mano y un sueldo mensual de 20.000 euros.
(*) Periodista
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