Ayer, mientras los cuatro machirulos de
la política del reino español, acompañados cada uno por otro macho en
forma de asesor y en presencia del también macho presentador, preparaban
sus intervenciones, aparecieron tres señoras en el plató . Dos de
ellas, con sus mopas a sacar brillo al suelo y la tercera, la
maquilladora, a sacárselo a los caretos. Que para eso han venido las
mujeres al mundo, a fregar suelos y embellecer a los hombres.
Tras
esa fugaz aparición del género en tan honradas como modestas
posiciones, las mujeres desaparecieron por entero del debate. Sánchez
musitó algo sobre el machismo y el secretario general de una
organización que se llama "unidas podemos" también propuso bajar el IVA
de las prendas femeninas íntimas. Y poco más. Ni siquiera como objetos
tuvieron las mujeres cabida; como sujetos, ya ni se hable.
Según
se mire, la suerte sonrió más a los nacionalistas vascos y los indepes
catalanes porque, aunque tampoco estaban en el debate, los debatientes
no dejaron de hablar (mal) de ellos. Verdad es que uno, Rivera, es
catalán, pero, para decirlo suavemente, "no ejerce". Ahí era donde la
discusión se acaloraba.
Los cuatro caballeretes traían "soluciones" para
Catalunya, desde el desguace de la autonomía a manos de la derecha a la
"solución" que propone Podemos a base de diálogo y mucho diálogo, hasta
que los indepes abandonen su loco empeño. Todas propuestas que se
impodrían a los catalanes por su bien, aunque ellos no lo sepan,
incluido el diálogo perpetuo podemita.
Cerrado
el debate, se abrió el turno de los analistas y comentaristas que, como
siempre, quisieron consagrar un vencedor y un perdedor porque es su
forma de simplificar lo que, por lo demás, fue de una simpleza
vergonzosa. Nadie habló de esta pintoresca, absurda, ridícula situación
en la que se pretende tomar en serio un debate político del que está
excluida más de la mitad de la población y las dos importantes minorías
nacionales. Tomarse en serio un debate político insubstancial, sin
contenido real, entendido como un ejercicio de la más pedestre
retórica.
O
sea, quienes perdieron hora y media de su vida escuchando estas
mediocridades, pudieron resarcirse perdiendo otro tanto con los finos
analistas. Unos proclamaron "vencedor" a Rivera; otros, a Iglesias;
algunos a Sánchez y, "La Razón", es de suponer, a Vox, quiero decir, a
Casado.
En
realidad, los vencedores del debate fueron las mujeres, los
nacionalistas vascos y los indepes catalanes. El feminismo y la
república catalana. El meollo del independentismo catalán. Ni debatiendo
con ventaja, pues no había adversarios, son estos politicastros capaces
de armar un discurso de mediana coherencia e interés.
Sánchez
no quiso decir con quién pactaría, aunque Iglesias se lo preguntó
varias veces. Pregunta ridícula porque, antes de unas elecciones, nadie
sabe lo que hará después. Nadie, por ejemplo, pregunta por un posible
pacto PSOE/PP, muy bien visto entre barones del PSOE. En Catalunya,
firmeza con el 155 y, para probarla, se proclamó "español", como si
hiciera falta.
Casado traía en cartera esa "revolución fiscal" que ha copiado caninamente de la reaganomics de
los años ochenta. Nadie se molesta en refutarla porque en un país
deficitario en todos los órdenes como este, la propuesta es un dislate y
solo posible imponiéndola poco menos que manu militari a base de
explotar más a los trabajadores, En cuanto a Catalunya, la oferta es
también el 155, y tratar a los indepes peor que a los trabajadores
españoles.
Iglesias
no soltó la Constitución, ahora, al parecer, respetable, y con la que
aburrió a la audiencia al modo anguitesco. En Catalunya, también está en
contra de la independencia, pero, contrariamente a los otros tres, no
quiere evitarla sometiendo por la fuerza a los catalanes, sino
seduciéndolos mediante el diálogo perpetuo, el dulce relato, como la
Sherezade en Las Mil y una Noches. Aunque en este caso, la alada
fantasía oriental quede substituida por el peso de la vaca en brazos
dialogantes.
Rivera
no dijo nada de interés en todo el debate; es decir, estuvo muy
natural, según es él. Una nada con intemperancia y agresividad, también
muy en lo sólito. Y se coronó con ese momento del silencio, que condensa
toda su vacía esencia. Vaciedad presta a rellenarse con las órdenes de
los poderes económicos.
En referencia a Catalunya, un 155 más profundo y
prolongado que los otros partidos dinásticos, hasta tocar con la
propuesta de desguace de la autonomía catalana de Vox, el tercer vértice
del triángulo escaleno de las derechas.
¿A
quién puede interesar quién gane un debate entre cuatro machos
intercambiables, de los que se diferencia uno solo en el atuendo? ¿A
quién un debate en el que están ausentes las mujeres, los vascos y los
catalanes? ¿Un debate en el que no asoman el feminismo ni la República
catalana, las dos cuestiones más importantes hoy en España?
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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