Dejo para mañana el análisis de los dos debates aunque les adelanto
que lo visto en TVE no resulta ni “inspirador” ni “esperanzador”; bajo
nivel, pobres ofertas y razonamientos muy ramplones. Un veterano
exministro de la transición y la primera democracia, con posterior
recorrido por Europa, me decía hace un rato que de estos cuatro tenores
no cabe esperar la cosecha reformista que precisa España.
El mensaje que
el economista Jose Juan Ruiz trasladaba el domingo en un breve pero
sustancioso artículo en El País con título de recuerdo
orteguiano (¡Españoles, a las cosas, a las cosas!) no aparece en el
discurso político, ni la productividad ni la desigualdad forman parte de
la agenda de preocupaciones y ocupaciones de estos tenores.
Pero mientras concluye la tanda de debates vuelvo al segundo libro de los apuntados en la columna de ayer, el del exdirector de El Mundo.
Un testimonio apresurado, que mezcla rabia y decepción. El resultado
final es contradictorio, describe el psicodrama de una redacción, la de El Mundo, con 300 periodistas sometidos a tensión permanente con ajustes y proyectos alternativos que no despegan.
El exdirector reconoce que aterrizó en la dirección escaso de bagaje,
sin experiencia de dirigir equipos y con ignorancia del paisanaje
madrileño y de las distintas tribus que lo pueblan. Con esas
limitaciones estaba en manos del que llama cardenal, Fernández Galiano,
presidente de la empresa. El uso de alias pero disimular la
identificación de las personas (hasta 36) desmerece el libro porque lo
banaliza para deslizarlo al amarillismo del que abomina el autor.
No obstante acierta al evidenciar la penosa gestión profesional de
los editores de ese grupo, los españoles y los propietarios italianos
que carecen de proyecto y de liderazgo y que asisten al retroceso y al
fracaso sin inmutarse. Fue un error grave la compra del grupo Marca-Expansión y otro mayor la incomprensión de la revolución digital.
Como apunta el exdirector los vidrios rotos los ha pagado la
redacción sometida a sucesivos expedientes de regulación de empleo
(despidos) sin que los ajustes hayan servido para recuperar rumbo y
proyecto. Una redacción que tampoco entendió lo que significaba la
digitalización para su profesión y que se ha ensimismado en recelos y
pendencias internas tras la pérdida del liderazgo de Pedro J.
Cuatro
directores en cuatro años es un dato concluyente del fracaso, con un
presidente (Fernández Galiano) preocupado por salvar su posición más que
por reinventar u orientar la compañías. Todo eso lo retrata David
Jiménez con precisión de reportero.
Otra cuestión es la identificación de los enemigos externos, el
pérfido IBEX de los Acuerdos. Para Jiménez eso ha sido un descubrimiento
decepcionante, agudizado por sus propias ignorancias, por su distancia
de corresponsal en el muy lejano oriente. Acierta al señalar que los
Acuerdos (pactos con grandes empresas para sostener los ingresos) han
sido letales, pero no entra en el fondo de esa dinámica que han
propiciado las mismas empresas editoras más que a los que han suscrito y
pagado los Acuerdos.
La relación de presiones que relata Jiménez a las que le sometió su
editor para ocultar nombres o casos es de relevancia muy relativa, con
César Alierta en primer término. La relación
periodistas-políticos-grandes empresas merece un análisis más profundo.
Jiménez se ha dejado llevar por tópicos antiguos sin profundizar en las
personas, las situaciones, las casualidades, las casualidades, las
pequeñas y las grandes miserias…
No obstante las denuncias de Jiménez
son interesantes y sirven de aviso a navegantes para el futuro. La
relación de periodistas-políticos-empresarios-intermediarios… requiere
revisión, transparencia, códigos, higiene y limpieza. Por el bien de
todos y de la sociedad. Jiménez apunta problemas, males, pero le falta
ese análisis fino que es condición necesaria para poner remedios, aunque
sean provisionales. En resumen, un libro útil, atrevido, valiente e
ilustrativo que no aumentará el número de amigos del autor.
(*) Periodista y politólogo
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