viernes, 1 de febrero de 2019

Proceso a Catalunya / Ramón Cotarelo *

Está bien la deferencia judicial hacia el MHP Quim Torra. Se le dará tratamiento de "autoridad de Estado" que, en esto de los protocolos, son los españoles muy mirados. Y se le asignará un lugar relevante. Sin duda no tanto como otro tribunal que sentó a M.Rajoy, por entonces presidente del gobierno, al ras de los mismos jueces. Que aún hay clases y clases. 

Al MHP Torra no le hace falta distinción protocolaria alguna. Donde esté él, estará la presidencia de la Generalitat, por aquella razón tan donosamente reproducida por Sancho Panza en el episodio de la porfía por presidir la mesa de los duques en la segunda parte: "Sentaos, majagranzas, que a dondequiera que yo me siente será vuestra cabecera". Los majagranzas, en este caso, son sus señorías.

Condición de autoridad de Estado se reconoce al supremacista, xenófobo, lepenizado Torra. De Estado español, bien entendido. El mismo Estado que sus señorías representan y en cuyo nombre, a veces personificado en el rey, administran justicia. 
El Estado reconoce al Estado. Pero el Estado reconocido por el Estado español, a su vez, solo se reconoce como Estado catalán. Torra es hoy el presidente del gobierno de la República catalana. Sí, esa que no existe, pero en función de la cual se mueve todo en el Estado español.

Y cuando digo todo, es todo: el rey, el gobierno, el ministerio de Asuntos Catalanes, el CNI, el Congreso, el Senado, la judicatura (a la vista está), los partidos, los medios, las cloacas del Estado, la milicia, el capital, los obispos (castellano hablantes), los toreros, todo. Hasta la intención de voto de un 40% del electorado.

El presidente de Catalunya, por tanto, asistirá al juicio a sus compañeros de ideología y partido, acusados por unos supuestos delitos que, como lo sólido en el Fausto, se desvanecen en el aire. Acusados, en realidad, de profesar el mismo credo político que el presidente: la independencia de Catalunya. Esta imagen es distinta según se proyecte al futuro o al pasado.

Al futuro: si la oleada reconquistadora nacional española llega al gobierno en cualquiera de sus posibles combinaciones, la ideología independentista sería declarada delito, prohibidas las asociaciones independentistas y encarcelados sus dirigentes. El juicio al propio Torra sería el paso siguiente, si no se hace nada por evitar la situación.

Al pasado: todos los presidentes de la Generalitat desde Macià (y a excepción de Maragall y Montilla) han sufrido exilio, prisión o ejecución o las tres cosas juntas, como Companys. En la actualidad, Pujol tiene problemas con la justicia, aunque no por razones políticas; Mas está embargado y Puigdemont en el exilio, ambos, sí, por motivos políticos. El siguiente en la lista es Torra.

Su presencia en la sala avala la dimensión política del proceso; del proceso judicial y del procés. Los encausados tienen una defensa fuerte de carácter político basada en la legitimidad de su propósito por medios democráticos y pacíficos. Completada con otra de ataque no menos fuerte a la falta de legitimidad del Estado español para enjuiciarlos. 
La prueba es, precisamente, el juicio por el que se instrumentalizan los tribunales (carentes de independencia) para resolver conflictos políticos que ningún tribunal del mundo podrá resolver salvo ordenando el exterminio de quienes considera "rebeldes".

Es un proceso a Catalunya, un proceso por rebelión; un proceso a los rebeldes que dan por vencidos. Y ninguno/a lo está. Antes al contrario, comparecen como acusadoras. Y allí está el representante de la República Catalana, de los ciudadanos catalanes, no del Estado español, ni del Estado en Catalunya, a dar fe del apoyo popular a los encausados y del abuso del juicio en sí mismo. 

Resulta que aun en la cárcel, los profetas desarmados no estaban desarmados. Tenían y tienen la palabra, el arma más poderosa cuando de ella se sirven la razón y la justicia. 

¡Qué papel está haciendo el PSOE en medio de un juicio político impresentable e inútil! Impresentable porque es un juicio de opinión. Inútil porque no servirá de nada a los efectos que los enjuiciadores  buscan. Al contrario: acelerará lo que quiere evitar.
Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Los profetas desarmados, en donde se compara la imagen de los profetas armados y desarmados de Maquiavelo con la situación del independentismo en Catalunya. La conclusión es que los profetas independentistas desarmados no tienen por qué padecer la triste suerte que les pronosticaba el florentino y que hasta pueden triunfar. Y, de hecho, triunfarán.

Aquí, el texto castellano:

Los profetas desarmados

Muy al comienzo de El príncipe, da cuenta Maquiavelo de sus cavilaciones sobre los profetas armados y los desarmados. Por su modo de ser y las circunstancias en que vivió, el florentino pensó que los armados eran preferibles a los desarmados, con independencia del valor de su causa porque son los que triunfan mientras que los desarmados corren a su perdición 
Como ejemplos escogió a César Borgia, el armado, y Jerónimo Savonarola, el desarmado. Savonarola murió en el cadalso; Borgia, en el campo de batalla. Algunos dirán que viene a ser lo mismo, pero el saber convencional tiene en menos la muerte por ejecución que en la guerra.

Desde entonces pasa por verdad incontrovertible: el profeta desarmado fracasará, como fracasó Trotski, según Isaac Deutscher, cuando quedó desarmado. Y, sin embargo, por entonces se daban ya signos de que aquella verdad incontrovertible no era tal. 
El Imperio británico hubo de arriar su bandera ante un profeta desarmado, Gandhi, que no había tocado un arma en su vida. Las sufragistas angloamericanas obtuvieron el derecho de sufragio por su lucha no violenta, aunque con alguna excepción aislada.

Y, con posterioridad, los profetas desarmados siguieron obteniendo victorias. Los afroamericanos en los EEUU consiguieron sus derechos civiles mediante una lucha no violenta, desarmada. El final del Apartheid en la Unión Sudafricana se consiguió cuando el Consejo Nacional Africano y el propio Mandela abandonaron la violencia y aplicaron una táctica radicalmente pacifista. Los insumisos en el Estado español ganaron desarmados el derecho a no estar bajo las armas.

Los dirigentes independendentistas catalanes tienen mucho de profetas desarmados, Puigdemont, Junqueras, Torra, todos y todas ellas. Son personas que luchan por el triunfo de su ideal independentista de modo democrático y estrictamente pacífico, no violento, desarmado. Unas están en la cárcel, otras en el exilio y otras en una especie de libertad vigilada en el interior.

Según el saber convencional, como profetas desarmados, van de cabeza al fracaso. ¿Qué puede un puñado de civiles frente a un Estado armado, que tiene monopolio de la violencia y cuenta con sus ejércitos, policías, tribunales, cárceles, medios de comunicación, ideólogos, etc?

Aparentemente, poco; o nada. El Estado desprecia la fuerza de su adversario por saberlo desarmado y trata de humillarlo y ofenderlo, para lo cual empieza por insultarlo a través de sus políticos e intelectuales de pesebre: Puigdemont es un fugado, un cobarde y un traidor; Junqueras, un iluminado autoritario; Torra, un supremacista suicida. 
De los demás, no se hable. Es la mentalidad colonial: la prensa inglesa o la sudafricana trataban a Gandhi o Mandela de ratas venenosas o fanáticos sin límites. La oligarquía nacionalista española, la de la pasta en Suiza, no iba a ser menos con los odiados catalanes. Así que, ¿qué esperan poder hacer?

Mucho, pueden hacer mucho. Por de pronto quizá no quepa seguir considerándolos como desarmados. Quizá suceda que los tipos de armas cambian. En el caso de los dirigentes independentistas, del movimiento en su conjunto, el dominio de las redes, analógicas y digitales y su imbricación da una ventaja notable al independentismo en el campo de la comunicación política, en la construcción de un relato que se difunde en la opinión pública: una comunidad nacional que lucha democráticamente y pacíficamente por su derecho a constituirse en tal mediante la autodeterminación que un neofranquista le prohibe hacer.

Hay, asimismo, un elemento decisivo que blinda al independentismo frente a cualquier ataque institucional del unionismo, y es el apoyo popular. El profeta desarmado aparece legitimado por una voluntad popular de la que el Estado carece. 
El Estado armado con todas sus armas descubre que no puede imponer un gobierno en contra de la voluntad de los gobernados por mucho que el catalanófobo gobierno actual emple recursos públicos y propagandistas reaccionarios del españolismo, como Borrell o Lozano para acallarla.
El apoyo del pueblo unido es el arma del profeta desarmado. Y su triunfo es seguro.


 El Estado pasa al ataque

Acababa de escribir mi artículo para elMón.cat sobre los profetas desarmados y, como si el Estado lo hubiera leído, despliega zafarrancho de combate. La batalla es de comunicación, de hegemonía, de relato. Los independentistas van a aprovechar la farsa judicial montada para denunciar ante la opinión pública internacional este esperpento inquisitorial en que unos jueces españoles aplicarán el derecho penal de su régimen a sus enemigos políticos. Un juicio ideológico e inquisitorial.

El Estado considera función suya lanzar sus aparatos ideológicos (financiados con el dinero de todos, incluidos los independentistas) al combate contra el independentismo. El ministro de Asuntos Catalanes, Borrell, no tiene empacho en sostener en público en el extranjero que las imágenes de la brutalidad policial el 1-O son falsas y que no hubo 1006 heridos, sino dos. 
 
Lo más desagradable de este hombre no es que niegue hechos evidentes, sino que reduzca la cantidad de perjudicados con intención aviesa de ultrajar: dos heridos en Catalunya, cuatro indios muertos en Norteamérica. Es detestable

Esa lucha por dominar el relato exterior echa mano de tácticas de guerra sucia. El profesor de Ciencia Política, Gabriel Colomé, firma artículos con doctrina oficial española sobre el procés, en contestación a otros que publican independentistas y, en los mismos medios que estos. 
 
Su función es clara: negar que haya presos políticos, que España no sea un Estado de derecho, que el proceso del 1-0 es impecable jurídicamente hablando, que el referéndum del 1-0 (que da pie a la causa penal) fue ilegal y que los indepes en Catalunya no son mayoría. 
 
La habitual papilla gubernativa para justificar lo injustificable. Hasta aquí, en principio, nada que objetar. Cada cual cree o profesa las tonterías que más le plazcan. La cuestión es que el autor de estas en concreto firma como profesor de Ciencia Política y no como asesor del ministro de Asuntos Catalanes, el catalanófobo Borrell, que es lo que es ahora. El asesorado, a su vez, recomienda en tuiter a la gente que lea los brillantes artículos del profesor. Un exquisito juego sucio.

El independentismo tiene una adorable tendencia a enmarañarse en quisicosas. Viene de antiguo. De los tiempos de La Lliga, si no de antes. Las de ahora no son para menos y, como las vivimos nosotros, nos parecen montañas. Pero son las quisicosas de siempre que no pueden desviar la atención de la necesaria unidad hacia el objetivo común. 

Si esto no fuera suficiente, recuerden todos, dirigentes y dirigidos, que la alternativa es la "batalla final" que, al parecer, predica Aznar en la intimidad de un puñado de poderosos empresarios: 155 perpetuo revisable, suspensión de la autonomía, fin de la escola catalana y de los medios de comunicación públicos. El programa de Vox. El de siempre de España para Catalunya.

Los profetas desarmados no están desarmados. Tienen un pueblo detrás. Un pueblo impaciente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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