Está bien la deferencia judicial hacia el MHP Quim Torra. Se le dará tratamiento de "autoridad de Estado" que,
en esto de los protocolos, son los españoles muy mirados. Y se le
asignará un lugar relevante. Sin duda no tanto como otro tribunal que
sentó a M.Rajoy, por entonces presidente del gobierno, al ras de los
mismos jueces. Que aún hay clases y clases.
Al
MHP Torra no le hace falta distinción protocolaria alguna. Donde esté
él, estará la presidencia de la Generalitat, por aquella razón tan
donosamente reproducida por Sancho Panza en el episodio de la porfía por
presidir la mesa de los duques en la segunda parte: "Sentaos,
majagranzas, que a dondequiera que yo me siente será vuestra cabecera".
Los majagranzas, en este caso, son sus señorías.
Condición de autoridad de Estado se
reconoce al supremacista, xenófobo, lepenizado Torra. De Estado
español, bien entendido. El mismo Estado que sus señorías representan y
en cuyo nombre, a veces personificado en el rey, administran justicia.
El Estado reconoce al Estado. Pero el Estado reconocido por el Estado
español, a su vez, solo se reconoce como Estado catalán. Torra es hoy el
presidente del gobierno de la República catalana. Sí, esa que no
existe, pero en función de la cual se mueve todo en el Estado español.
Y
cuando digo todo, es todo: el rey, el gobierno, el ministerio de
Asuntos Catalanes, el CNI, el Congreso, el Senado, la judicatura (a la
vista está), los partidos, los medios, las cloacas del Estado, la
milicia, el capital, los obispos (castellano hablantes), los toreros,
todo. Hasta la intención de voto de un 40% del electorado.
El
presidente de Catalunya, por tanto, asistirá al juicio a sus compañeros
de ideología y partido, acusados por unos supuestos delitos que, como
lo sólido en el Fausto, se desvanecen en el aire. Acusados, en
realidad, de profesar el mismo credo político que el presidente: la
independencia de Catalunya. Esta imagen es distinta según se proyecte al
futuro o al pasado.
Al
futuro: si la oleada reconquistadora nacional española llega al
gobierno en cualquiera de sus posibles combinaciones, la ideología
independentista sería declarada delito, prohibidas las asociaciones
independentistas y encarcelados sus dirigentes. El juicio al propio
Torra sería el paso siguiente, si no se hace nada por evitar la
situación.
Al
pasado: todos los presidentes de la Generalitat desde Macià (y a
excepción de Maragall y Montilla) han sufrido exilio, prisión o
ejecución o las tres cosas juntas, como Companys. En la actualidad,
Pujol tiene problemas con la justicia, aunque no por razones políticas;
Mas está embargado y Puigdemont en el exilio, ambos, sí, por motivos
políticos. El siguiente en la lista es Torra.
Su
presencia en la sala avala la dimensión política del proceso; del
proceso judicial y del procés. Los encausados tienen una defensa fuerte
de carácter político basada en la legitimidad de su propósito por medios
democráticos y pacíficos. Completada con otra de ataque no menos fuerte
a la falta de legitimidad del Estado español para enjuiciarlos.
La
prueba es, precisamente, el juicio por el que se instrumentalizan los
tribunales (carentes de independencia) para resolver conflictos
políticos que ningún tribunal del mundo podrá resolver salvo ordenando
el exterminio de quienes considera "rebeldes".
Es
un proceso a Catalunya, un proceso por rebelión; un proceso a los
rebeldes que dan por vencidos. Y ninguno/a lo está. Antes al contrario,
comparecen como acusadoras. Y allí está el representante de la República
Catalana, de los ciudadanos catalanes, no del Estado español, ni del
Estado en Catalunya, a dar fe del apoyo popular a los encausados y del
abuso del juicio en sí mismo.
Resulta
que aun en la cárcel, los profetas desarmados no estaban desarmados.
Tenían y tienen la palabra, el arma más poderosa cuando de ella se
sirven la razón y la justicia.
¡Qué
papel está haciendo el PSOE en medio de un juicio político
impresentable e inútil! Impresentable porque es un juicio de opinión.
Inútil porque no servirá de nada a los efectos que los enjuiciadores
buscan. Al contrario: acelerará lo que quiere evitar.
Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Los profetas desarmados,
en donde se compara la imagen de los profetas armados y desarmados de
Maquiavelo con la situación del independentismo en Catalunya. La
conclusión es que los profetas independentistas desarmados no tienen por
qué padecer la triste suerte que les pronosticaba el florentino y que
hasta pueden triunfar. Y, de hecho, triunfarán.
Aquí, el texto castellano:
Los profetas desarmados
Muy al comienzo de El príncipe,
da cuenta Maquiavelo de sus cavilaciones sobre los profetas armados y
los desarmados. Por su modo de ser y las circunstancias en que vivió, el
florentino pensó que los armados eran preferibles a los desarmados, con
independencia del valor de su causa porque son los que triunfan
mientras que los desarmados corren a su perdición
Como ejemplos escogió a
César Borgia, el armado, y Jerónimo Savonarola, el desarmado.
Savonarola murió en el cadalso; Borgia, en el campo de batalla. Algunos
dirán que viene a ser lo mismo, pero el saber convencional tiene en
menos la muerte por ejecución que en la guerra.
Desde
entonces pasa por verdad incontrovertible: el profeta desarmado
fracasará, como fracasó Trotski, según Isaac Deutscher, cuando quedó
desarmado. Y, sin embargo, por entonces se daban ya signos de que
aquella verdad incontrovertible no era tal.
El Imperio británico hubo de
arriar su bandera ante un profeta desarmado, Gandhi, que no había
tocado un arma en su vida. Las sufragistas angloamericanas obtuvieron el
derecho de sufragio por su lucha no violenta, aunque con alguna
excepción aislada.
Y,
con posterioridad, los profetas desarmados siguieron obteniendo
victorias. Los afroamericanos en los EEUU consiguieron sus derechos
civiles mediante una lucha no violenta, desarmada. El final del
Apartheid en la Unión Sudafricana se consiguió cuando el Consejo
Nacional Africano y el propio Mandela abandonaron la violencia y
aplicaron una táctica radicalmente pacifista. Los insumisos en el Estado
español ganaron desarmados el derecho a no estar bajo las armas.
Los
dirigentes independendentistas catalanes tienen mucho de profetas
desarmados, Puigdemont, Junqueras, Torra, todos y todas ellas. Son
personas que luchan por el triunfo de su ideal independentista de modo
democrático y estrictamente pacífico, no violento, desarmado. Unas están
en la cárcel, otras en el exilio y otras en una especie de libertad
vigilada en el interior.
Según
el saber convencional, como profetas desarmados, van de cabeza al
fracaso. ¿Qué puede un puñado de civiles frente a un Estado armado, que
tiene monopolio de la violencia y cuenta con sus ejércitos, policías,
tribunales, cárceles, medios de comunicación, ideólogos, etc?
Aparentemente,
poco; o nada. El Estado desprecia la fuerza de su adversario por
saberlo desarmado y trata de humillarlo y ofenderlo, para lo cual
empieza por insultarlo a través de sus políticos e intelectuales de
pesebre: Puigdemont es un fugado, un cobarde y un traidor; Junqueras, un
iluminado autoritario; Torra, un supremacista suicida.
De los demás, no
se hable. Es la mentalidad colonial: la prensa inglesa o la sudafricana
trataban a Gandhi o Mandela de ratas venenosas o fanáticos sin límites.
La oligarquía nacionalista española, la de la pasta en Suiza, no iba a
ser menos con los odiados catalanes. Así que, ¿qué esperan poder hacer?
Mucho,
pueden hacer mucho. Por de pronto quizá no quepa seguir considerándolos
como desarmados. Quizá suceda que los tipos de armas cambian. En el
caso de los dirigentes independentistas, del movimiento en su conjunto,
el dominio de las redes, analógicas y digitales y su imbricación da una
ventaja notable al independentismo en el campo de la comunicación
política, en la construcción de un relato que se difunde en la opinión
pública: una comunidad nacional que lucha democráticamente y
pacíficamente por su derecho a constituirse en tal mediante la
autodeterminación que un neofranquista le prohibe hacer.
Hay,
asimismo, un elemento decisivo que blinda al independentismo frente a
cualquier ataque institucional del unionismo, y es el apoyo popular. El
profeta desarmado aparece legitimado por una voluntad popular de la que
el Estado carece.
El Estado armado con todas sus armas descubre que no
puede imponer un gobierno en contra de la voluntad de los gobernados por
mucho que el catalanófobo gobierno actual emple recursos públicos y
propagandistas reaccionarios del españolismo, como Borrell o Lozano para
acallarla.
El apoyo del pueblo unido es el arma del profeta desarmado. Y su triunfo es seguro.
El Estado pasa al ataque
El Estado pasa al ataque
Acababa de escribir mi artículo para elMón.cat sobre
los profetas desarmados y, como si el Estado lo hubiera leído,
despliega zafarrancho de combate. La batalla es de comunicación, de
hegemonía, de relato. Los independentistas van a aprovechar la farsa
judicial montada para denunciar ante la opinión pública internacional
este esperpento inquisitorial en que unos jueces españoles aplicarán el
derecho penal de su régimen a sus enemigos políticos. Un juicio
ideológico e inquisitorial.
El
Estado considera función suya lanzar sus aparatos ideológicos
(financiados con el dinero de todos, incluidos los independentistas) al
combate contra el independentismo. El ministro de Asuntos Catalanes,
Borrell, no tiene empacho en sostener en público en el extranjero que
las imágenes de la brutalidad policial el 1-O son falsas y que no hubo
1006 heridos, sino dos.
Lo más desagradable de este hombre no es que
niegue hechos evidentes, sino que reduzca la cantidad de perjudicados
con intención aviesa de ultrajar: dos heridos en Catalunya, cuatro
indios muertos en Norteamérica. Es detestable
Esa
lucha por dominar el relato exterior echa mano de tácticas de guerra
sucia. El profesor de Ciencia Política, Gabriel Colomé, firma artículos
con doctrina oficial española sobre el procés, en contestación a otros
que publican independentistas y, en los mismos medios que estos.
Su
función es clara: negar que haya presos políticos, que España no sea un
Estado de derecho, que el proceso del 1-0 es impecable jurídicamente
hablando, que el referéndum del 1-0 (que da pie a la causa penal) fue
ilegal y que los indepes en Catalunya no son mayoría.
La habitual
papilla gubernativa para justificar lo injustificable. Hasta aquí, en
principio, nada que objetar. Cada cual cree o profesa las tonterías que
más le plazcan. La cuestión es que el autor de estas en concreto firma
como profesor de Ciencia Política y no como asesor del ministro de
Asuntos Catalanes, el catalanófobo Borrell, que es lo que es ahora. El
asesorado, a su vez, recomienda en tuiter a la gente que lea los
brillantes artículos del profesor. Un exquisito juego sucio.
El
independentismo tiene una adorable tendencia a enmarañarse en
quisicosas. Viene de antiguo. De los tiempos de La Lliga, si no de
antes. Las de ahora no son para menos y, como las vivimos nosotros, nos
parecen montañas. Pero son las quisicosas de siempre que no pueden
desviar la atención de la necesaria unidad hacia el objetivo común.
Si esto no fuera suficiente, recuerden todos, dirigentes y dirigidos, que la alternativa es la "batalla final" que, al parecer, predica Aznar
en la intimidad de un puñado de poderosos empresarios: 155 perpetuo
revisable, suspensión de la autonomía, fin de la escola catalana y de
los medios de comunicación públicos. El programa de Vox. El de siempre
de España para Catalunya.
Los profetas desarmados no están desarmados. Tienen un pueblo detrás. Un pueblo impaciente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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