El último día en Lledoners tiene un aire de final de curso. Recoger las cosas, escoger bien lo que te vas a llevar a Soto del Real, prepararte
para cenar e irte a dormir sabiendo que te despertarán temprano, muy
temprano, ya que el furgón policial preparado por los Mossos ha de estar
en Brians II a primera hora de la mañana. Es una orden de la dirección
general de Prisiones.
Llegan noticias de que el inicio del juicio se
aplaza una semana, o más, quién sabe. Son las 15 horas. Nadie tiene
certeza de nada pero tampoco parece inquietarles mucho. También se oyen
voces de que se tendría que aplazar el traslado si se pospone el juicio.
Antes de media tarde, todos tienen el petate de viaje hecho con sus
objetos personales. El de Oriol Junqueras es,
seguramente, el más pequeño. Sus enseres no ocupan ni la mitad de la
bolsa.
Y ríe. Como cuando estaba distendido en el Parlament hablando con
periodistas. Poca ropa, pocos libros y pocos papeles. Lo que deja en la
prisión ya se lo entregarán a sus abogados. Eso sí, el televisor ya
está guardado. A Raül Romeva no le cabe todo y Junqueras, amante del orden, bromea sobre si le cederá o no espacio en su petate.
Jordi Sànchez, el único que tiene visitas esta tarde, está con el diputado y número dos de la Crida, Toni Morral,
y su abogada en una sala a la que tiene derecho. También está preparado
para el juicio. Todos lo están. Ya les gustaría estar frente al
tribunal que los va a juzgar. En estos momentos, las diferencias que
haya habido y que algunos tanto han magnificado parecen más pequeñas.
El
juicio no debe ser el momento de la división del independentismo y en
cambio sí puede ser una palanca para situar al estado español como un
estado represor que tan solo consigue sus objetivos con el uso de la
fuerza. Con el uso extremo de la fuerza, como demostró el 1 de octubre.
Sigue siendo otro referéndum acordado, como siempre;
referéndum reconocido por la ciudadanía y verificado a nivel
internacional pero sin renunciar a ninguna vía democrática, tal y como
ocurrió el 1 de octubre. Este sigue siendo el objetivo de Junqueras.
Y cerrar heridas. Junqueras necesita tiempo y espacio para
explicarse. De todo hay una segunda frase, una matización, una
explicación complementaria. Es conocido que no le gusta dar titulares y
bien lo saben sus asesores de prensa. Dice que no le gusta y que tampoco
entiende el lío que se ha provocado con sus últimas declaraciones a Le Figaro
en que defiende su posición de haber optado por la prisión en vez de ir
al exilio. Serán sus últimas declaraciones sobre el tema, al menos,
durante los próximos meses.
"Estoy convencido que tomé la mejor decisión. Mi lugar está aquí. Lo
he tenido claro siempre. Antes y ahora. Ahora bien, el exilio también es
una prisión. Los presos hemos validado los exiliados y ellos, con su
batalla judicial, validan nuestra defensa. Al final, nos complementamos y
eso es lo importante. Exilio y prisión son dos caras de la misma
moneda: la represión. Y son y las hemos de hacer complementarias". Son
sus palabras sin quitar ni poner nada con voluntad de zanjar la
polémica.
A las 17:30 horas, Romeva le dice que han de acabar un trámite con la
abogada que ha acudido a la prisión. En la libreta quedan sus
reflexiones sobre asuntos tan variados como la revolución industrial, el
galleguismo, Ernest Lluch, el Barça, la burguesía, los bancos, los
empresarios, los sindicatos, la universidad, sus colaboradores, el
partido, el PP, Pedro Sánchez, Aznar, los presupuestos, la prensa, la
prisión, Vox, la Crida, la estrategia, la unidad, la violencia, los
comunes, las elecciones... No ha perdido las ganas de hablar de todo.
Tampoco la curiosidad. Y despliega sus opiniones y las recoge con sorna.
Sus palabras no verán la luz en el corto plazo. Ese es el pacto.
Aznar alecciona el Puente Aéreo
No hace mucho tiempo, los empresarios del Puente Aéreo eran renuentes a sentar a su mesa a José María Aznar.
Eran tiempos en que quien mandaba en la derecha era Mariano Rajoy y
Aznar estaba en el museo de las figuras desdibujadas políticamente y sin
peso real.
Todo eso cambió, en parte, con la moción de censura que
llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa y con la derrota socialista en Andalucía, preludio, quién sabe, de un gobierno de los trillizos ―Casado (PP), Rivera (Cs) y Abascal (Vox)― en
España.
A finales de octubre, el Puente Aéreo recibió en la sede de
Atresmedia (Antena 3 y La Sexta) a Pablo Casado y este martes a José
María Aznar ―excepcionalmente en un hotel y no en la sede de alguno de
los patronos de la plataforma―.
El expresidente no tuvo ni que insistir
para exponer entre plato y plato su visión sobre España y cómo piensa
deconstruir la autonomía catalana. Es su obsesión política desde que
abandonó el poder y personal desde que las circunstancias le obligaron a
pactar con el nacionalismo catalán y con Jordi Pujol en 1996 para
llegar a la Moncloa.
El método Aznar es aparentemente sencillo: más pronto que tarde habrá en España un gobierno de la derecha extrema
que deberá poner punto final al momento que se vive en Catalunya.
Deberá hacerlo con contundencia, no cometiendo los errores de Rajoy y
prescindiendo de la situación que intenten provocar los
independentistas.
Aunque su punto de partida es aparentemente
restablecer la Constitución, es justamente todo lo contrario: acabar con
ella. Desde la recuperación de competencias sensibles ―lengua,
educación, prisiones o Mossos― hasta el mantenimiento de la suspensión
de la autonomía por un periodo de tiempo largo y el nombramiento de un
gobierno designado desde Madrid.
Aznar habla para que no se le replique y no se le lleve la contraria. La crónica de Jordi Barbeta explicando el almuerzo
es excelente. Parece que haya estado allí de la manera que se lo han
explicado sus fuentes. Que el independentismo continúe a la greña no es
una noticia alentadora. Tendrá que hacer frente, si se produce el
resultado que hoy ofrecen las encuestas, a esta avalancha casi
predemocrática.
El juicio del 1 de octubre a los presos
políticos que se iniciará en breve en el Tribunal Supremo está en una
longitud de onda no muy diferente: "Escarmiento a los golpistas". Casi
lo dicen igual Aznar y los magistrados.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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