En una ocasión no muy lejana, con Mariano Rajoy al
borde del precipicio sin saberlo y durante una comida en la que estaban
presentes un ministro del PP, un periodista gallego y el presidente de
la Xunta, se comentaba la visita a Galicia de ese ex integrante del
Gobierno PP.
Su viaje desde Madrid esa mañana había cumplido los
objetivos propagandísticos para el inquilino de Monte Pío, cargado de
promesas, unas realizables y otras, no, aunque Alberto Núñez Feijóo no dudó en enunciarlas todas como factibles ante los gallegos/as y los medios presentes en el acto (muchos, controlados obscenamente por él, como la TVG), y ante la sorpresa del ministro visitante.
Comentaban esa parte del discurso,
precisamente, en un entorno de tensión creciente, pues la relación entre
ese ministro y Feijóo nunca ha sido buena. En un momento de esos en los
que -según quienes le conocen muy bien- el presidente gallego "se quita la careta"
y hace política a su manera, le espetó al ministro que no había opción,
que tenía que cumplir lo que había dicho en el acto sí o sí.
El
ministro, molesto por la presencia del periodista gallego, hizo un gesto
a Feijóo pidiéndole contención, pero el sucesor de Fraga lo tranquilizó
señalando al cabizbajo presunto informante: "Tranquilo, éste es de confianza".
Acto seguido, miró al titular del Gobierno fijamente y
le advirtió de que su carrera en el Consejo de Ministros estaba
terminada si no cumplía lo anunciado por él, esto es, lo realizable y lo imposible. Y siguió comiendo.
Ni Soraya Sáenz de Santamaría ni Pablo Casado eran candidatos de Feijóo, que prefirió apoyar a Dolores de Cospedal fingiendo
neutralidad y recibiendo a todos los candidatos en su feudo con las
manos abiertas y el abrazo presto de un Papa en el Vaticano. El Papa del PP.
Supimos del apoyo del presidente de la Xunta a la
secretaria general del partido cuando ésta confesó que se habría
retirado de la carrera sucesoria si Feijóo fuera adelante con la suya.
Tenían un pacto, fue la única de los candidatos/as que lo admitió. Pero
no se presentó: el líder conservador gallego decidió retirarse inquieto
ante la posible publicación de dossieres judiciales de los múltiples casos de corrupción abiertos en Galicia,
que, si bien penalmente no suponían riesgo alguno para el único
presidente autonómico con mayoría absoluta, políticamente son una bomba
en un momento imposible de resistirlo, con Rajoy expulsado del Congreso
de los Diputados por la convivencia de su partido con la corrupción como
parte de su engranaje. Sabe Feijóo de esos papeles. Lo sabe el PP. Lo sabemos todos/as. Por eso, su retirada resultó más sonrojante, lágrimas incluidas.
Feijóo apoyó, exactamente, a la perdedora absoluta de
la terna de candidatos/as con posibilidades reales (Casado-Sáenz de
Santamaría-Cospedal). A la candidata a la que se suponía el control del partido desde la Secretaría General del PP,
a la apuesta presuntamente segura... Porque Feijóo no quiere correr
riesgos. No lo hizo con su candidatura y no iba a hacerlo con la de
otros/as, aunque ahora dirá que él no apoyó a nadie.
¿No lo oyen? Lo
dijo ya unas horas antes de que los escasos militantes del PP que
votaron fueran a las urnas; lo hizo pidiendo una candidatura única, y
viendo a las meigas volverse en su contra con el optimismo que
exudaban los equipos de Sáenz de Santamaría y de Casado por todos los
poros, a punto de infartarse también con lo ajustado de los recuentos.
Y Cospedal fuera desde el minuto uno del recuento oficial.
Y ahora concluiríamos que, con la victoria de la
exvicepresidenta o del vicesecretario general de Comunicación del PP en
el Congreso de julio, Feijóo pierde su última posibilidad de liderar el
PP. Gane quien gane. No.
El presidente de la Xunta no es el que parece, sino
que es, en realidad, el que resulta sin careta: el que presiona a
ministros de su partido con proclamas públicas de compromisos imposibles
y delante de pseudoperiodistas comprados. El amigo del contrabandista venido en narcotraficante, Marcial Dorado, (cuánto daño hizo la droga en Galicia, cuánto dolor y cuántos muertos/as... No olvidamos); el de Pachi de Lucas; el del Vega Sicilia a domicilio del empresario Raúl López,
imputado por acusado de delitos contra la Hacienda pública, blanqueo de
capitales, falsedad, delito contable, tráfico de influencias y
cohecho...
El de las amistades peligrosas, pero también de los recortes,
todo ello que ha ido contando el periodista Juan Oliver en este
periódico. Hemos sido muy pocos los medios que hemos arrancado la careta
de Feijóo. Sus herramientas de presión son bien conocidas.
Pablo Casado puede ser imputado en días por
el turbio asunto de su máster que, de confirmarse, sería, como mínimo,
una cuestión de privilegios y corrupción moral insoportable para un país
que ya no es el de Aznar ni el de Aguirre. Sáenz de Santamaría está limpia,
más allá de su convivencia con la corrupción del PP que hábilmente fue
alejando de su persona, como se ha podido comprobar con su ajustada
primera victoria de hoy sobre Casado (1.600 votos).
Si gana la exvicepresidenta, sería la primera mujer presidenta del PP,
adelantando a la izquierda por la derecha al frente de un partido con
posibilidades de Gobierno. Y yo me alegraría por ella... y por Galicia, que tiene nombre de mujer y puede librarse de Feijóo el año que viene.
Palabra de meiga.
(*) Periodista y directora de Público
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