lunes, 9 de julio de 2018

Cuestión de Estado / Ramón Cotarelo *

La España oficial no quiere admitirlo porque su propaganda asimila la reunión de hoy a las usuales bilaterales del gobierno con las CCAA. Normalidad institucional. Diálogo. Normalidad a secas. ¿Cómo? ¿Que hay aquí una cuestión de Estado? Pero, hombre, por Dios, que ha cambiado el gobierno.

Así es. Los titulares de prensa cantan sesgo gubernamental. El gobierno y todo el mundo damos por hecho que nadie vulnerará la ley. Se llama principio de legalidad y presunción de inocencia. Señalar en concreto a Torra lleva implícita una presunción de culpabilidad.

Nadie vulnerará la ley porque nadie quiere vulnerar la ley. Luego vienen los actos de cada cual, al dictado de su conciencia y es entonces cuando se discute si se ha vulnerado o no la ley, qué ley, cómo, quién lo dice, que hace, etc. 

Muestra de sesgo gubernamental trae también Público que titula: Sánchez y Torra se reúnen con el referéndum imposible sobre la mesa. Un título como "mesas separadas". Porque ¿quién ha dicho al diario que el referéndum sea "imposible"? Obviamente, Sánchez, pues Torra va a pedirlo. Desde luego, la rotunda negativa de Sánchez puede hacer imposible el referéndum; pero eso no quiere decir que el referéndum en sí lo sea, cual se desprende del titular. Quiere decir que el periódico ve el mundo con los ojos de uno de los dos poderes asimétricos.

Los medios afirman también que el encuentro de hoy se da en un clima de distensión, propiciado por el gobierno. Pasa por tal el acercamiento de los presos políticos y la continua jaculatoria dialoguista de Sánchez y su equipo que no se concreta en nada. La distensión es un simple ejercicio de ficción perfectamente retratada en la imagen. Mientras el rey mira como si le interesaran los juegos olímpicos, Sánchez, quien afirma que en España no hay presos políticos, explica algo a Torra, quien luce en la solapa el lazo amarillo reclamando la libertad de los presos políticos que según Sánchez no existen. En España no hay presos políticos porque así lo decide quien manda y no existe derecho de autodeterminación porque así lo decide el mismo.

Para paliar la doble negación a las dos cuestiones aquí fundamentales, presas políticas y derecho de autodeterminación, el gobierno ofrece lo que llama diálogo político, esto es, negociaciones sobre políticas públicas en materia de transferencias, competencias, financiación, etc. Y quizá también saque del baúl de los recuerdos una confusa oferta de reforma constitucional para encaminar el país hacia un futuro federal que apenas puede distinguirse de un Estado autonómico.

A su vez, la Generalitat lleva también dos grupos de asuntos. Uno, el de las políticas públicas, que resucita los famosos 45 puntos de Puigdemont ante Rajoy. Política práctica que, al parecer, encarrilan Meritxell Batet y Elsa Artadi. El segundo grupo es el punto 46 de las reclamaciones de Puigdemont, el referéndum pactado. A él se ha añadido la cuestión de la liberación de los presos y exiliadas; su exoneración. Las dos son condiciones del independentismo, de todo el independentismo, y no es previsible que causen mella las esperanzas en el famoso seny autonomista. No es posible considerar normal una situación en la que los dirigentes independentistas están injustamente encarcelados. Y menos aun si, lejos de mitigarse, la represión judicial se incrementara ahora y el juez Llarena impusiera una doble fianza a los procesados en función de sus muy cuestionables cálculos y más cuestionables criterios morales y jurídicos.

Presos políticos y derecho de autodeterminación. Por cierto, no ha lugar a retrotraer otra vez el debate sobre la cuestión de la autodeterminación a las balbuceantes polémicas del principio solo porque haya cambiado el gobierno. Si la portavoz Celáa no se ha enterado aun de que los referéndums de autodeterminación de Quebec y Escocia hacen añicos la doctrina de la inaplicabilidad de ese derecho que reflexione un poco sobre la materia. El referéndum de autodeterminación pactado es inevitable. Ya ha habido cuatro no pactados de hecho y volverá a haber otro si no se pacta antes.

Se entiende la negativa del gobierno a hablar de la cuestión. Al margen de las fábulas de la Constitución y el derecho internacional y las colonias, la pura verdad es que no tiene alternativa alguna que ofrecer a la independencia de Catalunya porque presentarse a un referéndum pidiendo el "no" sin más a la otra parte es perderlo seguro.

Por eso no quiere un referéndum de autonomía pactado. Porque lo pierde. Pero, como aun así, será inevitable, ¿por qué el nacionalismo español no hace una oferta constructiva que pudiera presentar a consideración de la ciudadanía catalana? Es una idea. Por ejemplo, frente a la opción de "Estado independiente en forma de República", el Estado, el nacionalismo español podría proponer una opción de Estado libre, que actualmente tienen Baviera, Sajonia y Turingia en Alemania y podría hacerse también accesible al País Vasco, que ya presentó el Plan Ibarretxe, en el que se mencionaba  un Estado Libre Asociado, como Puerto Rico. En el caso europeo la verdad es que el título es puramente nominal y es dudoso que tanto los indepes catalanes como lo nacionalistas vascos se conformen con una diferenciación puramente terminológica. El Estado tendría que negociar competencias delicadas. 

Pero, en fin, sería una oferta para desencallar una situación que no tiene más salida que el referéndum pactado y vinculante. La cuestión origen de esta batalla que, si se hubiera aceptado hace diez años habría supuesto una derrota del independentismo y, en cambio, ahora promete ser su victoria. 

Salvo que el Estado consiga articular una oferta más satisfactoria que la independencia y salga ganadora en un referéndum catalán entre ambas, pactado y vinculante. Cualquier otra vía es seguir con marrullerías. Resulta ridículo que sea doctrina oficial del gobierno la mentira de que el "no" a la independencia es mayoritario en Catalunya porque suma al "no" explícito los dudosos, nulos y hasta las abstenciones, mientras que los "síes" son solo los síes pelados. Y, más que ridículo, frisa ya en lo grotesco que ese mismo gobierno se niegue a aclarar la cuestión de una vez por todas con un referéndum pactado.

Ya se sabe que tal referéndum, además, incrementaría la presión popular en España para celebrar otro en Monarquía y República. Sería interesante ver cuál ganaría porque no está claro. 

 
El País vuelve al periodismo interpretativo, si no directamente fantástico. Da por sentada una "distensión con Madrid" que solo existe en la colectiva cabeza de su redacción. Y ese ente de razón abre "fisuras en el independentismo". El País lleva años abriendo fisuras en el independentismo; años tratando de sembrar la desunión en el bloque independentista. Con los flacos resultados que se ven.

En el fondo, esa división entre "inmovilistas y pragmáticos" (tan inventada como la de la distensión) pretende introducir la consabida fisura entre la dirección política del movimiento y su base popular. Un llamamiento a un hipotético sector más autonomista del movimiento para que, obtenidas algunas ventajas cuantificables, se separe de aquel y, por fin, se rompa la temible unidad. Es el recurso a la puta y la Ramoneta que tanto se denigra en el independentismo. Los estrategas del gobierno central siguen yendo muy por detrás de los hechos y sin comprenderlos. 

No hay sectores autonomistas en el bloque indepe. Están en otros partidos. El independentismo se proclama "transversal" lo que, en román paladino, quiere decir que los burgueses se han hecho independentistas también y un apreciable sector del establishment cultural, empresarial, eclesiástico, etc. ERC ha sido siempre republicana e independentista y la CUP nació como un independentismo revolucionario y radicalmente democrático. Transversal quiere decir transversal. Todas las clases y todos los sectores. 

Pero lo que mantiene esta unidad es la presión popular. Eso es lo que los gobiernos españoles no comprenden y se niegan a ver la revolución catalana como una cuestión política. El PSOE en la oposición reprochaba al PP haber judicializado el asunto y proponía un enfoque político. Una vez en el poder ha seguido la vía judicial y llama enfoque político a una negociación de carácter administrativo de políticas públicas, sin afectar el marco general de legalidad/legitimidad del sistema, o sea, lo que el independentismo cuestiona. 

Sin embargo los más de dos millones de ciudadanos que votaron bajo las porras el 1-O de 2017 y volvieron a hacerlo en las elecciones impuestas el 21 de diciembre del mismo año quieren seguir adelante con lo que votaron. Quieren implementar la independencia en forma de República. El presidente Torra tiene ese mandato y a cumplirlo va a Madrid mañana. De no conseguirse nada el gobierno está sobre aviso de que se seguirá adelante con la Declaración de Independencia del 9N de 2015 y la actualización de la legislación. 

Tan sobre aviso está que ya tiene preparado el recurso de inconstitucionalidad pertinente. Lo mismo que hizo en parecida circunstancia el PP. Seguro que obtiene el mismo resultado: el Tribunal Constitucional anulará por unanimidad la resolución del Parlament resucitando el 9N de 2015. Un bucle. De seguir las cosas así, el actual govern puede ir a hacer compañía al anterior. Es obvio que esta no es la solución.

En un arranque de realismo, El País reconoce que los dos puntales del independentismo son los presos políticos (él los llama políticos presos, vamos, como Zaplana) y el peso de la Generalitat. Pero no sabe interpretarlo. Tanto el factor simbólico, pero muy real, de los presos políticos, como el muy real pero también muy simbólico de la Generalitat, dependen de la movilización social a través de la desobediencia pacífica. Una sociedad movilizada que se ve agredida día a día por bandas fascistas contra las que las instituciones españolas apenas actúan con el poco disimulado deseo de que haya violencia en Catalunya que justifique una intervención gubernativa. Es una revolución democrática de nuevo tipo que no se puede detener con los procedimientos al uso del poder.

La prueba será el resultado de la entrevista de mañana: ambos gobiernos acordarán seguir trabajando en las tarea administrativas de la parva política y la Generalitat continuará implementando sus planes republicanos e independentistas por su cuenta. En qué momento esos dos polos, gobierno central y govern volverán a chocar, dependerá del alcance y profundidad de las medidas del govern y la correlación de las fuerzas políticas del resto del Estado. Ese nuevo choque volverá a poner en cuestión la crisis constitucional que vive España y no se alcanza otra solución que el reiteradamente pedido referéndum pactado de autodeterminación. 

 
La escenificación de la cuerda de presos aún no ha terminado. Quedan tres, Forn, Rull y Turull, que serán trasladados el próximo miércoles en la conducción de presos al Noreste, cuya escala de distribución es Zaragoza. Aquí hacen todos parada y fonda y de aquí se distribuyen a distintos destinos, unos a Soria o más al interior, otros por Aragón y otros siguen camino a Barcelona. La escala cabe la Virgen del Pilar, matrona de España, como Santiago es su patrón, no es una sutil forma de humillación a los presos separatistas, sino un protocolo administrativo penitenciario. Bastante humillación e injusticia es que estén presas gentes inocentes por maniobras políticas insostenibles.

Con el acercamiento de los presos políticos, Sánchez se aplicaba la sabiduría de Maquiavelo en los discursos sobre la primera década de Tito Livio en elegantísima traducción de Ana Martínez Arancón: "una república o un príncipe debe aparentar que hace liberalmente aquello a que le obliga la necesidad". Debe aparentar, sin duda, para actuar con la virtú maquiavélica; pero no siempre lo consigue. Ahora, por ejemplo, no. El traslado de los presos era un deber de carácter jurídico, moral. Incluso era una exigencia política pues sitúa a la Generalitat ante una triste realidad: su autoridad es delegada y no soberana ni originaria, ya que se ve obligada a custodiar a unos líderes independentistas cuya liberación reclama.

Pero a más a más, héteme aquí que estos hirsutos pictos vuelven a alzarse actualizando la declaración de independencia del 9N de 2015, anulada a toda prisa por el Tribunal Constitucional por unanimidad. ¿Y cuál es la reacción del gobierno de la izquierda dialogante? Enviar el asunto ipso facto al mismo Tribunal Constitucional para que aplique el antecedente. Se recordarán con melancolía las reiteradas declaraciones de Pedro Sánchez diciendo que la judicialización del procés había sido el error del PP y lo que correspondía era entenderlo como un asunto político y darle una solución política. Justo lo mismo que hace él en su primera decisión: derivar el asunto a la vía judicial.

Bueno, judicial exactamente, no. Los tres órganos que intervienen en la impugnación de marras son políticos: el gobierno, por ser gobierno; el Consejo de Estado por ser un conciliábulo de estantiguas; y el Tribunal Constitucional por ser un mentidero de amigos de este gobierno y el pasado. Con estos medios cabe declarar contrario a la Constitución el Antiguo Testamento. Tampoco hubiera sido mejor el resultado si se produjera una "judicialización" reala, pues los jueces españoles son todavía peores,  más parciales y esquinados que los políticos que les dan las órdenes.

La portavoz y ministra de Educación, Celáa, justifica la impugnación aseverando que no obsta para que el gobierno continúe superdispuesto al diálogo político. Pero partiendo del principio de que el derecho de autodeterminación no existe porque no lo reconoce nadie en ninguna Constitución. Y menos que nadie, añadimos nosotros para su solaz, aquellos países que se independizaron sin esperar a que nadie les reconociera el derecho de autodeterminación y llegaron a grandes potencias, como los Estados Unidos. Sin despreciar las decenas de países que son hoy Estados independientes, como la India, en ejercicio de un derecho de autodeterminación que nadie les reconocía y menos que nadie, la metrópoli colonial que, por supuesto, estaría de acuerdo con la ministra Celáa en que el derecho de autodeterminación no existe.

Tiene usted razón, ministra, a ese derecho de autodeterminación le ocurre lo que a todo en la vida: que no existe hasta que existe. ¿Y quién lo hace existir? La voluntad de la gente. En este caso, la voluntad de 2.060.000 votos independentistas en Cataluña, equivalentes al 47,8% del electorado, que no es poco. Probablemente sean ya más como reacción a la absurda actitud del nacionalismo español empeñado en sostener que el independentismo es minoritario y el no independentismo mayoritario pero negándose a permitir un referéndum que aclararía está cuestión de una vez por todas. 

Porque de no reconocerse el derecho de autodeterminación y no admitirse referéndum alguno, el carácter político del diálogo anunciado con alharacas para el lunes consistirá exactamente ¿en qué? La ministra Celáa no ha sabido o querido especificar los temas que tratará Sánchez en su próxima conversación con Torra. Probablemente no hay temario preparado, fuera de cuestiones relativas a infraestructuras, transferencias, financiación... los 45 puntos de Puigdemont. Pero es difícil sostener que estos asuntos sean "políticos". Al menos no en el sentido de definir una situación de normalidad, exactamente aquello que anhela el gobierno central y no podrá conseguir mientras haya presos políticos y no se negocie un referéndum para ejercitar ese derecho que no existe. 
 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 
 

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