martes, 12 de junio de 2018

El hundimiento del PP y la cuestión de España / Ramón Cotarelo *

Hace unos días, en otro contexto, hube de recordar La caída de la casa Usher. Me revolotea desde entonces como una forma de referirnos al prolongado, lento pero imparable hundimiento de ese inmenso aparato de poder, esa maquinaria delictiva, dicen los jueces, identificada con el Estado que es el PP. 
 
El partido de los 800.000 afiliados, según dicen y más de 800 imputados, según rezan las actas judiciales en medio país. Entre ellos rostros desconocidos, de alcaldes de pueblo y rutilantes estrellas del mundo político-mediático como Cifuentes, Bárcenas, González, Gallardón, Rato, etc. 
 
También valdría, me decía, el ocaso de los dioses. Pero de dioses no tienen nada; ni mayores ni menores, ni uno ni trino, ni siquiera dioses del mal, como ese que imaginan algunos gnósticos. Nada de dioses, ni semidioses: mortales indignos que robaban hasta los dineros de las huchas de niños, ancianos, parados, dependientes, etc. Verdaderos desalmados. Truhanes.

Las peripecias del PP para reconstruirse, no para refundarse, son pintorescas y darán mucho juego en los medios. Alguien ha dicho que se requiere un congreso extraordinario para hablar de ideología. Algo sorprendente. El PP jamas ha tenido ideología específica fuera de algunas simplezas inconcretas sobre el humanismo cristiano, los valores occidentales, el liberalismo, la familia y la importancia del individuo. Nada para masticar mucho rato. 
 
Y, en los últimos años, convertido el partido en una asociación mafiosa puesta a parasitar el Estado, la ideología había pasado a ser motivo de risa. Una asociación de malhechores solo puede tener la ideología del latrocinio. Pero no sé si esto es motivo para un congreso extraordinario o más bien para un seminario sobre prácticas de debida apropiación indebida.

El hundimiento de este retablo de las miserias vergonzantes se completa con la visión apocalíptica de la desintegración de la Patria. El mismo individuo que hace cuatro años proclamaba que, mientras él fuera presidente, no habría liquidación de la soberanía nacional se va dejando un panorama terrorífico después de la batalla: agresiones, gente en la cárcel, gente en el exilio y, no ya una, sino dos Comunidades Autónomas (Euskadi y CAT)  cuestionando la base misma de esa soberanía nacional, pidiendo autodeterminación, mientras una tercera, Navarra, exige referéndum sobre la eternamente aplazada cuestión de Monarquía/República. 

Este gobierno venía con la artillería anticatalana preparada. Y la primera andanada, la provocación de ayer del ministro Borrell, ha servido para hundir el escaso crédito que aquel pensaba ganarse hablando de diálogo y reformas de aquí y de allá. Nada de reformas; el gobierno quiere la guerra y, como no va a preocuparse mucho de cómo la lleve a cabo ni con qué medios, ha puesto al juez Marlaska de ministro del Interior, el que no ve torturas en donde los demás sí. 

Un ridículo overkill cada vez más enloquecido. La armadura del PSOE mira toda a Catalunya. Pero la retarguardia, en la que no había pensado, se le ha vuelto en contra. Ya no es solo Catalunya. También es el País Vasco, sumado a la revolución catalana y Navarra que trae otro pleito, el de Monarquía/República.  Una comunidad política democrática de ciudadanos responsables no puede tragarse una Monarquía procedente de un golpe de Estado por malas artes de camarillas y militares. Que algo tan obvio no haya movilizado a la izquierda española muestra cómo están las cosas en este territorio. Nunca es el momento de la República y, además, ahora suena a catalán. 

Pensar que un problema de este calibre puede afrontarse con 85 diputados, 169 jabalíes en contra, los 71 inciertos de Podemos y los 17 independentistas también enfrente carece de todo sentido.

Piénsese bien: dos reclamaciones de referéndum de autodeterminación en sendas CCAA y otra de referéndum estatal sobre monarquía/república que, a no dudarlo, tendrá muchas adhesiones.

Eso no se puede tratar con un plan represivo policial y judicial. Hay que desmontarlo. Tampoco con presos y exiliados políticos. Hay que liberarlos y exonerarlos. ¿Cómo? Con la misma falta de inhibiciones con que se procedió a descabezar el movimiento. Ahora que los descabezadores han perdido sus cabezas, es bueno reconocer que el movimiento independentista jamás perdió las suyas. Y ahí están. No para embestir, pues no son españolas, sino para pensar. 

Si el nacionalismo español quiere ofrecer algo que no sea la represión, tiene que abrir un periodo constituyente en mitad del trayecto de este buque de la Constitución de 1978 que hace agua por todas partes. Algo parecido a una Convención sobre cuya composición y alcance habría que ponerse de acuerdo. Altamente improbable, desde luego y más si en el gobierno prevalece la catalanofobia en todos sus matices, desde el vociferante y agresivo de Borrell, al más ladino de Robles pasando por el autocomplaciente de Ábalos. 

No basta con que cambien su visión de Catalunya. Tienen que cambiar su visión de España.

 
Decía Palinuro ayer:
y eso que todavía no ha entrado en acción el aparato Borrell. Acaba de hacerlo, en la televisión y en plan bronca, agrediendo y mintiendo. Todos los catalanes, y él lo es, saben que Catalunya no está al borde de ningún enfrentamiento civil. Él, en concreto, sabe que la única violencia en Catalunya viene de los nacionalistas españoles oriundos o que allí se desplazan. Y lo sabe porque es uno de los que los alientan cuando se manifiesta con ellos y con lo más reaccionario de la España franquista. 

Lo sabe de sobra cuando sostiene que los actos públicos del bloque nacional español, con Societat Civil Catalana a la cabeza no han generado violencia alguna, siendo así que hay docenas de vídeos que muestran lo contrario y también puede mirarlo en los libros de Jordi Borràs, testimonios gráficos inapelables de un tiempo y un país. 

Por lo demás, estas provocaciones públicas a cargo de matones ultraespañoles, las bandas "descontroladas", solo se hacen ver a base de armar camorra, esa que sirve al ministro para vender la idea del "enfrentamiento civil". En cuanto convocan a algo, se reúnen dos docenas, todo lo más cuarenta abanderados del Imperio, como los que ayer fueron a dar la matraca a TV3, a pedir que la cierren. 
 
Definitivamente, esos grupos y bandas de provocadores no son un verdadero riesgo de enfrentamiento civil de una población que ha dado muestra de una convivencia pacífica ejemplar. Y todavía lo serían menos si no estuvieran funcionando los vínculos mas o menos ocultos entre los "incontrolados" y los que los controlan. No, no hay más riesgo de enfrentamiento civil que el que traigan unos gobernantes autoritarios y represores, dirigidos por un pirómano, quien ya amenazaba hace unas fechas con que llegaremos a las manos.

Borrell no es un político adecuado para un gobierno que pretenda, como dice, dialogar con Catalunya. Su intransigencia, su visceralidad y su altanería, que concentra todo el anticatalanismo de la vieja guardia socialista, darán al traste con los esfuerzos reformistas de sus compañeros de equipo, algunos de los cuales le parecerán vendepatrias por lo dialogantes.

Es el caso que el nacionalismo español, incapaz hasta la fecha de abordar el conflicto catalán con inteligencia y sentido democrático se encuentra ahora con una duplicación de tarea que no por esperable ha de resultar menos complicada para la conducción del Estado. También, una cadena humana de más de cien mil personas cubrió los 220 kms que separan las tres capitales vascas, en demanda del derecho a decidir de los vascos. Los vascos que se han hecho catalanes. La vía catalana que llega a Vasconia.

Catalunya no ha estado nunca al borde de un enfrentamiento civil y quienes sí lo estuvieron, los vascos, han dejado atrás esa etapa y se han sumado al carro de la revolución catalana. O han puesto el suyo en marcha pari passu para que no se pique nadie. Y el movimiento vasco trae pinta de ser tan transversal como el catalán. Esa cadena organizada por la plataforma Gure Esku Dago ("está en nuestras manos") tiene el apoyo de todos los partidos nacionalistas, incluido el PNV así como de las instituciones vascas. Es un movimiento tan amplio, profundo y coordinado como el catalán.

Si en el gobierno creen que cabe seguir con la respuesta represiva judicial y unos retoques (por lo demás imposibles) de la Constitución es que no saben en dónde están. Esto no es una crisis de funcionamiento con unos conflictos de partidos sin más alcance. Es una crisis constitucional que pone en cuestión la estructura misma del Estado. Y no va a arreglarse con más policía, más represión, más jueces y menos todavía teniendo que dividir las fuerzas en el doble frente vasco-catalán.

En estas condiciones todo cuanto se diga del gobierno de Sánchez, incluso lo que el mismo gobierno dice al hablar de su duración, será a beneficio de inventario de unas elecciones generales anticipadas inevitables. Un panorama interesante, teniendo en cuenta que el govern tiene cuatro años por delante...en principio. Verdad es que el central puede axfisiar de tal modo al catalán que fuerce elecciones anticipadas en Catalunya. Pero también lo es que el independentismo puede hacer caer el gobierno socialista igualmente votándole en contra o absteniéndose.

En esas elecciones generales la cuestión interesante que se plantea al independentismo catalán es si participar en ellas o no. Pero eso será un poco más adelante y mientras se va viendo cómo toman los herederos del Imperio la segunda amenaza separatista.
 
 
Se agradece que la ministra Batet se exprese como las personas normales, llame a las cosas por su nombre (pues habla de "conflicto catalán") y se muestre presta a dialogar con la Generalitat. Se agradece. Siempre es mejor que contemplar los gestos adustos, altaneros de quienes creen que la respuesta al "reto" catalán es enviar a la Guardia Civil.

Otra cosa es la viabilidad de lo vagarosamente anunciado como si fuera una concreción: una reforma federalista de la CE para que Catalunya sea más feliz dentro de España. Es una linda esperanza, pero también desesperada. Pretende disfrazar la negativa a reconocer a Catalunya el derecho a decidir si quiere seguir dentro de España o no. Porque el problema está ahí, en el presupuesto que legitima la hipotética reforma de la CE. 
 
Si los catalanes tienen o no derecho a la autodeterminación, esto es a decidir si quieren ser "más felices" dentro de España y su Constitución o "más infelices" fuera de ellas. Los alambicados castillos conceptuales armados para dilucidar tan compleja cuestión se vienen abajo con el soplo escocés.

No obstante, aun no estamos en esa casilla sino en el puro comienzo. Hablar de reforma de la CE con 85 diputados es poco realista. Y aunque fueran muchos más. Esta Constitución está redactada de tal modo que su reforma necesita complicados trámites y mayorías parlamentarias cualificadas que hoy por hoy está muy lejos de reunir. 
 
El frente antirreformista vendrá además reforzado por la reacción de las CCAA que objetarán a las relacioness bilaterales Estado-Catalunya. No se olvide que esta es la Constitución del "café para todos".  

La encomiable disposición del gobierno al diálogo viene ensombrecida por la existencia de presos y exiliados políticos. Y eso que todavía no ha entrado en acción el aparato Borrell. La inercia y la anterior complicidad con la política represiva del gobierno del PP, incluido el apoyo al 155, hacen que ahora el PSOE considere adecuado hablar de "normalizar" la situación pero sin poner fin a la persecución judicial del independentismo, sin liberar a los presos políticos ni permitir el regreso de los exiliados. 

Pero tal cosa no es realista. En un Estado de derecho no puede haber presos políticos. 

En esos términos encara la Generalitat la negociación con el gobierno. Al saber de la propuesta de reforma constitucional de Batet, Torra ha contestado que da la bienvenida a todas las propuestas, pero el govern "parte del 1-O". Qué quiera decir esto se verá en poco tiempo pero, en principio, supone una referencia al mandato de independencia resultado del referéndum del 1-O que el gobierno central no pudo ni supo impedir sino solo reprimir con tan insólita brutalidad que deslegitimó la causa que decía defender. Y, para dejar clara la idea, la CUP emplaza al govern y a los partidos independentistas a recuperar la vía unilateral.

Como en las historias de venganzas heredadas de familias que trasmiten enfrentamientos cuyo origen se ha olvidado, aquí unos gobiernos heredan conflictos que arrancan de situaciones también olvidadas. Y sin embargo, se trata de un asunto simple, como aquí: admítase un referéndum de autodeterminación en Cataluña como los que se celebraron en Quebec y Escocia. Nada más. 

Y todo quedará resuelto. 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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