En un lugar de Panocha, de cuyo nombre no quiero olvidarme, no ha
mucho tiempo que había una cuadrilla de pícaros muy bien encumbrados que
convinieron entre sí, y en los mayores de los secretos, hacer
tercerías de detracción de los fondos comunales que uno de ellos
manejaba muy a su sabor, para repartírselos entre ellos, a costa y
espaldas de los lugareños, que verían sus tributos e impuestos subidos
en alarmante suma para remendar el agujero causado.
Y todo esto se hizo posible, porque la mucha ocupación de los
vasallos panochos en llenar las panzas y celebrar las fiestas, al cabo
de las generaciones había reducido el entendimiento de los más al punto
de que no eran capaces de discernir ni ejercer el más mínimo control
sobre sus feudales, haciendo estos cuanto les venía en gana. Estos
lugareños eran tan manejables, tan mansos y dóciles, que a esta nueva
picaresca le pareció lo más fácil del mundo engañar a todos para
enriquecerse.
Y en verdad que hubiera venido como anillo al dedo que del
himno de esta tierra se restara toda letra dejando por sustancia del
mismo, los balidos de un ganado de ovejas porque gracias a esta
corderil sumisión fue posible el desaguisado.
Y sobre estos polvos vinieron los lodos, de modo que el señor
principal del lugar, don Ramón, convino con otro foráneo principal y
potentado, propietario de grandes haciendas, don Florentino, poderoso
caballero, en repartirse, en detrimento del obnubilado pueblo llano,
600 millones de ducados de los de vellón, que era una fortuna inmensa
más grande que la traían los barcos del oro de Potosí, capaz de
sostener sin trabajar por miles de años a las familias de los
beneficiarios.
Y para estos menesteres resultó que este adelantado del lugar tenía
bajo su control a los más de los jueces o particularmente a sus jefes,
puesto que él mismo o sus facciosos ponían según voluntad.
Del abogado justiciero y de los jueces que torcieron la vara por arte de encantamiento de sabios malignos.
Todo esto que se cuenta, empezó a ser investigado cuando un abogado
perseguidor de los abusos, el caballero Diego de Ramón, cursó denuncia
ante el juez del lugar, que era mujer, por el robo malversador del que
por todos supo, y el fiscal promotor de la legalidad hizo gesto
desafiante al potentado poniendo una querella para que fuera perseguido
el caso y devueltos los dineros malversados.
Abrieron inquisición de los hechos y llamaron en la causa como
encartados por el momento solo a los de abajo, y también a los de en
medio en la conjura malversadora de los dineros, pero no a los
principales señores y artífices máximos de todo que eran los don Ramón y
don Florentino. A don Ramón por ocupar honroso y no quedar sujeto a
fuero del lugar se les esperaba y de don Florentino aunque había tachas
contra él para que ingresara en prisión no veían los fiscales fuerzas
suficientes para moverle la silla al potentado.
Estos potentados buscaban sus apoyos en altos cargos para no ser sometidos a proceso y salir libre y sin costas.
Y estando haciendo diligencias la juez, mujer que se creía su papel,
cuando iban a llamar a los verdaderos autores de todo, entonces vino
un señor juez oidor de la audiencia provincial, que había pasado un
tiempo en la corte del reino sabiendo por ello de los enredos y
tercerías que se hacen en los asuntos más cortesanos y, poniendo este
juez de audiencia las normas boca abajo de su natural posición, y para
que nadie las entendiera, hizo lo preciso para que don Ramón y don
Florentino no pecharan sus culpas contraídas, ni respondieran ante
fuero alguno.
El juez audienciano vino a inventarse, o se sacó de la
manga, contra todo precedente y razón, que la juez tenía que haber
puesto su auto de prolongación del caso dentro del plazo que iba a
prorrogar, y prosperó su lectura al revés del canon legal, de modo que
se produjo la milagrosa escapatoria de los dos prebostes que para
vergüenza de toda la justicia quedaban exentos de ser sometidos a
proceso, mostrando como habían sometido a la justicia a sus particulares
intereses y burlando el bien común.
Sucedió en el caso, y al mismo tiempo, que otro juez director de
esa audiencia, que decía él desde siempre defender al pueblo, y estar
del lado de los humildes y contra los abusos de los poderosos, al
acudir a él los perjudicados del desvarío del juez del plazo pasado que
no se había pasado, tuvo la oportunidad este juez jefe de audiencia de
deshacer el tuerto malversador, si, como se le pedía, hubiera
permitido que otros jueces distintos del que puso patas a arriba la ley,
revisaran el escándalo, pero no se sabe que mosca la picó a este juez
presidencial, que todos creían bueno y sano, o si es que le
aturdieron el entendimiento con hubo uso de malas artes de
encantamiento de algún sabio encantador maligno, el caso es que vino a
perder el norte, dejando incumplido su deber que permitía en buena lid
corregir el tuerto de modo y manera haciendo lo blanco negro y
declarando que él no podía cambiar el tribunal que debía de revisar el
cierre del caso para los potentados, cuando a la vista de cualquier que
leyere con sosiego y razón la norma, era evidente que sí que podía,
pues sucedió el extraño hecho que apareció el otrora defensor de los
débiles, del lado de los enemigos del pueblo y la razón, poniendo de
este modo fin y acabamiento a su fama de protector del pueblo que cayó
para los que supieron de este caso.
El enredo de los jefes jueces máximos
Y por encima de esto que se cuenta, hubo otra tercería de más alto
rango. Y es que el juez jefe de todos los jueces del lugar, que había
sido puesto en el cargo por los mismos que iban a ser investigados o por
su partido protector, no cejó de esforzarse en mirar cómo conseguir que
los que le habían dado el cargo quedaran contentos saliendo ufanos y
libres de todo cargo. Y en efecto con blandas y sutiles palabras
envenenó a los que el mal ejecutaron, saliendo su maligno fin exitoso.
La juez honrada y en falso acusada, se llamaba la señora Azuar, el
juez que había sido de la corte y que cortó el caso, el señor Del Olmo,
el juez que decía ser defensor al pueblo, hasta que la prueba le hizo
parecer lo contrario, el Sr. Larrosa, y el jefe judicial puesto por la
facción que protege a los potentado libertados el Sr. Riquelme.
Barruntos hay de que la historia tiene nuevos y sabrosos detalles que
no se dejarán de sorprender y que se contarán a los lectores tan
pronto como logremos las pruebas que se esperan.
(*) Abogado
2 comentarios:
Es la obra de la Murcia caciquil, "que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza" en expresión machadiana, la responsable de este atraso histórico que integra a la tierra murciana en la España profunda de la casa de Bernarda de Alba.
Muchos cambios tendrá que hacer la idiosincrasia murciana para sobrevivir en los proximos 50 años donde por ventura algunos ya no estaremos para sufrirla.
Murcia carece de futuro cívico y será de nuevo Spartaria, tierra de esparto y de lagartos, por cierto que estas formas de vida con mejor gente que estos jueces de ahora.
Es una lección para algunos de que no se puede nadar y guardar la ropa siempre.
Este artículo ¿menoscaba la fama de dignísimas autoridades entregadas a la defensa del bien común y no del propio suyo, en fin, de verdaderos santos jurídicos togados....que irradian intachabilidad en sus actos e imparcialidad divinesca?.
La piedra de toque de toda esta corrupción tiene que ver con aquel del cerdo que cogía el teléfono y con un noble local venido tan a menos que hace de mamporrero del anterior. Pura decadencia de la burguesía urbana, ahora en manos de la clase emergente en las pedanías. ¡ya quisiéramos volver a ser Espartaria, siendo como somos ahora una cleptocracia de huertanos rateros!
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