jueves, 18 de abril de 2019

Autorretrato / Ramón Cotarelo *

Ayer, el MHP Torra publicaba el tuit que ilustra este comentario, con el lapidario sub-texto: "La bandera d’Espanya, el retrat del rei d’Espanya i un pres polític català essent entrevistat". El Estado reconoce, con su simbólica y sacra presencia, la condición de preso político de Jordi Sánchez. Confiesa en imágenes lo que niega en palabras, sean estas mil o un millón. Es absurdo, patético y uno sospecha la presencia del tradicional inepto hiperespañol que ha decidido perpetrar la simbología no ya del preso político, sino del rehén de Estado. 

Pero hay más. Si pasamos, no al resultado no querido, sino a la intencionalidad de la simbología, la cosa cambia de carácter y se agrava. Porque la intencionalidad evidente es la humillación. Contextualizar la imagen de un Estado en sus dos iconos objetivo y subjetivo cuya generosidad y democrática magnanimidad permiten a su jurado enemigo expresarse con total libertad...en la cárcel. Se pretende que este evidencie por la fuerza la gloria del Estado que le niega sus derechos. 

No me parece humillante la imagen y no solo por lo de que no humilla quien quiere, etc., sino porque evoca otra que tiene la misma intencionalidad, revela la misma inmoralidad y fue perpetrada por los antecesores ideológicos de estos: la imagen de los presos políticos republicanos en los patios de las cárceles de Franco obligados a cantar el Cara el sol brazo en alto. Si no lo hacen ahora es porque no pueden; no porque no quieran. 

Con esta imagen, el que se retrata es el Estado español.

Otra cosa es el contenido de las declaraciones de Jordi Sánchez que se ofrece, según titula Ara.cat como socio estable del PSOE si este acepta hablar del referéndum. De eso y de otras cosas cabe hablar, desde luego. Y debatir y lo haremos junto con otras propuestas de qué pueda hacer el bloque independentista en el Congreso. 
 
Un entrevistador apunta a una cierta contradicción entre esta actitud y la de Laura Borràs y Sánchez capea el tema. Hace bien. Porque el tema se las trae. El cabeza de lista de JxC por Barcelona habla de negociar un referéndum como posibilidad en un plazo de varios años. ¿Cuántos años? Ahí hay un peligro de enquistamiento evidente. 
 
Y algún otro problema. Sánchez no habla de los presos políticos, lo cual, naturalmente, le honra. Pero que él, por razones fáciles de entender, no hable de los presos políticos ni los ponga como condición de nada, no quiere decir que hayamos de hacerlo los demás. No podemos aceptar como normal una situación con presos políticos. Y, de momento, sea cual sea el resultado de las elecciones, ahí tienen ustedes uno, Jordi Cuixart. 

 
Mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado El judici, les eleccions, tot és Catalunya.

Hay un dato curioso en este conflicto: los unionistas españoles son incapaces de adoptar la perspectiva del otro, de los independentistas, incapaces de ponerse en su lugar y de verse a sí mismos con los ojos del otro. Por eso no proponen solución alguna que no sea la represión. No hay más perspectiva que la suya, que incluye Catalunya con ignorancia y desprecio de su voluntad. 
 
En cambio, los indepes, además de mantener su perspectiva propia sobre Catalunya, se esfuerzan continuamente en ponerse en el lugar de los unionistas y verse con los ojos de estos a efectos de formular propuestas de solución. De hecho, este es el debate al interior del independentismo: cómo llegar al objetivo último compartido minimizando los costes. Y es un debate muy vivo.

Sea la que sea la vía elegida, claro está que Catalunya condiciona absolutamente la política española. Los unionistas harían bien en ponerse en el lugar del otro, en verse con los ojos del otro. Verían una imagen muy desagradable hasta para ellos.

Aquí el texto castellano.

El juicio, las elecciones, todo es Catalunya

Las barbaridades y exabruptos que se escuchan en las elecciones españolas son de tal calibre que oscurecen el desarrollo del juicio/farsa del 1-O. No en España, en donde apenas se informa de él, sino en la misma Catalunya, en donde impactan las declaraciones más agresivas de Sánchez, prometiendo que no habrá independencia, ni referéndum, ni autodeterminación ni nada de nada . Para respaldar su determinación, el presidente español blande el 155 y amenaza con aplicarlo sin titubeos.

El presidente Torra conmina a Sánchez a dejar de amenazar. Pero con poco éxito porque la campaña va de amenazas. Las ultraderechas amenazan a las derechas, estas a las izquierdas y todos a una a los catalanes. Si Casado puede decir de Sánchez que se va de copas con terroristas y asesinos, este se quita de encima el baldón prometiendo mano dura en Catalunya si alguien se salta la ley. Es la obviedad misma: el gobierno está para hacer cumplir la ley. ¿Alguien imagina esta advertencia hecha a Extremadura o el País Vasco? Precisamente en esa diferencia está la amenaza. No está el horno electoral español para debilidades dialogantes. Te descuidas y el adversario te acusa de pactar con golpistas y gente de gatillo fácil.

No entiende el gobierno que los independentistas rechacen su raquítica propuesta de reformar el estatuto con más autogobierno. O de hacer uno nuevo con más autogobierno. Autogobierno es la palabra que nadie sabe qué es. Pero sí se sabe que nada fuera de la Constitución. O sea, nada, lo que ha sido hasta ahora. Pedro Sánchez es Pedro y el lobo: compradme la propuesta reformista antes de que se haga realidad la involución nacionalcatólica, neoliberal y vivaespañera del trifachito.

Para los independentistas, sin embargo, la alternativa es falsa ya que Pedro es el mismo lobo contra el que previene. Su reiterada referencia al 155 permanente no se diferencia gran cosa de lo que harían los tres caballeros muymucho españoles. El fin es siempre el mismo: negar la condición nacional de Catalunya y su derecho a la autodeterminación y la independencia. Unos con más grosería que otros. La diferencia está en la forma; no en el fondo.

En esa situación de crispación se habla muy poco del tenebroso asunto de la policía patriótica que, según parece, echa sus raíces en la segunda mitad de los noventa. Una trama de corrupción político-policial al servicio del PP en contra de sus adversarios políticos, con especial énfasis en Catalunya. Ahora está claro que quienes fabricaron un montaje de falsedades para hundir a Podemos y Pablo Iglesias son los mismos que trataban de destruir el independentismo catalán con pruebas falsas y hasta sabotajes.

Ha tenido que saltar el escándalo del espionaje y el montaje a Podemos para que se difunda lo que Catalunya lleva años padeciendo: una guerra sucia policial y judicial en contra del independentismo. Entre quienes falsificaron pruebas contra Podemos y quienes las difundieron a sabiendas de su falsedad y quienes llevaban años en la “operación Cataluña” hay algo más que afinidades electivas: mismos personajes, mismos o parecidos procedimientos.

Aun así el tremendo hecho de que el país haya estado gobernado por una mafia policial que continúa apenas concentra atención pública. Los medios en general mantienen ese pacto de silencio que funciona con la Casa Real y otros asuntos igualmente lamentables. Los medios forman parte de este Estado corrupto que encargó la tarea de gestionar el referéndum del 1-O a los efectivos más afines e implicados en la “policía patriótica”, desde de los Cobos el ministro Fernández Díaz.

Y esa viene a ser la base sobre la que está construido este proceso. Unos informes redactados por adversarios ideológicos de los informados, valiéndose de su condición de funcionarios públicos. La conversión de esos informes en diligencias de algún juzgado, su absorción para instrucción en más alta instancia y su conversión por fin en un juicio en el Supremo al independentismo para zanjar jurídicamente un conflicto político de siglos, como si eso fuera posible.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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